Julio 14, 2014
Sombras del Paraíso
por: Arturo NeimanisCAPITULO XXIIEntre Luces y SombrasViví cerca de veinte años con los indios Hopi, antiguos habitantes de la meseta central de los Estados Unidos. Conocí sus costumbres y tradiciones que se adentran en lo más profundo de la prehistoria, pero no en su actual emplazamiento, sino en un lejano territorio que los Hopi llamaban Kasskara, y que fue víctima de guerras y cataclismos que casi exterminaron a toda su raza.
Para ellos, la historia de la Humanidad está dividida en períodos que llaman Mundos, los cuales están separados entre sí por terribles catástrofes naturales: el primer mundo sucumbió por el fuego, el segundo por el hielo y el tercero por el agua. Nuestro actual mundo, que es el cuarto según sus profecías, está tocando a su fin, y dará paso a uno nuevo en un futuro no muy lejano. En total, la Humanidad deberá recorrer siete periodos.
Afirman, que sus antepasados fueron visitados por seres procedentes de las estrellas que se desplazaban en escudos volantes o pájaros tronantes, y dominaban el arte de cortar y transportar enormes bloques de piedra, y construir túneles e instalaciones subterráneas. Estos salvadores eran los katchinas, que significa Sabios, ilustres y respetados. Ellos, Los katchina, lograron poner a salvo a su pueblo de uno de estos cataclismos, y de ellos aprendieron a observar las estrellas, cortar raíces, aplicar leyes y toda una larga lista de actividades. Se multiplicaron como pueblo, y de ellos surgieron nuevos clanes y naciones que se extendieron por toda América. Los katchinas ayudaron a los elegidos a trasladarse a nuevas tierras.
Este hecho marcó el fin del tercer mundo y el comienzo del cuarto. La población, de acuerdo con el recuerdo tradicional de los Hopi, llegó a la nueva tierra por caminos diferentes: los seleccionados para recorrerla, inspeccionarla y prepararla, fueron llevados allí por aire, a bordo de los escudos de los katchinas. El resto tuvo que salvar la enorme distancia a bordo de embarcaciones. Es preciso aclarar que, desde el primer mundo, los humanos estaban en contacto con los katchinas. Eran seres visibles, de apariencia humana, que nunca fueron tomados por dioses, sino solamente como seres de conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Eran capaces de trasladarse por el aire a velocidades gigantescas, y de aterrizar en cualquier lugar. Dado que se trataba de seres corpóreos, precisaban para estos desplazamientos de unos artefactos voladores que recibían diversos nombres. Los katchinas, ya no existen en la Tierra. Un día les dejaron, regresaron a las estrellas y los pueblos olvidaron las enseñanzas de sus maestros. Los Hopi, como fieles seguidores de las tradiciones de sus antecesores, continúan esperando el regreso de sus maestros para cuando termine el mundo actual. Según ellos, las primeras señales proféticas anunciando el retorno de sus maestros ya están apareciendo.
Es más fácil para la mente humana concebir la llegada de un ser de otro planeta que entender que puedan coexistir diferentes planos de existencia en el mismo espacio y tiempo, por eso, tanto los Ángeles como los Demonios que nos han visitado corpóreamente han sido vistos como manifestaciones extra planetarias completamente desvirtuados de la realidad.
Mi estadía con los Hopis fue realmente provechosa para saber porque el continente, en mi tiempo, estaba como aislado de la corriente obscura que parece estar inundando el resto del planeta. Son un pueblo iluminado, no encontré ninguna sombra viviendo entre ellos en los veinte años que permanecí a su lado y por el contrario, pude identificar a muchísimos de los entes de luz que habrían de marcar el próximo futuro de la humanidad. Grandes Artistas, científicos, humanistas, filósofos. Todos ellos desfilaron ante mí deslumbrándome con la riqueza espiritual de esta cultura.
Lamentablemente no me es posible retroceder más en el tiempo, no he podido contactar a los katchina, los antiguos maestros del pueblo Hopi, aunque tengo la corazonada que deben estar relacionados con la raza a la que llamamos Ángeles.
Con suma tristeza deje a los Hopis y avance en el tiempo hasta que logre establecerme por allá en el mil trescientos en el corazón del imperio Azteca, la época de mayor esplendor de Huitzilopotchl, dios tutelar de su imperio. El Demonio mismo, o al menos así lo vieron los españoles que lo llamaron nigromante, amigo de los diablos, inventor de guerras y enemistades y causante de muchas muertes. Créanme, se quedaron cortos, era todo eso y mucho más.
Me residencié en Tenochtitlan, su más importante centro ceremonial. Allí se efectuaban las ofrendas de sangre de los guerreros capturados en combate. Algo por completo diferente de cualquier cosa que hubiese visto hasta la fecha. Cierto que, por ráfagas, las antiguas civilizaciones del Éufrates, algunas en Asia, otras en Mesopotamia, ofrecían sangre humana a los dioses, pero en el caso de los Aztecas, era completamente diferente. Usaban a los dioses sólo como excusa para tal masacre, la disfrutaban, y la mayoría, me atrevería a asegurar que más de las tres cuartas partes de la población, ¡eran sombras!, en los años que permanecí en aquel lugar, nunca, absolutamente nunca, vi que el sacrificado no fuese un ser de luz. Las sombras no sacrifican sombras, se oye incluso lógico si lo pensamos bien. Fui testigo de atrocidades que ninguna mente por más enferma podría siquiera imaginar. Ante ellos, Hitler quedaba como un niño de pecho y Stalin como un simple aficionado.
Aquí me encontraba ante la plana mayor de las sombras, percibía su presencia en una forma abrumadora, ¡en verdad me hallaba en el país de las sombras!, sin duda, ¡yo podía sentirles, y ellos a mí!
Literalmente Salí corriendo de allí cuando me sentí descubierto, tuve temor, un miedo indescriptible caló en todos mis huesos y simplemente corrí, corrí hasta que ni yo mismo sabía en dónde ni cuándo me encontraba. Corrí y no deje de hacerlo hasta que no tuve la certeza que no había una sola sombra cerca de mí a muchos kilómetros a mi alrededor. Sólo entonces me detuve, y aun así lo hice conteniendo mi aliento, tal era el terror que había invadido mi ser cuando me sentí descubierto por tan malignas presencias. Ya más calmado y después de mucho meditar no pude dejar de asombrarme por tan atávica reacción de mi parte, después de todo, no creo que puedan dañarme, ¿ya estoy muerto no?, o tal vez si, tal vez haya algo peor incluso que la muerte proviniendo de ellos.
Un esbozo de teoría ha venido conformándose en mi mente, por alguna razón que aun desconozco, mucho, mucho tiempo atrás, las puertas que unen a nuestros mundos permanecieron abiertas, lo suficiente para permitir un activo intercambio entre las razas, por lo menos en el caso de los Ángeles así lo parece, si no ¿Por qué tantas culturas sitúan el origen de los conocimientos que permitieron el inicio de la civilización atribuyéndolo a seres superiores que los dieron a la humanidad como una especie de regalo?, ¿es casualidad que avances tan significativos como la agricultura hayan aparecido “espontáneamente” casi al mismo tiempo en tantas partes del mundo. Además, me da la impresión que el acceso a esos mundos tiende a alternarse, los picos de luz y de sombras parecen estar sometidos a un ciclo como el del día y la noche. Debo reflexionar más sobre este punto, allí pueda ser que tal vez logre encontrar una pista que me permitir saber cómo podemos combatir a las sombras.
Continuará...