Los directores de cine suelen hablar muy bajito. Si hablan dando voces no os fieis de ellos porque no serán más que propagandistas. No me refiero a las entrevistas que conceden (algunas más útiles que otras, para el periodista) sino a cómo hablan en sus películas. A veces basta un plano, un movimiento de cámara o un objeto. Igual que en un discurso decir más de tres ideas es una locura, en una película usar demasiados recursos expresivos puede crear un engendro horrible. En Los últimos de Filipinas, Salvador Calvo apuesta por un movimiento en el que la cámara retrocede como manera de contar los sucesos importantes. El prólogo inicial está contado así. La retirada de las tropas está narrada no como una huida hacia delante sino con la cámara huyendo lentamente hacia atrás. Así es cómo hablan los directores. Este mismo movimiento de retroceso lo usa cuando salen al exterior los últimos soldados al final. Así es cómo meten goles.
La historia del sitio de Baler puede contarse de muchas maneras. Yo me voy a fijar en las posibilidades narrativas y no en los hechos. Para eso está Wikipedia y decenas de libros de historia. En inglés tienen dos palabras (story y history) mientras que nosotros tenemos una (historia) para hablar de dos cosas diferentes. Quizá por eso ellos tienen Hollywood y nosotros no. Ellos trescientos años de historia y nosotros mil.
El sitio de una plaza en la que mueren solo una decena de hombres y al otro lado centenares puede dar lugar a la historia de los 300 espartanos o a la de unos soldados de cabeza gacha con miedo. El material es el mismo, la exposición es diferente.
1898: Los últimos de Filipinas es más una historia contada para los españoles de principios del siglo XX que para los ciudadanos del siglo XXI. Cuando se elige un relato sobre el fin de un imperio de 400 años, como bien señalan los títulos finales de la película, solo unos necios desaprovecharían la oportunidad de cantar una gesta con toda serie de matices que aporten humanidad. Sin embargo, la atmósfera de la película está contaminada del espíritu desertor del joven que se pasa a la línea “enemiga”. Por supuesto la paranoia que vivían los jóvenes dentro de la Iglesia es justificable. Pero solo los locos iniciarían una guerra y esos mismos locos son quienes la acaban. Un hombre cuerdo no se plantea estas cosas.
En fin, es mil veces más interesante la vida de un loco que la de un hombre cuerdo. Ahí está la historia (story) del Quijote sobreviviendo los cuatrocientos años. Solo un último dato: el monje que fuma opio que hace una exposición barata de qué cielo le espera, le insiste a Carlos que no pierda la cabeza repetidamente.