Hoy cambio un poco el tono porque vengo a echar la bronca al personal, y a mí la primera.
Soy una quejica, lo sé, pero tú también. Somos quejicas, llorones, ñoños, plastas, muy plastas.Le pese a quién le pese, es la verdad. El que no se queja porque está gordo, se queja porque no tiene tiempo libre, y el que no, porque se hace mayor, y el que no, porque le duele el codo. Memeces, siempre memeces. Así de claro.Me voy a explicar para que no te cabrees. En este blog, me quejo de todo. Me quejo del tiempo, de no ver al Currante, de lo pesados que son los cachorros, de madrugar mucho, y si me apuras, hasta de no medir 1.80.
Si, ya sé que quejarse es humano, que necesitamos la comprensión y el reconocimiento del colega de al lado. Que a veces las cosas se ponen feas de verdad y, ¡qué narices!, uno necesita desahogarse y compartir las penas. Pero ¿y esas veces en las que tu queja no vale un pimiento y estás machacando la oreja a tu colega a golpe de mierdalamentos? Colega que, salvo que oposite para santo, saldrá corriendo en cualquier momento y con cualquier excusa. Es crudo, pero todos sabemos de lo que hablo.
Tanta queja empieza a parecer vicio. ¿No creéis?
Esta tarde, leyendo un periódico español, me he encontrado con la historia de una mamá africana que recorre todos los días 6 km a pie para conseguir agua potable para sus cachorros. ¿Te imaginas? Hablo de agua potable, no de zumo enriquecido con 27 vitaminas. Y para colmo está súper agradecida con la ONG de turno por plantar el pozo tan cerquita de su casa. Joder… Sin palabras ¿no?
Propongo pensar un poquito, que cada vez lo hacemos menos, y ser conscientes de lo absolutamente privilegiados que somos. Sin excusas. Sin quejas. Y perdón por los insultos.