Para entrar en el debate sobre la enseñanza en las CC.AA. con lengua propia, en las que los nacionalistas, y ahora los socialistas, rechazan que se estudie también en castellano, recordemos aquella expresión de Bill Clinton en los debates electorales de 1992, cuando sintetizó su discurso en la frase “Es la economía, estúpido”, que cambiaremos por “Es cada hablante, estúpido”.
Haciendo hincapié en la economía y en los ciudadanos, no en la ideología, Clinton le gano a Bush, padre.
El debate sobre los planes educativos idiomáticos del ministro Wert es ideológico, basado en los derechos de las lenguas, el catalán o el castellano, y no en los de los de los hablantes y su economía.
Wert es un politico. Pero la mayoría de los españoles y muchos catalanes hostiles al PP lo apoyan en este caso porque quieren que catalán y castellano tengan igual valor en los colegios en los que ahora hay inmersión lingüística exclusivamente en catalán, en contra, además, de sentencias de los tribunales Supremo y Constitucional.
Nadie trata ahora de matar las lenguas propias de comunidades como Cataluña, País Vasco o Galicia. Eso se le atribuye al franquismo.
Solamente que no impongan un franquismo al revés, como está ocurriendo.
Y, además, mintiendo. Porque los nacionalistas y los socialistas afirman que se quieren prohibir los idiomas minoritarios, cuando la mayoría de los españoles, incluso Wert, sólo piden equilibrio.
Lo fundamental no son los idiomas, sino los ciudadanos y su forma de ganarse la vida: los idiomas deben facilitarla, no dificultársela.
El cronista es gallego y solo oyó nanas en ese idioma, que habla y escribe.
Y deplora la injusticia de que los no gallegos carezcan en Galicia de las mismas posibilidades de empleo, público y frecuentemente privado, que tiene él dentro de Galicia, pero también fuera, donde se gana decentemente la vida al ser aceptado por los españoles de todos los orígenes.
Pero, y al margen de lo anterior, en Galicia el anticastellanismo de los políticos es menor que en Cataluña, donde se castiga a los niños en los colegios por hablar en castellano o se multa por rotular tiendas en castellano y no en catalán –aunque no las extranjeras--, y se le impone el independentismo a los niños, como en clases televisadas “Petites Artistes”.
Los castellanohablantes ya no tienen oportunidad alguna de obtener un trabajo cualificado en Cataluña, excepto en las multinacionales: quizás por eso ya se están yendo algunas.
Bueno, no algunas: bastantes. Y el número crece alarmantemente para los trabajadores catalanes de muchas industrias, especialmente las culturales, que están quedádose en un paro que genera empleo en otras regiones.
Es que nadie puede llevar allí temporalmente a sus hijos y que mantengan un currículo parecido al del resto de España: esa endogamia discriminatoria nacionalista-socialista empobrece la región, cultural y económicamente.
Parafraseando a Clinton, por tanto, el problema no son los idiomas, “Es cada hablante, estúpido”, frase que debería dirigirse a cada nacionalista.
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SALAS