El poder de las pequeñas cosas, a veces nos transforma y convierte a nuestras vidas, apacibles y ordenadas, en un mar de dudas, que capitaneado por el miedo a perderlo todo, nos impide empezar una nueva vida gobernada por los instintos. La tentación que desemboca en las grietas del deseo y que nos lleva a los territorios donde las reglas morales en las que nos desenvolvemos diariamente nos dicen que no debemos entrar, se contraponen y juegan al peligroso juego de la atracción y del deseo sexual que no siempre desemboca en una apasionada escena de cama, porque en ocasiones sólo transita por nuestra mente, lo que no significa que nos deje indiferentes.
Sólo una noche está presentada, pensada y rodada por una mujer, y se nota. La directora y escritora de origen iraní Massy Tadjedin, debuta tras las cámaras con esta película, que de una forma pausada, y a veces casi poética, se apoya en la magnífica y envolvente banda sonora de Clint Mansell para arrollarnos con un tenue y portentoso sonido de piano que lo convierten en el auténtico corazón del film. Y es entonces, en ese poder hipnótico de una música sublime, en el que Tadjedin se recoge para mostranos esa forma tan distinta de ver las cosas que poseen las mujeres, con un buen números de escenas que si bien no llegan a ser planos secuencias, se comportan como tales, mostrándonos con suma brillantez esos pequeños detalles que gobiernan a los sentimientos humanos, con unos matices apenas imperceptibles pero terriblemente eficaces.
Ese imperceptible toque femenino, se convierte en omnipresente en la cercanía de planos y secuencias donde aparece Keira Knightley, que en su papel de Joanna, nos servirá de hilo conductor y nexo de unión a las dos historias que se desarrollan en paralelo. Una vez vista la película, parece claro que Massy Tadjedin tenía claro que Knightley iba a ser el soporte de su proyecto, porque su mirada, su pronunciada mandíbula y esa esbeltez de su figura que en ocasiones adorna con elegantes vestidos, hacen el punto de atracción principal de una historia que tiene muy buenas réplicas en el resto de los actores, con una Eva Mendes discreta en sus ademanes, pero con una gran carga sensual que la hacen irresistible, y que se adapta muy bien a la quietud de un comedido Sam Worthington (Michael) que se acopla perfectamente a esa incertidumbre que le atenaza durante toda la película, con una escena en la piscina del hotel donde el magnetismo con Eva Mendes es total, y que en esta ocasión, es acompañado de una confesión muy certera en el desarrollo de la acción. Al otro lado, Knightley y Guillaume Canet se nos presentan como contrapunto del lado más pasional y desconocido de la tentación que representan Mendes y Worthington, pues en su caso, son víctimas de una relación esporádica y nunca cerrada en la ciudad del amor, París. La sucesión de imágenes y circunstancias en las que se desenvuelven, nos llevan a ese punto donde la duda es más profunda, pues caer en los tentáculos de la pasión, en este caso, es hacerlo en la senda del amor perdido y nuevamente recuperado, y que en esta ocasión, no se puede resolver sólo con la solución final del revolcón.
La presencia de Griffin Dunne en la película, nos sirve para tener presente a esa voz de la conciencia que siempre nos acompaña y que se nos presenta en los momentos más inoportunos, para decirnos aquello que no debemos hacer. Lo que no es óbice para que unos y otros se vean atrapados por ese miedo que transita por todos ellos, a través de un mar de dudas que de una forma tan acertada por parte de Massy Tadjedin a la hora de presentarnos la historia que encierra a su film, nos deja las puertas abiertas para que cada uno extraiga las conclusiones que considere convenientes.
Crítica de Ángel Silvelo Gabriel.