Revista Solidaridad

Soluciones bravas. Un ejemplo de inventiva bildeana puesta al servicio de un tullido

Por Aparcamientodiscapacitados


Javier GANCEDO De nuestro corresponsal,Soluciones bravas
Falcatrúas
Al padre de Pepe Torazo le cortaron pierna y media por cosas de la circulación; de la circulación sanguínea, que no iba. La sangre no le llegaba a los pies y hubo que amputar; una verdadera putada, más aún si quien recibe los tajazos resulta ser un paisano residente en Bildeo, donde las caleyas no están preparadas para imposibilitados. Este tipo de vías inviables, por cierto, ha ascendido a la categoría de «barreras arquitectónicas», lo que hay que ver. Aunque las trazaron hace siglos los animales en sus ires y venires, dicen las lenguas de doble filo que si las hubiesen trazado los ingenieros de la diputación hubiera sido peor.
El caso es que dejaron al paisano sin las patas de atrás e incluso cortaron más de la cuenta, porque el pobre hombre perdió también el habla. Resumiendo: lo condenaron a vivir, o a morir, según se mire, quieto parado, sin posibilidad de circular por las pendientes endemoniadas de Bildeo en las que si caes vas al río de cabeza, y mudo, sin derecho al pataleo de poder mentar la madre y los diversos padres de cada uno de los médicos.
Pepe Torazo pensó que su padre poco iba a durar tirado en la cama, pero una silla de ruedas, incluso sin motor, costaba un dineral. Había por casa un sillón grande, de mimbre, que siempre había estado allí, fuera de lugar en una aldea de montaña y como muy en el fondo Pepe es un sentimental, le pasó una bayeta húmeda, colocó un cojín en la posadera, otro en la riñonera y sentó a su padre en él. El paisano no se quejó, pero echaba largas miradas a la portilla de la antojana, situada a unos ocho o diez metros; unas miradas que hablaban por sí solas: «Si por lo menos pudiera estar sentado junto a la portilla, podría ver pasar la gente, saber lo que ocurre en el pueblo».
Así pasaron un par de semanas, con Romualdo, que así se llamaba el padre de Pepe, anclado en el sillón de mimbre, tomando el sol, afalagando al perro. ¡Qué listos son los perros! Desde que volvió el amo sin piernas, no se despegaba de su lado, buscando caricias. Sabía que el paisano necesitaba ayuda y él lo bañaba a lametones.
En sus idas y venidas, Pepe vio en un aparcadero de la carretera general un cargamento de andamios y observó que algunas de aquellas estructuras tubulares iban calzadas con ruedas orientables que giraban locas gracias a una rótula que incorporaban. Descalzó cuatro con la ayuda de una piedra a modo de martillo y aquel mismo día las patas del sillón de mimbre lucieron unas ruedas horriblemente feas y desproporcionadas para tal asiento.
Como medio de impulsión y dirección, Pepe le facilitó a su padre el mango de un garabato e intentó que aprendiera a manejarlo como un gondolero utiliza la pértiga, pero aquella góndola naufragaba sin remisión; avanzaba siempre atravesada y cuando retrocedía era peor porque no paraba hasta estrellarse contra una pared o lo que pillase. El sillón rodaba con gran facilidad, sí, demasiado bien y en cualquier dirección, totalmente ingobernable; tan bien rodaba que el paisano no acertaba a dirigirlo hacia donde él quería y acababa dando vueltas sobre sí mismo, en una especie de tiovivo tragicómico.
Romualdo pasó una mañana remando con el palo, intentando inútilmente controlar el extraño vehículo y cuando vio que su hijo se reía de sus maniobras, le arreó un viaje con la pértiga que le descalabró una oreja. Hasta el perro ladraba furioso viendo a su amo hacer el ridículo. Vinieron algunos vecinos a ver derrapar al paisano y, en lugar de ayudar, le cambiaron el nombre: en lugar de Romualdo, le pusieron «Remando».
Todos metían baza opinando sobre la mejor manera de gobernar la silla giratoria, hasta que llegó Pepe Torazo cargando al hombro la soga del carro, sin uso desde la llegada de los tractores; algunos pensaron que iba a amarrar al padre o algo peor.
-¡Hombre, Pepe, no te pongas así, qué culpa tien el paisano!
Pepe tendió la cuerda entre la portilla y la puerta de casa, dejándola lo más tirante que pudo, a un metro del suelo, como si fuera un pasamanos, anudando ambos extremos a sendas ferraduras espetadas a martillazos entre las piedras de la pared, como se solían colocar antiguamente para atar las caballerías.
-A ver, papa (sin acento en la segunda «pa», como cuando se alude al de Roma), vaya avanzando con la silla agarrándose a la cuerda.
El paisano captó la idea enseguida, fue echando las manos alternativamente y tirando, consiguiendo con alguna dificultad que la silla siguiese la ruta de la cuerda hasta la portilla. Romualdo esbozó una sonrisa de agradecimiento, entre los aplausos del respetable.
Seguiremos informando.
http://www.lne.es/aviles/2013/05/14/soluciones-bravas/1411789.html

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