Revista Opinión

Sombras que nunca desaparecen: los servicios de inteligencia rusos

Publicado el 02 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Muchos creen que el antiguo KGB desapareció junto con la Unión Soviética, pero no fue así. A lo largo de los años, la organización ha ido reestructurándose en nuevas agencias y aumentando su influencia política, hasta el punto de situarse en la más alta cúspide del poder en el Kremlin. Aunque esta trayectoria esté sembrada de oscuros interrogantes, tan misteriosos como su futuro más próximo. 

Para el imaginario colectivo, los servicios de inteligencia rusos evocan una serie de agencias extraordinariamente burocratizadas y controladas, con unos agentes impasibles y meticulosos que, desde las sombras, dirigen los más oscuros entramados del Kremlin. Sin embargo, muchos analistas apuntan a que esta idea no es más que una quimera.

En realidad, los servicios de inteligencia herederos del KGB son elementos sustanciales de la Federación de Rusia, hasta el punto de confundirse en ocasiones con el propio Estado. Muchas de las personas más cercanas e influyentes al actual presidente Vladimir Putin son conocidas como siloviki, ‘la gente en el poder’, e incluso algunos de ellos se denominan a sí mismos chequistas en recuerdo de la antigua policía militar bolchevique, más conocida como la Checa. Esto resulta especialmente relevante, dado que algunas de las instituciones estatales de política exterior y seguridad —como los ministerios de Relaciones Exteriores y de Defensa, o el Consejo de Seguridad— han quedado relegadas a meros órganos consultivos. La última palabra y aplicación corresponden al presidente y a su círculo más íntimo.

Esto no siempre ha sido así. El servicio de seguridad del KGB soviético era poderoso, capacitado para desplegar métodos de espionaje, subversión y desestabilización, pero férreamente sometido a la cúspide del poder político. El aparente equilibrio comenzó a desmoronarse al ritmo que lo hizo la Unión Soviética. Durante los mandatos de Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, el país atravesó uno de los momentos más vulnerables de su historia, y las agencias no escaparon de esta realidad. La llegada a la presidencia de Vladimir Putin, con sus aspiraciones reimperialistas, ha revitalizado a la comunidad de inteligencia y seguridad dotándola de mayor poder y autonomía, hasta el punto de ser capaces de reinterpretar el orden internacional establecido.

El (aparente) ocaso del KGB

Durante la etapa soviética, existían dos agencias de inteligencia y seguridad. Por un lado estaba el Comité para la Seguridad del Estado —más conocido como KGB—, que manejaba todo, desde el espionaje en el extranjero hasta operaciones de seguridad nacional; por otro lado se encontraba el Departamento Central de Inteligencia —conocido como GRU—, responsable de la inteligencia militar.

A finales de la década de los ochenta, la Federación de Rusia atravesaba una situación económica y social devastadora. El jefe de Estado, Mijaíl Gorbachov, desarrolló una serie de reformas encaminadas a modernizar la economía y las estructuras políticas del país. Viendo amenazada su monolítica existencia, durante el verano de 1991, algunos dirigentes del KGB —Vladimir Kriuchkov y Viktor Grushov, presidente y número dos de la agencia, respectivamente—, junto con otros miembros del Gobierno, prepararon un intento de golpe de Estado y depusieron a Gorbachov durante tres días. Con el jefe de Estado de vuelta, el resultado de la operación evidenció el declive de la agencia como poder hegemónico en la sombra y contribuyó aún más al colapso de la Unión Soviética.

El fracaso del golpe había dado al Gobierno una oportunidad histórica para desmembrar al KGB. La solución de Gorbachov fue disolver la junta directiva de la organización, arrestar a sus dos principales implicados y diseminar a cerca de 500.000 agentes en diversas instituciones estatales. Pero estos cambios en realidad fueron más “superficiales y cosméticos”, como reconocería el Boris Yeltsin dos años después. La razón que se exponía para mantener a exmiembros del KGB en puestos de alto rango del Gobierno era su alto conocimiento de las estructuras políticas, su nivel de disciplina y su capacitación mental. De hecho, fue durante la Administración de Yeltsin cuando se implementó el sistema legal mediante el cual el presidente podía controlar directamente a los órganos de poder de estas agencias.

Vídeo: “La historia de la KGB”, A. Aizenberg y M. King Kaufman, 1994

Sombras que nunca desaparecen: los servicios de inteligencia rusos
Por su 62.º cumpleaños, el presidente Putin fue homenajeado con una exposición de cuadros de estilo griego antiguo en los que aparece retratado como el semidiós Hércules. En la imagen, un hercúleo Putin lucha contra la hidra de las sanciones. Fuente: Ceticismo Político

Deconstrucción de una agencia

El Gobierno de Yeltsin reculó en sus intentos de reestructurar las agencias de inteligencia ante las continuas presiones de los veteranos de la organización. No obstante, las reformas se iniciaron y el KGB se disolvió oficialmente el 3 de diciembre de 1991, con sus diversos directorios disgregados en nuevas agencias de inteligencia.

En términos generales, existen cuatro direcciones primordiales dentro de la comunidad de inteligencia rusa. La más poderosa es el Servicio Federal de Seguridad (FSB por sus siglas en ruso), sucesor directo del KGB. Entre sus funciones se cuentan las operaciones de espionaje y contrainteligencia, seguridad nacional y de fronteras y también acciones de vigilancia y antiterrorismo. Su actual director, Alexander Bortnikov, y su predecesor, Nikolai Patrushev —actualmente presidente del Consejo de Seguridad—, forman parte del círculo íntimo del presidente Putin, que también fue presidente del FSB durante apenas un año, en 1998.

Por otra parte, la Primera Dirección del KGB pasó a denominarse Servicio de Inteligencia Extranjera (transliterado del acrónimo ruso como SVR); junto al GRU, gestiona la actividad de oficiales de inteligencia bajo cobertura diplomática dentro de las embajadas. No obstante, hay diferencias importantes en la estructura y mentalidad entre ambas agencias. El SVR se identificaría con un papel más tradicional de análisis y apoyo técnico, mientras que en el GRU aún persisten reminiscencias de su pasado militar. Cuenta con una amplia cartera de activos y capacidad de obtención de imágenes del campo de batalla vía satélite, además de aglutinar las Spetsnaz —comandos de fuerzas especiales, que a su vez tiene otras subdivisiones—. Es interesante destacar que, aunque el GRU forma parte del aparato del Estado Mayor, goza de un alto grado de autonomía operativa y su jefe puede contactar de forma directa con el presidente.

El Servicio Federal de Protección (FOE), que incorpora al Servicio de Seguridad Presidencial (SBP), es la última de las principales agencias. Su función es suministrar guardaespaldas y miembros de seguridad al presidente, además de proteger a figuras y ubicaciones importantes del Gobierno. En los últimos tiempos, sus actividades se han ido ampliando y diversificando; actualmente, el FOE es el encargado de vigilar a las mismas agencias de seguridad e inteligencia.

A pesar de los intentos por sistematizar y repartir las funciones de cada dirección, en la práctica es corriente que se presenten errores de coordinación entre las agencias. Por un lado, es consecuencia de una excesiva burocratización en los sistemas de intercambio de información. Por otro, en ocasiones la ambigua delimitación de las obligaciones de cada servicio ocasiona que los agentes ejecuten labores que no les corresponden, con el consiguiente retraso o fracaso en los resultados finales.

Por ejemplo, en Ucrania, antes de la caída del presidente Viktor Yanukovich en 2014, el SVR trabajaba en el terreno como un país extranjero, pero también lo hacía el FSB como si se tratara de una misión de carácter nacional. A pesar de su influencia en las estructuras políticas y policiales ucranianas, ninguna de las dos agencias pareció prever el levantamiento de Maidán. La ira de Putin cayó directamente sobre el SVR, mientras que el FSB no solo salió más airoso, sino que su coronel general destinado en Kiev, Sergei Beseda, aprovechó para reclamar la primacía de la agencia.

Para ampliar: “La hidra de Putin: dentro de los servicios de inteligencia rusos” (en inglés), Mark Galeotti en European Council on Foreign Relations

Sombras que nunca desaparecen: los servicios de inteligencia rusos
Agentes de las Spetsnaz en Daguestán, 1999. Fuente: Wikicommons

 Intereses enfrentados

Puede deducirse que, a pesar de compartir un discurso en defensa de la patria y una visión de la “amenaza occidental”, la solidaridad y la coordinación entre las agencias desaparece tan pronto como se presentan oportunidades para ganar influencia o también beneficios económicos. El prestigio político de los siloviki se ve a menudo respaldado por empresas estatales, que terminan siendo asimismo el destino de algunos funcionarios.

El ejemplo más destacable es el de Igor Sechin, antiguo oficial de inteligencia y actual presidente de Rosneft, la compañía petrolera más importante de Rusia. Sechin es uno de los hombres más cercanos al presidente Putin y todavía es considerado el líder siloviki a pesar de haber pasado a otro plano de la escena. Pero no es el único ejemplo: Alexey Gromov, secretario de prensa de Putin, tiene un asiento en el consejo de administración del Piervy Kanal, el principal canal de televisión de Rusia. Sergei Chemezov, antiguo compañero de Putin durante su trayectoria en el KGB, desempeña el cargo de director general de Rosoboronexport, una de las principales compañías de fabricación y exportación de producción industrial. Y el listado sigue.

El resultado es una cultura de corrupción generalizada que afecta a todas las agencias. E incluso gozan de cierto reconocimiento, en cuanto que un gran número de ciudadanos —el FSB cuenta con el apoyo del 60% de la población— entienden que la actuación de los siloviki se puede alinear con los intereses del Estado.

Para ampliar: “La reforma de los servicios de inteligencia en Europa oriental”, Carlos Maldonado Prieto en Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad

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El presidente Vladimir Putin en un encuentro con el director ejecutivo de Rosneft, Ígor Sechin. Fuente: Kremlin

Cómo se trabaja

Las operaciones más controvertidas desarrolladas por los servicios de inteligencia son las “medidas activas” —acciones encubiertas— llevadas a cabo en el extranjero. Esta categoría englobaría actos de apoyo a distintos grupos sociales o partidos políticos afines, ciberataques masivos u homicidios selectivos contra sujetos contrarios al régimen. Todo ello bajo el pretexto de la constante amenaza de Occidente u otros enemigos contra Rusia y el deber cuasidivino del Kremlin de proteger a sus compatriotas rusos más allá de sus fronteras, dos ideas esenciales para justificar su política exterior.

Es un hecho que las victorias electorales de países aliados pueden interpretarse como triunfos nacionales. Dentro del ámbito europeo, Moscú aplica el principio “El enemigo de mi enemigo es mi amigo” y se enfoca en reforzar vínculos con los partidos euroescépticos y antiliberales, aunque se reconozcan abiertamente xenófobos, homófobos y violentos. Ejemplo de ello sería la concesión de nueve millones de euros que el First Czech-Russian Bank le hizo al Frente Nacional de Marie Le Pen a cambio de que la líder reconociera a Crimea como territorio de la Federación de Rusia si ganaba las elecciones. Además, partidos como UKIP (Reino Unido), el Partido Nacional Democrático (Alemania), Jobbik (Hungría) o Amanecer Dorado (Grecia) mantienen vínculos de afinidad y potencial cooperación con el Kremlin.

En el lado oscuro de la diplomacia se contarían las actividades subversivas dirigidas contra miembros o grupos opositores, ejecutadas generalmente mediante ataques cibernéticos —en los que el FSB es especialmente activo— combinados con campañas de desinformación y difusión propagandística. El acontecimiento más reciente de este tipo —en palabras, algo exageradas, de un exjefe de la CIA, “el equivalente político del 11S”— ha sido la filtración de los correos de la candidata demócrata Hillary Clinton durante su carrera electoral hacia la Casa Blanca. Aunque la injerencia cibernética en países extranjeros no es nueva ni tampoco un invento ruso, los analistas sí coinciden en señalar que la llamada ciberguerra forma parte de la guerra híbrida que el Kremlin está librando contra Occidente.

Para ampliar: “Los servicios de inteligencia rusos”, Julia Pulido Gragera, 2010

Por otra parte, Moscú no escatima en recursos para cumplir con su deber de proteger a sus compatriotas y reafirmarse en su papel como Tercera Roma, especialmente en la órbita de las repúblicas exsoviéticas. En un cable del Gobierno estadounidense filtrado por Wikileaks se detalla cómo diversas operaciones combinadas entre el GRU y el FSB se dirigieron a desestabilizar la región de Osetia del Sur con el objetivo de que el presidente, Mijeíl Saakashvili, diera el primer paso oficial al declarar la guerra en agosto de 2008. El documento señala a un oficial del GRU, Anatoly Sinitsyn, como responsable de un ataque con coche bomba contra una comisaría de Gori, la ciudad georgiana más grande colindante con Osetia del Sur. También destaca la declaración que un oficial del FSB hizo a su homólogo georgiano al afirmar que el objetivo de Rusia no era Abjasia u Osetia del Sur, sino toda Georgia.

En el extremo más excesivo de las medidas para combatir a los enemigos del Kremlin se cuentan los homicidios selectivos. El caso más polémico fue el asesinato en 2006 del opositor y exagente del KGB y FSB Aleksandr Litvinenko con polonio-210 tras recibir asilo político en Reino Unido. Cabe recordar que la misma sustancia fue utilizada para envenenar al presidente ucraniano Viktor Yushchenko durante la campaña electoral contra el entonces primer ministro Yanukovich.

En sus publicaciones, Litvinenko acusaba directamente al Kremlin y a los servicios de inteligencia de haber allanado el camino a la presidencia de Putin orquestando una cadena de explosiones de edificios residenciales moscovitas que dejaron 293 muertos y cuya autoría achaca a supuestos terroristas chechenos. La investigación, dirigida por el juez británico Robert Owen, ha concluido que “probablemente” Vladimir Putin aprobó el envenenamiento de Litvinenko a manos de Dimitri Kovtun y Andrei Lugovoi, dos exagentes del KGB que en la actualidad trabajan en empresas privadas de seguridad.

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Protestas masivas en la Plaza de la Independencia —Maidán— en Kiev (2014). Fuente: Sasha Maksymenko (Flickr)

Hacia un KGB 2.0

Han pasado 25 años desde la disolución oficial del KGB, pero el alma de la organización no solo sigue activa, sino que quizá nunca terminó de desaparecer. En septiembre del pasado año, tras la victoria parlamentaria de Rusia Unida, el diario Kommersant publicaba que Moscú planeaba potenciar aún más los servicios de inteligencia y seguridad mediante la creación de “un nuevo Ministerio de Seguridad del Estado”. La nueva institución aglutinará bajo un mismo mando al FSB, SVR y FOE y recuerda incluso en el nombre al Ministerio de Seguridad Estatal creado por Iósif Stalin en 1946. El nuevo diseño responderá al deseo del presidente de recrear una comunidad de inteligencia mucho más centralizada y personalista, con un círculo de aliados más definido. Según el investigador praguense Mark Galeotti, “ya no habrá servicios de inteligencia fuera del servicio de inteligencia”.

Pero, a pesar de lo impactante del anuncio y de que parezcan sonar a lo lejos tambores de una próxima guerra fría, lo cierto es que es poco probable que pueda darse un escenario de confrontación abierta entre Rusia y Occidente. Básicamente, porque al Kremlin no le interesa abrir un frente directo con ningún país miembro de la OTAN. La Federación sigue siendo una gran potencia pobre, cuyo reconocimiento y resurgir global se basa más en los aciertos —o desaciertos— internacionales del presidente Putin que de su gestión nacional, y nadie duda que la comunidad de inteligencia será un pilar esencial para tal proyecto. Por ello, Occidente debe encontrar el equilibrio apropiado entre su propia protección y la determinación para hacer frente a las injerencias rusas o de cualquier otro país. Pero cabría preguntarse de cara al futuro por qué intereses deben velar los servicios de inteligencia: por los de sus ciudadanos o los de sus gobernantes.


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