Revista Cultura y Ocio

Sólo una condición – @LaBernhardt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Últimamente ando algo perdida, como en la canción de Ismael Serrano. Tengo citas sin sentido, conozco perros con dueños, camino por la arena de la playa en tacones y no pongo condiciones a esta locura que me ha pillado desprevenida. El domingo, sin ir más lejos, acudí a la que ha sido la más marciana de mis últimas citas raras. Os ahorraré los detalles, total, fue una cita invisible, de las que se van con el viento. Y ya.
Porque viento hacía, y mucho, oigan. Cuando me despedí de ese tío, me quedé un rato en la playa, masticando arena y sensación de vacío. Me acordé de mi abuela, de su viento, de las penas y de las condiciones.
“Cuando venga el viento y quieras que se te lleve las penas, sólo una condición: abre los ojos”, me decía, “y mira de cara a los problemas porque ese viento es bueno; se los lleva lejos de ti”. Y yo recuerdo que le decía que no, que no podía abrir los ojos, que qué dolor tanto viento contra ellos. Y mi abuela se reía, “¿dolor?, dolor da la vida, no el viento”, decía siempre.
El domingo y el viento me llevaron al pasado. Era pequeña, una tarde, y me subí a “Buenos Aires”, así lo llamaba ella. En realidad, era un palomar viejo, pero como Adelita pintaba el mundo y era una titiritera,lo llamaba así y lo hacía más lindo. Siempre soplaba viento allí, pero siempre. Por aquel entonces, no tenía muy claro a qué subía mi abuela al palomar de la casa vieja de mi bisabuelo. No sé, supongo que yo era una mocosa que la seguía a todos lados. Ella se iba a su sitio bonito y yo, detrás de ella, en silencio, claro. No se me ocurría descubrirme, así que me quedaba en la escalera de caracol, en el penúltimo escalón. Ya ves tú, que seguro que me veía pero ni me decía nada ni yo a ella.
Se quedaba quieta, las manos en la barandilla de madera, y fíjate, qué cosas, que de aquello recuerdo el trozo de “Adelita” que yo podía ver desde mi sitio en la escalera. Y ese “trozo” era su falda, ondeando y sus tacones (siempre llevaba tacones y sólo se los sacaba por la noche, la tiaca). A veces, abría los brazos y le sonreía al viento. Otras, lloraba suavito. Siempre tenía los ojos abiertos.
Muchos años después, un día que fui a comer a su casa, le pregunté si se acordaba de cuando la seguía hasta el palomar y me quedaba quietecita, mirándola, hasta que ella dejaba de pensar en sus cosas y bajaba – y yo, corriendo escaleras de caracol para abajo para que no me pillara, ¿y tú sabes lo difícil que es bajar una escalera de caracol a toda hostia??? Pufff, tremendo – y me dijo que claro que sí, que se acordaba y que nunca me decía nada porque era nuestro rato de pensar, allí, en el palomar: “”Esa era la condición: tú, pensando en qué hará la abuela y yo, pensando en el mundo”. Eso me dijo.
Le conté que lo que sí recordaba era el viento, sus ojos abiertos y su falda moviéndose. Y me dijo: “eso era lo bueno de “Buenos Aires”, que allí el viento se llevaba los pensamientos tristes”.
Supongo que por eso subía a menudo; para que se le llevaran los aires las cosas feas de la vida de los adultos. Parece sencillo: viento, sólo eso, para hacer desaparecer lo malo.
Hace años que esa casa ya no existe. El “Buenos Aires” de mi abuela quedó hecho escombros. Todavía guardo una piedra de lo que fue el sitio de su recreo. Hoy, en esa manzana, hay una casa cubista, sin palomar ni aires que la barran. Qué pena.
Yo, desde entonces, cuando sopla el viento, y a muchos kilómetros de allí, me quedo quieta en donde me pille. Un momento nada más, no te vayas a pensar, ¿eh? Y reúno las penas, los problemas, las inseguridades, las citas desastrosas, los monstruos que, a veces, vienen a molestar y abro esas ventanas invisibles que todos llevamos puestas y dejo que entre ese vendaval y que se los lleve. Sólo una condición: abro los ojos, miro de cara a la pena, porque es verdad: el viento jode, pero más lo hace la vida.
Recuerdo que la primera vez que mi abuela me contó el porqué de sus visitas a “Buenos Aires” yo le pregunté: “¿y funciona?”, ella me contestó: “no, pero el dolor de cabeza que te deja el viento espanta a las cosas feas y se esconden un rato, nena”.
Y eso pasa. Y eso hago y este es mi cuento de viento. Y quería contároslo.

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