Somos registros que conservan sonidos, aromas, texturas, palabras, sabores y emociones, pero que apenas podemos controlar. Pueden brotar de súbito al doblar una esquina, tras los pliegues de una mirada, en la fragancia del aire, entre los renglones de una lectura, en las líneas de un paisaje o bajo la luz tamizada que nos acaricia entre los árboles. Están grabados en nuestra memoria y consiguen volver a zarandearnos como la primera vez. Acaban formando parte de lo que somos y condicionan lo que deseamos. No nos reconocemos sin ese bagaje sentimental que, como una carga de profundidad, puede hacernos estallar en risas, lágrimas o en cualquier estado con el que se relacionan en nuestras vivencias. Así es cómo una canción en la radio del coche puede, de improviso, trasladarnos a la época en que nos hizo soñar y obligarnos a continuar el viaje tarareándola sin remedio, mientras se nos erizan los vellos de la piel. Es lo que me sucedió con esta versión de los Flying Pickets del Only you de Yazoo. Me sigue estremeciendo.