Revista Sociedad

Sombrillas anodinas

Publicado el 19 julio 2022 por Salva Colecha @salcofa

El otro día andaba suelto por el paseo marítimo y me dio por fijarme en los habitantes de las sombrillas. Había gente de todo tipo y claro, uno empieza a pensar en cómo serán sus vidas, qué harán en su estado normal, si tendrán familia, si habrán hipotecado un riñón para estar ahí, asándose al sol o refugiados bajo la escasa sombra de esos parasoles nuevecitos a estrenar, no vaya a ser que pensemos que no les da para mucho. Porque, oye, en eso de las sombrillas también hay mucho postureo, las modas cambian y mucho. Si el año pasado se llevaban topos, este año rayas.. y así como todo. Parece mentira pero las sombrillas dicen mucho de los que las usan. Cuando llegas a la playa reduces todo tu mundo a lo que cabe bajo la sombra de ese paraguas gigante, hay quien es un verdadero experto, hay quien enseña todas sus posesiones en dos metros cuadrados en un alarde exhibicionista de poderío y otros, recatados, que plantan el mástil y no llegan ni a abrirlas, algún experto podría escribir un tratado al respecto, ahí lo dejo. Menos mal que de vez en cuando ves una sobrilla con solera que te recuerda donde estás, ayer me encontré una de una marca de helados que hace unos veinte años que desapareció. Me dieron ganas de bajar a la playa, aplaudir a su usuario y postrarme en dos. Ya te digo, toda una declaración de intenciones en mitad de un mar de sombrillas y toallas anodinas.
Pero había otra cosa que si que se repetía en todos los casos. La gente no miraba a su alrededor, nadie ponía esa música horrorosa porque ese es otro detalle que hace saltar las alarmas, hace varios años que no padecemos «la canción del verano» esa machacona que acaba metiéndose en tu cerebro a base de repetición y decibelios. En la playa todo el mundo repetía los mismos gestos, todo quisque se mantenía centrado en la pantallita del móvil, todos hacían la misma foto de sus pies bronceados y la colgaba en Instagram porque en este mundo en el que nunca hemos estado más conectados, jamás hemos estado tan solos. Necesitamos contar al mundo donde estamos y que lo estamos pasando en grande. Pero, ¿de verdad es eso? ¿No será que necesitamos ocultar nuestra realidad y seguir el guion establecido en el que se nos obliga a aparentar ser felices para que no nos caiga un “unfollow”? Párete a pensarlo. Puede que hayamos caído en la desgracia de estar viviendo una vida “para los otros” y olvidando nuestra propia existencia. Puede que en esta sociedad hiperconectada en el que todo está a golpe de click vivamos para contarlo pero no para vivirlo. Muy práctico pero que nos cuesta un riñón, el precio es nuestra propia existencia, en vaciarla de contenido, en ser un mero escaparate de una tienda. En ser como los edificios esos que sólo son fachadas de madera de las películas antiguas. Nada es gratis.
Todo recuerda demasiado a Orwell y su Neolengua en la que otros son los que juzgan y dan significado a lo que dices. Al final no hacía falta llegar a tanto para controlarlo todo, bastaba con crear las Redes Sociales y controlarlas para distorsionar nuestra realidad y hacernos creer lo que sea, somos fotógrafos en Instagram, expertos en Twitter… lo creemos y vivimos pendientes de los otros. Al borde de la frustración en un mundo en el que todo es o blanco o negro en el que ya no sabemos distinguir muy bien entre la realidad y el postureo.
Estaría bien que ahora que llegan los días de verano intentemos sacar nuestra sombrilla vieja, la que nos hace diferentes y enseñarla con orgullo. Intentemos juntarnos con nuestros amigos, saludar a los conocidos, quedar en el malecón, recuperar las tardes de puestas de Sol, los ratos de playa y los momentos de sonrisas de verdad… ¿Y si este verano intentamos vivir?


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