Revista Diario
Así de sencillo. Así de grande. Aunque haya gente que no se lo crea. A pesar de los escépticos que no aceptan la magia. A pesar de los fríos que ven la maternidad como una mera supervivencia de las especie humana. Las mujeres albergamos en nuestro cuerpo un universo extraño, desconocido, al que ni los científicos más racionales han podido acceder en toda su grandeza. Un mundo oscuro pero no por eso hostil. Un hogar confortable, cálido, con suaves sonidos interiores y ecos de un lugar exterior del que la vida que crece en nuestro interior escucha vibraciones agradables que un día reconocerá como la voz de su madre.Somo capaces de crear ese mundo incomparable, que no se puede copiar ni reproducir en un laboratorio frío y plagado de sabiduría científica. Y cuando nuestro bebé sale de la oscuridad y ve la luz por primera vez, consigue salir adelante simplemente con nuestro calor y nuestro alimento. Las madres podemos fabricar el sustento necesario para que ellos sobrevivan. ¡¿No os parece milagroso?! Llamadme ñoña. A mí sí.Y junto a los hechos objetivos de dar la vida y los elementos necesarios para sobrevivir, las madres somos capaces de dar paz, confianza, amor, seguridad, felicidad. En nuestras manos está moldear seres felices, buenos, grandes. Cuando un bebé llora y se acerca a los brazos de su madre, se calma como por arte de magia.Cuando un niño se angustia en la oscuridad de la noche, sólo con oír nuestra voz, vuelve a dormir tranquilo y seguro.Cuando nuestros hijos se sienten perdidos, en nuestro regazo recobran la confianza y cogen la fuerza necesaria para seguir adelante. La maternidad es un don que se nos ha concedido a las mujeres que nos convertimos en seres mágicos para nuestros hijos. Llamadme ñoña de nuevo. Pero yo así lo creo.