Revista Cultura y Ocio
Quizá la palabra más hermosa que hayamos perdido sea confianza. No lo hay o la hay de un modo protocolario, sin el eco de las palabras nobles, de escaso afecto por la veracidad, vendida como un objeto, usada sin respeto. No es solo el desencanto en lo político sino también una pereza por lo social. No cabe paradoja mayor: en el reino de lo viral, en la trama infinita de las redes sociales, en ese limbo falso y perfecto, cuando todo está a mano y la realidad es un código en una línea de texto, el hombre se banaliza, se expande como nunca, se escinde en hombres intercambiables, huecos, sin hondura, vaciado de contenido, huérfano de la emoción y del asombro con la que se forjaron otras revoluciones culturales. La de hoy es viral, esto es, huidiza, áspera e informe. No es que la oferta supere a la demanda, en términos estrictamente comerciales, sino que no hay demanda. Todo es oferta, pero una oferta ligera, majestuosa en tramos, cómo no, pero espídica. Lo que estamos perdiendo y lo que probablemente no recuperemos es la construcción artesanal de la realidad, ese grado de confianza en lo que nos rodea. Todo es pasajero, todo es volátil, nada cuaja: no está en su naturaleza aposentarse, sino avanzar, no fijar una casa, no la hay, todo es camino, somos seres de lejanía, como dejó escrito, en otro sentido, Umbral. Tampoco sabemos qué nos deparará el futuro, por más que tengamos noticias fiables, previsiones. Será más hueca que ésta, tendrá menos volumen y más extensión. Llegará a todas partes, pero no hará cuartel en ninguna. Las tradiciones, las que uno comparte y las que no, se irán, tienen su fecha de caducidad escrita al dorso, las arrumbó la fibra óptica, el tendido vastísimo de logaritmos y de nubes. También estaremos más solos. Cuando seamos más, menos gente tendremos a la vera, aunque podamos saber más de lo que hacen los otros, dónde están o qué aspecto tienen. Lo que no tendremos es el calor, esa sensación humanísima de proximidad y de afectos. A eso acabaremos renunciado vía whatsapp y otros artefactos de (paradójicamente) incomunicación masiva. Todo lo fiamos a él, en él depositamos la continuación de las amistades, prescindiendo de la voz, guardiana de los abrazos. No hay abrazos, los estamos perdiendo, igual que la confianza. Nadie se libra, todos estamos abonados a ese protocolo muy útil en ocasiones y lesivo y maligno en otras. Somos una especie de fantasmas que circulan por realidades alternativas, que se entrecruzan de cuando en cuando y milagrosamente se rozan en otras. Fantasmas encantados de nuestra flamante condición espectral, seres de luz venida a menos, tristes sombras.