Revista Cine
¿Por qué volver a Sombras en el Paraíso (Varjoja paratiisissa, Finlandia, 1986), cuarto largometraje de Aki Kaurismäki? ¿Por qué no? En estos días de vacaciones no hay nada mejor que refugiarse en la re-visión de cintas imperdonablemente olvidadas.
Debí haber visto Sombras en el Paraíso hace más de dos décadas, pero debo confesar que recordaba poco de ella. O, para ser precisos, creo que su trama la tenía confundida con otras similares en la ya larga carrera del cineasta finlandés. Y es que, al igual que muchos otros cineastas -pienso a bote pronto en Woody Allen, Claude Chabrol, Pedro Almodóvar-, Kaurimäki ha hecho más o menos la misma película con distintas variaciones que, dado el caso, pueden ser más o menos logradas.
Sombras en el Paraíso -que ha sido programada en muchas ocasiones en la televisión cultural mexicana- es la primera película del trío fílmico que ha sido bautizado como "La Trilogía Proletaria" y que está formada, además de Sombras..., por Ariel (1988) y La Chica de la Fábrica de Cerillos (1990). En estos tres filmes -y de hecho, en prácticamente toda su filmografía, para ser francos- los personajes son más o menos los mismos o provienen del mismo estrato: son empleados del más bajo nivel, cajeras con cara de perpetua aburrición, personajes cuyo máximo deseo es morir "detrás de un escritorio" en lugar de "al lado del camión de la basura". En este territorio deprimente de seres alienados, Kaurismäki se niega a deprimirse: algunas de sus tramas podrían haber servido para un profundo drama psicológico bergmaniano pero el finlandés opta, en contraste, por un humor impasible, casi keatoniano.
Nikander (el actor habitual de Kaurismäki, Matti Pellonpää) es un empleado basurero que tiene deseos de salir del hoyo: estudia inglés por las tardes y acepta la propuesta de un viejo compañero de trabajo (Sakari Kuosmanen) para iniciar juntos una pequeña compañía de recolección de basura: basta tener cinco camiones y un préstamo del banco para empezar a vislumbrar otra vida mejor. Por desgracia, el sueño compartido se va al caño: el futuro socio tiene la muerte que no deseaba -al lado de un camión de la basura- y Nikander se ha quedado más solo que nunca. Su única oportunidad vital es su acercamiento a Ilona (la otra habitué de Kaurismäki, Kati Outinen), una lacónica cajera de un supermercado.
Sombras en el Paraíso se mueve en los terrenos del melodrama social, la comedia romántica y el film-noir americanos, pero la traducción que hace de estos signos genéricos Kaurismäki es extremadamente original. El jazz que se escucha en la banda sonora, la titubeante historia de amor, la solidaridad con los desplazados, el final genuinamente esperanzador, nos remiten sobre todo al cine hollywoodense de los años 30/40 -pienso en el cine social de la Warner-, pero aquí no hay glamour de ninguna especie: Pellopää no es Bogart ni Muni y aunque Outinen sí da el aire castigador de una Bacall muy traqueatada por la vida, tampoco su apostura se presta a las comparaciones.
Sin embargo, insisto, algo de esa impronta moral del cine de la Warner de los 30/40 -ese retratar la vida del hombre común, esa solidaridad con los desplazados- se nota en Sombras en el Paraíso. Incluso la accidentada historia de amor es vista no tanto con sorna sino con un humor amable, acaso conmovido -Nikander se presenta ante Ilona como "excarnicero, ahora chofer de camión de basura", la invita a una cita romántica que termina en un pringoso bingo de cuarta- que termina en la más alta nota posible: en un acto de amor puro, bravo, valiente, por parte de Nikander. Ilona no pudo haber encontrado un partido mejor. No en el cine de Kaurismäki, por lo menos.