Permíteme soñar, por un pequeño instante, con escuchar el suave ritmo de tu corazón en mi mente. Tú, mejor que nadie, sabes lo mucho que he luchado contra esos salvajes demonios que han tratado de destrozarme. Aunque traté de ponerme maquillaje para tratar de disimular esas heridas que el pasado se encargó de dejar esparcidas por toda mi piel, tú viste mi verdadero rostro. Y desafiando todas las leyes de la lógica, no sentiste temor al ver esa parte de mí.
Con toda la paciencia del mundo, me abrazaste con infinita ternura, esperando hasta que las lágrimas dejaran de correr por mi rostro.
Al sentir la calidez de tus brazos, mi mente se atrevió a volar libre por un instante, soñando con ser más que tu amiga. Por unos preciosos segundos imaginé que a tí y a mí nos unía un lazo más profundo que una simple amistad, y que ese abrazo era únicamente una diminuta muestra de la interminable dulzura que tu alma ansiaba demostrarle a la mía. Y como una niña pequeña, cerré los ojos, deseando de corazón que ese instante jamás terminara.
Pero mi alegría duró poco. El frío viento de la tarde me recordó que yo únicamente era para tí una amiga de tantas; una compañera de clase con la que te acostumbraste a compartir risas de cuando en cuando. Con una sonrisa forzada, ahogué las lágrimas que amenazaban con seguir escapándose de mi rostro, y me puse de pie.
Por eso te pido, cariño mío. Aunque lo nuestro esté destinado a jamás suceder, te imploro que aunque sea, me dejes tocar tus labios en mis sueños. Por lo menos, en el perfecto reino de las ideas, quiero sentirte junto a mí. Sólo así, nuestros corazones podrán unirse de una vez por todas, en el abrazo que desde siempre estuvo destinado a suceder.