Revista Espiritualidad

¿somos tolerantes?

Por Maribelium @maribelium
¿SOMOS TOLERANTES?En diferentes momentos de mi vida, me he encontrado a personas bienintencionadas, e incluso bondadosas que han mostrado diversas expresiones de intolerancia, hacia las opiniones, posiciones, religiones o perspectivas ajenas. Y la intolerancia me parece que, entre otras cosas, es más que miedo a mirar un mapa diferente al propio, por si acaso hay algo equivocado en el que tenemos.

Tener un mapa o un determinado esquema mental es legítimo y necesario, para todo el mundo. En general, los seres humanos pensamos que tenemos derecho a tener nuestros valores, parámetros ideas, inquietudes, etc. Si alguien pisa nuestra libertad a expresar nuestras ideas nos sentimos contrariados. Ya que se supone que vivimos en un mundo plural y tolerante y por eso, queremos tener derecho a pensar por nosotros mismos, a tener nuestra propia manera de ver el mundo.

Cada uno, cuando se mira a sí mismo, suele pensar que su punto de vista es el correcto. Pero a veces, hay quién cree que la incorrección está en pensar diferente a lo que piensa uno. ¿Y cuál es el criterio para saber que el propio punto de vista es el correcto? Podría ser que uno lo ha meditado profundamente, a través de una sesuda reflexión, introspección, autoconocimiento, experiencias personales, etc. Pero el problema es que esta no es la tónica general.

Muchas personas sostienen con ahínco sus mapas y esquemas personales, e incluso los exhiben con orgullo. Muchos de estos mapas pueden ser mapas muy completos y legítimos. Pero ¿qué ocurre si uno lleva debajo del brazo un mapa de un territorio que no ha explorado? ¿Qué ocurre si se lleva un mapa prestado por otro? ¿Qué pasa si uno afirma que algo es así porque se lo han dicho sus padres, como si éstos fueran dioses? Pues que este es un terreno abonado para el fanatismo, la ignorancia y por supuesto, el sufrimiento. Como ya dijo Chesterton “El hombre está dispuesto a morir por una idea, siempre que no tenga una idea muy clara de ella”. Es decir, luchamos con más fanatismo, con frecuencia, por las ideas en las que menos hemos profundizado y sobre las que menos hemos reflexionado. Es importante elaborar, pensar y digerir lo que se aprende y aprehenderlo, y por supuesto, experimentarlo (hasta donde sea posible).

Vivimos en una época en la que se predica sobre la libertad de expresión, que paradójicamente coexiste con una gran intolerancia a lo que no esté en sintonía con lo que se lleva. Por ejemplo, entre algunas personas que se llaman a sí mismas modernas y progresistas, hay actitudes intolerantes y despectivas hacia quienes no mantienen su misma ideología, que se supone que es abierta y tolerante. Con lo que se genera una militancia agresiva de la tolerancia, que es intolerante con cualquier posición opuesta a la propia. Lo mismo se puede decir de lo que sucede en algunas personas conservadoras, que por conservar los valores espirituales o religiosos, se cargan el alma de los que consideran ajenos a sus creencias, mediante insultos, burlas, condenaciones, etc. El mismo esquema mental de intolerancia, en un caso desde el aperturismo y en otro caso desde el supuesto amor al prójimo, se da en dos posturas aparentemente enfrentadas y opuestas. Una vez más, los extremos se tocan.

Por eso siempre he defendido el derecho a buscar la verdad por uno mismo, aunque uno pueda equivocarse. Es mejor tener una auténtica porción de la Verdad y saborearla, que siempre vivir de prestado. Es como si alguien dijese ser experto en los caminos y recorridos de Birmania, porque conoce unos mapas y ha visto unas fotos del país, o peor aún, porque alguien que pasó por allí le contó algo... Así que en mi caso, opto por ver a las personas antes que a sus mapas, y a defender su derecho a sostener sus mapas, a explorar la realidad, a expresar sus propias ideas y a ser libres. Pero sin perder criterio, reflexión, sentido común… pues no todas las verdades y caminos para buscarla son igualmente legítimos, ni es tolerable cualquier cosa, aunque sí toleremos y respetemos a las personas.

De ahí que mis amigos puedan ser cristianos, ateos, musulmanes, hindúes, budistas, agnósticos, etc. aunque yo sea cristiana. Cristo, entre otras cosas nos enseñó a amar a todos los seres humanos de la tierra, pensaran o no como uno mismo. Eso no significa que el cristiano pierda su identidad o principios por conocer a personas diferentes.

Cristo incluso planteó eso de amar a los enemigos, que a veces uno se cree que son los que llevan “mapas” diferentes a los nuestros. Si mirásemos a la persona en lugar de mirar y comparar los mapas, es muy probable que fuera mucho más sencillo tener y hacer amigos que enemigos y ver que, en lo más profundo de nuestras almas, todos buscamos lo mismo, Verdad, Bondad, Belleza y sobre todo Amor.

Lo malo es cuando no lo sabemos… O creemos que ya sabemos…


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