Pues por fin han detenido al energúmeno que el otro día zancadilleó a la chica de Barcelona por la espalda provocándole un esguince. La verdad es que es indignante ver en las imágenes como va por la espalda y el numerito de cachondeo poco antes de tirarle al suelo, de vergüenza ajena vamos. Espero que los culpables de esto, tanto el que lo hizo como el que los grababa, paguen su merecido; lo que han hecho no se debe permitir y es una auténtica vergüenza.
Dicho esto no voy a centrarme en juzgar el acto de estos dos imbéciles, en este caso se juzga por si sólo porque tenemos imágenes y esas imágenes son más que evidentes. Me voy a centrar en la descripción que daba la prensa antes de atrapar a este estúpido, bueno y después. Hablaba la prensa de un joven de 24 años; ¡joven de 24 años! Bueno, una persona de 24 años, hombre o mujer, no son ya “jóvenes” de 24 años, son hombres o mujeres adultas de 24 años. Y es que además la naturaleza es muy sabía porque una vez que oyes que le llaman “joven de 24 años” no tienes más que ver el vídeo; el “joven de 24 años” ya tiene unas buenas entradas en el pelo que delatan que ese “joven” no es tan “joven” es ya un adulto que podría ser incluso padre perfectamente.
Existe un problema bastante serio en la sociedad del siglo XXI en la que vivimos actualmente, misteriosamente la juventud cada vez dura más; incluso con hombres de 35 años se habla de jóvenes o chavales. ¡Treinta años! Pero es que a los treinta años nuestros padres ya casi se estaban preparando para ser abuelos. Si yo fuera policía y no hubiera visto las imágenes del famosos vídeo y me contaran lo que había pasado y que tenía que encontrar a un joven, pues no lo encontraba nunca; habría empezado a buscar entre gente de la edad de mi hijo de 15 años y de ahí para abajo.
Ese acto no fue cometido por un joven de 24 años, fue cometido por un hombre (un gilipollas) de 24 años, un tonto a las tres que justifica su acto incluso con la bebida. Si yo fuera el padre o la madre de ese “joven de 24 años” estaría completamente desolado; pero no por el disgusto de lo que hubiera hecho mi hijo, si no por pensar que mi hijo no está en sus cabales y le tengo que ingresar en un centro para deficientes mentales, que le tengo que incapacitar con 24 añazos, vaya.
El primer problema para que pasen cada vez más cosas de estas es que nos parezcan todavía “jovenes”. Son ya adultos de pelo en pecho y como tales tienen que actuar y, desde luego, pagar sus faltas. Tratar a este “casi alopécico” de joven es el primer paso para convertir a estos hombres en atontados.