Esta imagen evoca soñados recuerdos. Porque cada personaje que transmuta, que fluye a través de nuestros dedos, posee una esencia propia. A cambio de su existencia perdemos algo de nosotros, nos desmembramos para darles hálito de vida. Cernimos sobre ellos los demonios que oscilan en nuestro ser. Los acomodamos en un campo abierto repleto de trémulas manos, carentes de humanidad, que tapan voces inocentes.
Asisten, estupefactos, al festín de crueldad que transcurre antepuesto a la conciencia colectiva: el monstruo silencioso de apetito insatisfecho. Siempre hay que dar algo a cambio, del mismo valor. La realidad aventaja a la ficción; una ficción reflejo de lo que el monstruo devora a su paso. Pero a través de sus vidas, de sus conmovedoras existencias, garabateamos “esperanza”.
Porque, finalmente, sólo nos queda un punto y final de soñados recuerdos.
Foto | Sara Berntsen.
Ylka Tapia.
26 de febrero de 2010.