Revista Opinión

Sombras De Un Diario

Publicado el 21 noviembre 2018 por Carlosgu82

Sombras De Un Diario

Capítulo I
 
La vida se compone de luces y sombras, pero hoy después de cuatro años quizás no pueda afirmar lo mismo. Solo veo sombras por todas partes, los agonizantes destellos de luz que le quedaban a la humanidad se los ha tragado las espesas tinieblas de este inesperado Apocalipsis que ha devorado a los hijos de Dios.

Hoy 14 de diciembre del 2020, a solo dos días de mi cumpleaños, solo tengo a dos seres que están a mi lado, las páginas de este diario y a Pelusa, un cariñoso y peculiar ratón de tamaño mediano con pelaje gris. Si la humanidad fuese como antes, seguro yo sería catalogado de loco por tener a una rata de mascota; pero la verdad es que, gracias a Pelusa, yo no me he vuelto loco. Tengo a alguien a quien amar, a quien atender y proteger.

Hoy comimos arepa y una sardina enlatada, Pelusa se dio un gustazo, nunca le había visto tan contento. Creo que nunca había probado en su vida pescado. Le guardé varias raciones, o mejor dicho varios pedacitos de sardina. Nuestra harina de maíz escasea. Pronto tendremos que salir a las tinieblas de afuera nuevamente y procurar no ser devorados por ellos.

Capítulo II
 
 

16/12/2020.

*

Hoy celebré mi cumpleaños treinta y cinco junto a Pelusa, hice una arepa e imaginé que era una torta con sus velitas, le di un trocito a mi pequeño amigo, acompañado del último pedacito de sardina que le guardé. Me canté cumpleaños, preferiría que me hubiesen cantado mis amigos y mis padres; pero ya no están… como les extraño, cada vez que logro dormir les veo en mis sueños. Si existe un Cielo, espero reunirme con ellos.

A veces quiero pegarme un tiro para estar con mi familia, para no estar más solo, para no llevar esta zozobra que me desgarra el pecho cada día. No me vuelo la tapa de los sesos quizás, por la tonta idea que tal vez el suicidio sea un pecado que me impida estar nuevamente con mis padres y amigos. No soy muy creyente, no puedo afirmar que Dios exista, y todo el cuento aquel de un paraíso y la resurrección; aunque tampoco puedo afirmar que es falso. El amor hacia mis padres y a mis amigos me hace tener un poco de lo que llaman fe. Tengo que resistir, no permitiré que esos engendros me coman o me conviertan en uno de ellos.

Por otro lado, ya solo me queda harina de maíz para dos días, necesito salir y encontrar algo de comer para mí y para Pelusa. Mañana es el día de la búsqueda, ojalá pueda encontrar un mejor refugio también. Al menos mi dotación de papel para escribir está bien y tengo tres bolígrafos, unos en uso que le queda un cuarto de tinta y el resto están nuevos, también tengo un par de lápices grafito, ambos a medio uso.

Actualmente estoy en una oficina abandonada de un viejo edificio que fue del Ministerio de Energía y Minas en Ciudad Bolívar.

Soy de Soledad, una urbe que estaba en pleno crecimiento antes del día terrible y, que solo está separada de Ciudad Bolívar por un río llamado Orinoco. Quisiera poder volver a mi Soledad, pero el Puente Angostura está derrumbado. Conseguir algún pequeño bote o curiara y cruzaré el río a remo.  Sería una obra épica, sin mencionar que más épico sería conseguir la mencionada curiara.

**

Hoy noté a Pelusa algo alterado y preocupado. He aprendido a leer sus chillidos, se cuándo es de alegría y sé cuándo son de alerta o de pánico. Él los puede sentir, deben estar cerca, eso es con seguridad; mi Pelusa no se equivoca. Ayer solo dormí entre tres o dos horas. Tengo mucho miedo de salir a las tinieblas de afuera. Nunca puedo dejar de sentir ese miedo, imagino que debe ser bueno sentirlo, seguro es lo que me protege, lo que me hace ser precavido.

El miedo me empuja a hacerle mantenimiento a mis armas. Hoy pasé una buena parte del día afilando mi machete y un pequeño pero sólido cuchillo. También lubriqué mi pequeña escopeta cañón corto de un solo tiro. Solo me quedan cuatro cartuchos calibre 12, espero no tener que usarlos.

He ordenado todas mis cosas, no son muchas, pero me ayudan a tener algo de comodidad. Tengo una mochila de montañista, no muy grande y está remendada por todas partes; en ella guardo un recipiente de cloro con un litro de capacidad, aunque solo le queda menos de la mitad. Tengo una pequeña olla de aluminio y un vaso de acero inoxidable, un plato de plástico y una cucharilla del mismo material, un trozo de lienzo, un pequeñito recipiente con gasolina en su interior, un yesquero, una gruesa cobija de lana que uso como colchón para dormir y una delgada sábana para arroparme. Tengo un recipiente de refresco cola de dos litros y uno pequeño de 600 mililitros, ambos para colocar el agua que logro potabilizar.

Estoy pensando mucho si salir mañana, porque Pelusa sigue estando algo inquieto, si aumenta la intensidad de sus chillidos tendré que posponer mi salida un día más, el problema es, que no quiero morir de hambre, ni tampoco tener que salir con debilidad extrema en mi cuerpo.

Capítulo III
 
17/12-2020.

Finalmente logré salir al otro día. Pelusa se calmó, lo que me dio confianza para salir de la oficina. A mi pequeño amigo le hice una especie de bolsito koala con una media vieja y unas cabuyas. Su bolsito de viaje queda ajustado entre mi cuello y mi cuerpo, quedando a la altura de mi pecho. Mi Pelusa parece un bebecito… ¡Carajo! Cuánto le quiero.

Antes de salir de la vieja oficina, verifiqué todas mis cosas por última vez. Me ajusté mi machete a mi cintura en una especie de vaina que hice con tela de jean, mi cuchillo lo coloqué a mi pantorrilla, en una vieja vaina de cuero, cerca de mi tobillo. La escopeta la puse al lado izquierdo exterior de mi mochila. Desayuné una arepa, le di un pedacito a Pelusa, tomamos algo de agua y salimos a las tinieblas de afuera.

Recorrí parte del barrio Virgen del Valle y me topé con un Iglesia grande abandonada que fue de los denominados mormones. La cerca estaba tumbada en una de sus esquinas, así que entré con facilidad. Tenía que entrar en esa iglesia que se componía de dos naves adyacentes. Esperaba encontrar agua en algunos de sus tanques, algo de papel y cualquier otra cosa que me fuese útil. Pero me preocupaba mucho toparme con alguno de ellos, quizás hubiesen tomado el sitio como guarida; igual tenía que tomar el riesgo. Pelusa estaba calmado… buen indicador.

Llegué a las entradas principales de las dos edificaciones, uno de los lados parecía ser donde se reunían en su especie de misa o algo así. La puerta estaba cerrada, pero había una abertura en una de sus amplias ventanas, decidí entrar por allí, saqué mi escopeta y empecé a recorrer el lugar con mucha cautela. Eran dos grandes salones, estaban llenos de polvo y telarañas, casi no tenía nada, habían sido saqueado. En uno de sus salones yacía un gran banco de madera, era el único y, en el púlpito había restos de cables. La madera del banco me permitiría cocinar y hervir agua, el cojín de ese gran asiento había sido desgarrado en su totalidad. Pero tenía un inconveniente, yo sólo no podría cargar con ese banco por allí, tendría que arrastrarlo y haría mucha bulla por las calles. Si me quedaba a picar una parte con el machete, haría mucho ruido también y agotaría las escazas fuerzas que tengo, sumado a que me deshidrataría. Por ahora desistí, solo tomé un puñado del poco de cable que quedaba en el púlpito.

Salí de ese edificio y me dirigí hacia la otra nave, me acerqué a la puerta y estaba violentada. La abrí, el lugar también estaba lleno de polvo y tenía un gran pasillo que conectaba a un conjunto de lo aparentaban ser salones de clase. Pelusa estaba tranquilo, pero aun así no me confiaba. Ese lado de la iglesia estaba totalmente saqueado, solo paredes y piso, más nada. Edificaciones como estas tienen los tanques de agua en algún lugar no visible, o estaba de manera subterránea o estaba en la parte superior, entre el techo raso y el techo exterior.

— ¡Bingo!—dije. Allí estaba el tanque, en la parte superior. Subí por una escalerilla, quité la tapa y alumbré con mi yesquero. Nada, seco cómo los médanos de Coro. Qué decepción.

Finalmente salí de esa iglesia. Me fui con un puñado de cable y con el conocimiento de que allí había madera.

Tomé la avenida Libertador, ya me empezaba a cansar y a deshidratar. Hice una pausa en mi caminata, tomé la botella grande de cola y bebí dos sorbos de agua, puse agua en la tapita de Pelusa y éste tomó a placer.

—Con calma torito, con calma, que no tenemos mucha—le dije a mi compañerito, acariciando su peludita cabecita, él estaba dentro de su pequeña bolsa de media, pero con su cabeza descubierta.

“CHILLIDOS DE PELUSA”… Fueron muy fuertes, saqué mi pequeña escopeta y le monté el martillo, lista para disparar. A mi lado estaba una vieja y larga cerca de alambres de ciclón. Era la vieja cerca que en un tiempo delineaba la zona militar de la ciudad. A mi frente la avenida y lo que fue la urbanización Vista Hermosa. Al menos la cerca protegía mis espaldas, o también significaría quedar acorralado.

Seguí avanzando con mucha precaución, me dirigía hacia la parte baja de la ciudad. Después de caminar unos cuarenta metros los pude ver, estaban a unos doscientos metros de mí. Eran menos de diez, parecía que devoraban algo, una persona o un perro quizás. Pelusa empezó a chillar más fuerte, así que me vi obligado a meterlo completo en su bolsa y la cerré con un viejo cordón de zapato. Vi hacia atrás de la avenida; nada en esa parte, luego me dirigí con rapidez hacia Vista Hermosa, por la parte de los pequeños edificios de cuatro pisos. Pelusa se calmó tan solo un poco.

Aproveché para revisar uno de los edificios y refugiarme allí. Escogí el que estaba más próximo a la avenida, tenía la intención de usarlo también como una torre de vigilancia, así podría ver si había más infectados cerca de esa zona.


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