SONATA Nº 6 Fue Rufo, tío. Se había separado de mí unos metros y desde lejos vi que escarbaba en la arena con mucho entusiasmo. Me acerqué corriendo pensando que podía ser algún animal muerto. Rufo come todo lo que pilla y después se pone enfermo, ya sabes. Pero cuando llegué a su lado lo que intentaba desenterrar era algo de madera. Alguna tabla traída por el mar, pensé, pero me picó la curiosidad y empecé a desenterrarla con cuidado. Ordené a Rufo que se estuviera quieto. El perro obedeció y se sentó aunque se notaba que hacía esfuerzos por contenerse. A medida que iba retirando la arena me iba dando la impresión de que no era un trozo de madera vieja, era una madera de esas nobles aunque no sabría decirte cual. Poco a poco lo fui desenterrando y resulta que era un violín, tío, ¿te lo puedes creer? Yo estaba estupefacto porque nunca había tenido uno en las manos. Mi cultura musical es nula pero pensé que tal vez podría limpiarlo y venderlo en el rastro, algo me darían por él. Tenía sus cuatro cuerdas y todo, en perfecto estado. Rufo empezó a ladrar entusiasmado y a dar vueltas alrededor de mí. Cuando llegué a casa lo limpié muy bien, ya sabes que yo soy muy meticuloso para algunas cosas y me propuse dejarlo como nuevo. Lo único que tuve que hacer fue quitarle bien los granitos de arena con un pincelito pero por lo demás estaba impecable. Me parecía increíble tío, porque con la humedad y la arena tendría que haber estado medio podrido. El caso es que me pasé toda la tarde con el dichoso violín y cada vez me gustaba más, incluso empecé a pensar que tal vez era un Stradivarius de esos y entonces me iba a forrar, porque yo había oído que esos violines eran los mejores del mundo y que valen un pastón. ¡Ah, tío! Se me había olvidado, al lado del violín había también una varilla, que no sé cómo se llama, pero que yo había visto alguna vez por la tele que sirve para raspar las cuerdas, me imagino que como si fuera la púa en una guitarra. Esa noche me fui a la cama pensando que tal vez había tenido un golpe de suerte por una vez en la vida y que mi situación iba a cambiar. A las tres de la mañana en punto, lo sé porque miré el reloj, me despertaron unos aullidos lastimeros que provenían del salón. Rufo estaba sentado delante del violín aullando bajito, con las orejas hacia atrás. ¿Se puede decir que un perro está hipnotizado? Porque eso es lo que me pareció a mí, tío, que estaba hipnotizado mirando al violín porque ni siquiera se inmutó cuando entré en el salón, ni me miró ni hizo ningún movimiento hacía mí. Si te digo la verdad, me dio un poco de yuyu y el vello se me puso de punta pero me hice el valiente y cogí el violín. No sé cómo explicártelo tío, el violín se encajó entre el cuello y el mentón, con la mano derecha cogí la varilla (ahora sé que se llama arco) y empecé a tocar como si lo hubiera hecho toda mi puta vida. Y no sé cómo pero yo sabía que lo que estaba tocando era la sonata nº 6 de Niccoló Paganini, yo, que sé quién es Mozart por la película esa tan famosa en la que el tío no para de reírse. Rufo dejó de aullar y me miraba sin mover un pelo. Yo no sabía lo que me pasaba pero mis dedos se movían a un ritmo vertiginoso (qué palabra tío, vertiginoso) y cuándo rascaba las cuerdas el sonido era lo más bello que yo había oído en mi vida. Me da vergüenza decir esa palabra, bello, porque creo que nunca la había utilizado, pero es la única que se me ocurre para describir la música que salía de aquel instrumento. Y de pronto me sentí como en otro sitio, tío, ya sé que es muy difícil de creer, pero te juro por mi madre que es verdad. Estaba en un teatro, en un escenario, ¡pero si yo en mi puta vida he pisado un teatro! Lo más parecido a un teatro que he visto es el cine Coliseo, en el que de vez en cuando se representaba alguna obra, pero yo nunca fui porque el teatro no me gusta. Y allí estaba yo, tío, en medio del escenario tocando el violín y con un montón de gente pendiente de mí, escuchándome. Y lo que es peor, y esto sí que no te lo vas a creer, yo estaba vestido de mujer, mejor dicho, yo era una mujer. No sé por qué lo sabía porque en realidad yo a mí mismo no me veía, pero lo sabía, igual que ahora sé que soy un hombre y no me hace falta mirarme al espejo para saber cómo soy. Era alta, rubia, llevaba el pelo recogido en un moño bajo y un vestido negro largo, con los hombros al descubierto. No sé cuánto tiempo estuve tocando pero cuando acabé estaba agotada, se lo notaba a ella y me lo notaba a mí mismo. La gente empezó a aplaudir entusiasmada y se levantaba y decían ¡bravo! ¡bravo! Y no paraban de aplaudir, y yo hacía inclinaciones con la cabeza y sentía un gozo indescriptible, lo siento tío pero me salen palabras muy cursis. Las lágrimas caían por mis mejillas sin poderlas contener, estaba como si me hubiera metido un chute de heroína, en las nubes. ¿A ti te parece que estoy loco? Ese violín era mágico, te lo digo yo. Ya sé que es muy difícil creer en estas cosas y más para un tío como tú, pero yo te digo que era mágico. Mi error fue decírselo al Dioni, ¿tú lo conoces? El Dioni es un colega que lo sabe casi todo o cree que lo sabe casi todo y no sé si será verdad pero el tío es muy vivo. ¡Ya te digo! Pero yo me fiaba de él y además necesitaba el dinero. Cuando se lo llevé al día siguiente me dijo que no valía nada, que era un violín normal y corriente y que como mucho me podía dar 30 euros. Yo intenté explicarle lo que me había pasado con él la noche anterior pero se rio en mi cara. ¡Ay Tomasín! ¡Qué estás muy colgao! Tienes que dejar ya de fumar tantos porros que te están dejando sin neuronas, me dijo. Y cogí los 30 euros y me marché tan contento porque la verdad es que por la mañana y a plena luz del día a mí también me parecía que a lo mejor me lo había soñado todo. A trancas y barrancas seguí con mi vida, ya sabes, chapucillas por aquí y por allá. Hasta que un día vi una noticia en la tele. Decía que en una casa de subastas muy famosa habían vendido un violín Stradivarius por 6.500 euros. Por lo visto pertenecía a una violinista que se llamaba Givette Neven, que había muerto en 1949 en un accidente de avión en las islas Azores, que su último concierto había sido en el Royal Albert Hall de Londres en el que había interpretado la sonata nº 6 de Paganini y nunca había aparecido su violín. ¿Y qué crees tú que pasó con el Dioni? Pues que no le volví a ver el pelo nunca más, me cago en la puta. Tomás se levanta de la silla donde estaba sentado en la gran sala de la residencia de ancianos. No hay nadie a su lado. Algunos internos juegan al parchís o a las damas, otros ven la televisión. Se coloca en el centro de la sala y hace una reverencia, coge su violín imaginario y se dirige al público que abarrota el gran teatro y que guarda un silencio sepulcral.
Para ustedes, la sonata nº 6 de Piccoló Paganini, y comienza a tocar.