La escritora Amy Chua afirma que el rigor y la máxima exigencia son las claves para criar niños exitosos y brillantes, lo opuesto al estilo occidental, que considera tibio, complaciente y permisivoEl artículo, publicado por el diario estadounidense The Wall Street Journal, es un extracto del libro de la misma autora Himno de batalla de la madre tigresa, y ha desatado una gran polémica, como era de esperarse. Esta profesora de derecho de la Universidad de Yale es una ABC, es decir, una american born chinese (china nacida en los Estados Unidos), y tiene dos niñas, Sophia y Louisa, con las cuales experimenta en su casa de Connecticut la teoría educativa que hoy pregona como superior.
El artículo de Chuan no sólo generó polémica en Occidente, sino también en la propia China, donde curiosamente hay quienes quieren cambiar la educación que ella elogia por considerar que la presión excesiva causa estragos en la personalidad de algunos niños y en algunos casos hasta puede llevarlos al suicidio.
A modo de muestra de su ideario, Chua empieza enumerando las cosas que nunca permitió hacer a sus hijas:
-Dormir fuera de casa.
-Participar en juegos en red con otros niños (playdate).
-Participar en una obra de teatro del colegio.
-Protestar por no estar en una obra de teatro del colegio.
-Ver la televisión o jugar en la computadora.
-Elegir sus propias actividades extracurriculares.
-Sacar una nota por debajo del sobresaliente (A).
-No ser el número uno en todas las asignaturas (excepto gimnasia y teatro
-Tocar un instrumento que no sea el violín o el piano.
Un decálogo estrictísimo que para Chua es la clave del éxito. Con su artículo, ella pretende explicar por qué los padres chinos, en comparación con los de otras nacionalidades, crían niños muchos más exitosos, con excelencia académica, prodigios de la matemática y la música.
Allí donde los occidentales proponen mimos y compresión, ella sugiere imponer prohibiciones y fijar metas. Y sostiene que, aun cuando creen ser estrictos, los padres occidentales ni siquiera se aproximan a los chinos.
Chua cita un estudio según el cual 70% de las madres occidentales consideran que "el estrés de buscar el éxito académico no es bueno para los chicos" o que "los padres deben promover la idea de que aprender es divertido". En cambio ninguna madre china piensa de ese modo. Al contrario, la amplia mayoría considera que su hijo puede ser el mejor estudiante y que los logros académicos reflejan el éxito de la educación paterna. Al contario, si al alumno le va mal es porque los padres no están haciendo su trabajo.
Un párrafo ilustrativo del ensayo de Chua es el que sigue: "Lo que los padres chinos entienden es que nada es divertido hasta que uno lo hace bien. Para ser bueno en algo hay que trabajar y los niños por sí mimos nunca quieren trabajar, por eso es crucial ignorar sus preferencias. Esto frecuentemente requiere fortaleza de parte de los padres, porque el niño se resistirá; las cosas son siempre más difíciles al comienzo, que es cuando los padres occidentales tienden a rendirse. Pero, si está bien hecha, la estrategia china produce un círculo virtuoso. Práctica tenaz, práctica y práctica; eso es crucial para la excelencia; la repetición está subvaluada en los Estados Unidos. Cuando un chico empieza a ser bueno en algo -sea matemáticas, piano, batear o ballet- él o ella obtienen elogios, admiración y satisfacción. Esto construye su confianza y hace divertida una actividad que no lo era. Así se vuelve más fácil para los padres hacer que el niño trabaje aún más".
Armada con estas convicciones, Amy emprendió la enseñanza del piano a su hija como una verdadera batalla en la cual no se dejaría ganar por la blandura, la pereza ni la compasión. Cuando la pequeña Louisa tenia 7 años y tropezó con dificultades para ejecutar una pieza del compositor Jacques Ibert, El pequeño asno blanco,Chua se preparó para el asalto a la colina. Una semana no bastó para que la niña lograse tocarlo. Apareció entonces la madre tigresa: primero amenazó a Louise con regalar sus juguetes al Ejército de Salvación si la pieza no estaba aprendida al día siguiente. No resultó. Luego vino la advertencia de que se quedaría sin almuerzo ni cena, sin regalos de Navidad, sin fiesta de cumpleaños, además de pedirle que dejase de ser "haragana, cobarde, autoindulgente y patética" (sic).
Para Amy no eran insultos, sino formas de motivarla. Se sentó con su hija al piano y la obligó a seguir practicando sin levantarse ni para ir al baño. La casa se convirtió en un campo de batalla lleno de gritos. De pronto, Louise logró tocar la pieza completa sin errores. Y se sintió tan feliz que ya no quiso dejar de tocar.
Experiencia que refuerza a la madre en sus convicciones. A los padres occidentales, temerosos de afectar la autoestima de sus hijos, les dice que nada es mejor para ganar confianza en sí mismo que descubrirse capaz de hacer algo para lo que uno se creía incapaz.
La madre china no teme ser odiada por sus hijos; siente que ella sabe lo que es mejor para ellos y por eso no presta atención a sus deseos.
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