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Somos misterio: el verso es contundente y de una actualidad desconcertante si se piensa que fue escrito en China a finales del siglo VII de n.e. por el poeta Wang Bai-Yi (681-752).
Hay muchas explicaciones al por qué nos atraen los misterios, pero algunos son irresistibles. Contagiada con uno durante años, quise saber de la misteriosa poetisa Kuiei Shi (698-758). Mientras más aprendía de la dinastía T’ang, más quería saber de aquella mujer.
Gracias a Leopoldo Tamaral, escritor peruano, son conocidos los pocos versos que han pasado a la posteridad de Kuei Shi. Shi es una excepción a las normas que regían la burocracia China de la dinastía T'ang en relación con la cultura.
Los poetas tenían que superar unos exámenes que los convertían prácticamente en funcionarios. Las mujeres no podían acceder a ese concurso poético. Sin embargo la misteriosa Kuei Shi mantuvo relación con casi todos ellos, pero especialmente con Wang Bai-Yi.
Cuando Shi empezó a escribir poesía a los 28 años de edad, Bai-Yi ya había cumplido los 45 y amaba a Sung Xiu-Xiu a quien dedicó varios poemas. Es indudable que se leían mutuamente y que ella participaba de las emociones del anciano poeta.
En uno de sus poemas, Shi se inspira en una carta de Chang Chiu-Ling, para hacer suyos unos versos que Bai-Yi dedicó a un amor perdido. Confiesa de esta manera la comunión que había entre sus propios sentimientos y los de su maestro:
Ya sólo te puedo ofrecer el viento de mi amor
y la blanca canción de mis huesos helados.
Hay una empatía entre ambos que los lleva a una simbiosis de sus versos, algo parecido a lo que ocurrió en la poesía castellana entre santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz.
En realidad, de Kuei Shi sólo trascendieron dos poemas, el mencionado y otro donde combina la alegría con la que recibe el Año Nuevo en el cual, conoció a Bai-Yi (probablemente el 726) y la melancolía que experimenta por no poder compartirla con él. Es probable la existencia de muchos más versos que se han perdido y ojalá tengamos la suerte de que aparezcan algún día, concluye Tamaral.
Los datos históricos indican que el período en que vivió Kuei Shi fue una época convulsa y llena de contradicciones, que acabaron en guerras de variada índole.
Los poemas ahora escritos, podrían ser una especie de biografía poética de Kuei Shi, más allá de la indagación en documentos y muestras arqueológicas, pero del recorrido, una suerte de peripecia intelectual, se comprueba la invariable y sempiterna certeza en la condición humana, por encima de una modernidad, que a veces consideramos superior a la de seres de épocas pasadas, y es un solo un mito, acrecentando aquí el enigma.
En invierno austral de 2011, en un viaje de Caxias do Sul a Porto Alegre, en el Sur de Brasil, cansada físicamente y con un frío desconocido para mí, tuve la sensación de lo que podrían ser los “huesos helados”, quedando entonces, en mi mente, el título que encabeza este poemario.
Para acercarse a las emociones que traspasan a una Kuei Shi reconstruida poéticamente, son precisos algunos datos. Solo se explica su posibilidad de intercambio con los hombres, que se lanzaban a la aventura de lo que hoy se conoce como la Ruta de la Seda, si esta mujer vivía y trabajaba en un prostíbulo de aquella época, cuando ese era el espacio reservado para que una mujer hablase con un hombre: el entretenimiento no era solo de sexo, sino intelectual.
Por consiguiente algunas artes eran imprescindibles: la caligrafía, la música, la filosofía, los idiomas, la geografía, las religiones… y un escenario, para un refinamiento personal que posibilitase el encanto más allá de la belleza corporal.
Su espacio físico estaría en la antigua ciudad de Chang’an, llamada actualmente Xi’an, que fue capital del imperio del 618 al 907. Está situada en el centro de China, en el extremo oriental de la legendaria Ruta de la Seda, que no fue ni con mucho un sendero, sino cruce de caminos inhóspitos, peligrosos y sorprendentes, de religiones perdidas hoy, saberes, comercio, reinos fascinantes, monjes, aventureros, ladrones y vividores.
La urbe fue construida sobre un trazado rectangular de 8 por 10 kilómetros, rodeado por una muralla de tierra apisonada, y estaba dividida en tres partes: el palacio, la ciudad imperial y la ciudad exterior.
Muy poco de la ciudad antigua está conservado, ya que casi todos sus edificios eran de madera. Una de las excepciones es la Gran Pagoda de las Ocas, construida con ladrillo.
Las principales calles de Xi’an confluyen en la gigantesca torre de la Campana, cerca de la cual se alza la también enorme Torre del Tambor. La ciudad hoy día conserva parte de la antigua muralla, que sirve como recordatorio de esos tiempos, cuando por las puertas de Chang’an salían caravanas de camellos cargados de seda y un sinnúmero de mercaderías.
Allí habría vivido la poetisa sus 46 años. La ciudad era una de las más habitadas de su tiempo, sin paralelo incluso en Europa, con cerca dos millones de habitantes, próspera y activa en el comercio y las artes, una especie de oasis en la visión que tiene el mundo occidental de la antigua China. Hasta la vestimenta hoy asombra, según las evidencias arqueológicas, que confirman la apertura de las ideas, un episodio singular de una civilización milenaria.
Numerosos templos budistas, taoístas y zoroastristas, están marcados en el plano de la antigua urbe.
En efecto, son unos pocos versos de los cuales estalla una historia de vida. Eso es lo que intentan atrapar estos poemas. De allí me alcanzó Kuei Shi, también nombrada Wei Chi, en algunas fuentes, con un alma que de su época ha llegado a la mía.
Tengo para mí, que tanto el budismo como el taoísmo justifican que esta misteriosa mujer no concediese importancia a su trascender como artista, un acto de supremo desprendimiento.
El lector podrá añadir lo que seguramente es necesario.
La autora.
2014
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