¿Nunca habéis escrito un final feliz a un desconocido? Si miras bien, siempre hay una persona triste con la mirada perdida en el fondo del vagón. No importa el tren. Lo sé porque yo he visto cientos de ellas de camino a la universidad. Llevaba siempre (aún lo llevo) un cuaderno y un bolígrafo. Ellos nunca lo sabrán, pero les escribí a todos el final de su historia. La mujer del jersey azul que apretaba su bolso con angustia recibió la llamada de su hijo al salir del tren: el juez dijo que sí. El chico joven que no dejaba de pasar las páginas del libro de economía aprobó el examen sin problema. Al señor triste que llevaba calcetines de distinto color le dijeron que le querían pocas horas después. Y otros tantos hubo a los que salvé.
Era marzo y era otra ciudad. Encontré en el suelo una nota que decía: “A las 5:30 en el Café Alhambra”. Se me desbocó la imaginación toda una semana. El lunes, la nota pertenecía a una maestra de primaria a la que se le murió el marido y que había decidido, en un impulso inoportuno, presentarse, como un manojo de nervios, a una entrevista de trabajo en inglés. El martes, un banquero, padre de dos hijos, había quedado con una chica que conoció por internet. El miércoles, un señor de setenta y tres años con muy mala leche iba a alquilar su local a un grupo de etíopes que querían montar una iglesia en el barrio. El jueves, claro, estuve a punto de ir yo misma. El viernes, dos amantes que ya no se amaban habían quedado para fingirse un poco más de amor. El sábado, poca cosa, era día fútbol. El domingo, por ser domingo, allí había reunión.
Y los objetos, que nos llaman. Bajaba la basura y junto al contenedor encontré un juego de tazas de té, embalado con pulcritud. Casi diría que habían intentado que pareciera nuevo. No estaba tirado, estaba colocado, con la esperanza de que alguien lo adoptara. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Un divorcio, una muerte, una discusión? Algo trágico, sin duda. ¿Cómo un juego de tazas de té podía convertirse en el centro de un suceso dramático? ¿Por qué deshacerse de él y de esa manera? ¿Quién? Tenía que ser una mujer ¿Cómo? A escondidas, sin duda ¿Cuándo? Después de tomar una decisión ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Todas aquellas dudas me tuvieron con los ojos como platos justo hasta las tres y media de la madrugada. Lo sé porque después me levanté a escribir un relato.
Siempre ha sido así, siempre he sido así. Por un anuncio en un periódico, una moneda de otro país, una conversación a medias en un ascensor. Casi todo puede prender la mecha y hacer saltar por los aires la realidad. Aunque por fuera apenas se note nada, sólo y si te fijas bien, me brillan los ojos un poco más de lo normal.
A veces descubro ese mismo fuego en otros rostros y pienso “mira, otro rebelde luchando por la misma causa”. Entonces juego a imaginar lo que estará imaginando y ya todo se marea y se complica, pero bonito, pero tremendo. También me da por pensar que somos más de uno y más de dos, que somos legión y que, cualquier día, qué tonta, montamos un ejército y cambiamos el mundo a golpe de ilusión. Entretanto, nos queda escribir en los márgenes de los libros, mirar por la ventana del tren y sonreír a los desconocidos tristes del fondo del vagón.
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