Revista Coaching
Hay dos cosas de mi trabajo que me fascinan poderosamente. Por un lado las decenas de correos electrónicos que recibes a diario con gente que ha estado en alguna de tus sesiones, que ha leído tu libro, que le han hablado de tí, que te cuenta sus problemas, necesidades, opiniones, críticas...
Y por otro lado la posibilidad que tienes de conocer a gente interesantísima. Espectacular diría yo. Y eso me pasó la semana pasada. El viernes por la noche, mientras "velábamos armas" para actuar en el Congreso de Hirukide, pude cenar en San Sebastián, con Leopoldo Abadía. Un crack. Una de esas personas con las que estarías hablando días y días enteros. Un auténtico pozo de sabiduría y de sentido común. Y sobre todo una persona normal. Como a él le gusta decir: "Tenemos que volver a ser normales. Tenemos que volver a ser personas".
Cuentan que en el Japón feudal, el gobernador de Kyöto salió de viaje con su séquito. Llegando a las colinas de Kamakura uno de sus consejeros le informó que tras una pequeña pagoda, a la derecha del camino, vivía Unkei, un afamado maestro zen que dedicaba su tiempo a esculpir budas de madera y a recibir a gentes de toda condición que solicitaban sus consejos. Pese a ser un hombre extraordinariamente rudo y silencioso jamás negaba la ayuda a nadie.
El gobernador quiso conocerlo, así que llamó al portero que vigilaba la puerta de la residencia del maestro y le entregó una tarjeta:
"Su Excelencia Mushö Keishu, gobernador de Kyöto, Consejero Personal del Shögun"
El portero corrió con ella hasta el taller de Unkei. Este leyó la tarjeta y dijo "no tengo nada que decirle a ese hombre", y siguió trabajando en su buda. El portero, desconcertado ante la negativa, regresó ante Su Excelencia.
- ¿Tu maestro no quiere recibirme?, ¿te ha dado algún motivo?.
- No señor.
- ¿Sabe que podría mandar que le cierren el taller, encarcelarlo y hacer colgar a sus criados?.
- Si lo sabe, pero tenga piedad, ¡por favor!.
El Gobernador, que no era mal hombre meditó unos instantes. Tomó de nuevo su tarjeta, tachó todos sus títulos dejando sólo visible su nombre "Mushö Keishu" y se la entregó al portero: "Anda y llévale de nuevo a tu maestro mi tarjeta de visita".
Unkei estaba terminando de lacar un buda de madera. Cogió la tarjeta que el portero le entregaba y dijo: "Recibiré a este hombre encantado".
Dicen Natsume Soseki: "He arrojado esa cosa minúscula que llaman "yo" y me he convertido en el mundo inmenso" ¿Cuantas veces nos hemos sentido superiores por unas letras de más en una tarjeta de cartulina de 8x5?