Revista Opinión

Song for a dreamer-procol harum.

Publicado el 19 noviembre 2015 por Kuri Lonko @kurilonko

Después de mucho buscar por la red, al fin encontré dos temas que allá por los años 70, marcaron etapas y estados de ánimo bien precisos en mi vida, hasta ese entonces despreocupada y feliz. Cada vez que recordaba aquella música, era inevitable asociarla a una cantidad gigantesca de sensaciones, personas con quienes interactuaba; en fin,¿ Por qué nó? sentimientos. Tal vez, la distancia temporal de esos sucedidos me hacía mirarlos a través de un cristal de idealización que, contrastado con la actual situación me enfilaban a la inevitable nostalgia-dulce nostalgia por lo demás-, de querer volver allí aunque fuera por un solo momento para sentirme inmerso en su irrepetible atmósfera. Eran tiempos del caminar despreocupados, con la certeza de que nada malo nos podía ocurrir y que el futuro estaba aún muy lejano, remoto pero soleado. Eran mis 17 años, por supuesto.

¡Que maravillosa sensación, la de compartir con mis amigos una caminata bajo la lluvia sin importarnos lo mojado de nuestros zapatos! para después, aunque no bebíamos, refugiarnos cerca de la medianoche en un bar conocido al calor de la chimenea donde ardía generoso fuego y continuar la tertulia en medio de la camaradería que brinda el saberse conocedores de algo que los demás con toda seguridad ignoran. Ahora mientras escribo, veo sus caras, puedo percibir a través del tamiz de mi evocación sus gestos, sus semblantes y sus voces. ¿De qué hablábamos?, lamentablemente ya casi no lo recuerdo, pero nuestros temas normalmente giraban en torno a la música, y las insustancialidades de un acontecer provinciano y próximo. Nos era tan familiar y necesario ese bar..!, el dueño que lo atendía, nada más vernos llegar nos recibía con una sonrisa, tal vez de complicidad, y se daba a la tarea de prepararnos los consabidos cafés y los sandwiches de queso, con la certeza de que éramos tipos pacíficos a pesar de nuestras largas melenas- discordantes a más no poder- y gastados y parchados jeans acampanados. Para el resto de la gente éramos hippies, nosotros no lo sabíamos ni presumíamos de ello. Tiempos... tiempos extraviados en la sicodelia del LSD y el arrullo acogedor del cannabis.

Viet Nam, la Crisis de los Misiles en Cuba, el apartheid de Sudáfrica, el Ché Guevara, Fidel, El Muro de Berlín, Woodstock, el alunizaje, los estudiantes franceses gritando " seamos realistas, pidamos lo imposible", Salvador Allende, la Unidad Popular y la irrupción fallida del Hombre Nuevo que sería la antesala de los 17 años de interdicción republicana de Pinochet y prólogo no escrito de mi vida verde-olivo... cambios, época de cambios y contramarchas en una sociedad que buscaba a trompicones y manotazos algo parecido a una identidad: preámbulos, marco desvaído, neblina colándose por las junturas de nuestras vidas.

Para nuestra desgracia, en un bar y sobretodo a medianoche, es posible encontrar la más variopinta fauna en distinto grados de intemperancia y eso, el alcohol -como es sabido, envalentona-, daba alas a aquellos parroquianos necesitados de marcar territorio y hacerse notar; no era raro, de tarde en tarde toparnos con algún concurrente al que nuestro pelo largo y risas molestaran, y de ahí a la palabrota grosera o el comentario soez había un paso y nosotros, chiquillos esmirriados, pacíficos por vocación y doctrina, ¿qué podíamos oponer? Entonces, se materializaba nuestro ángel de la guarda dejando su lugar tras la barra para , sin disimulo y haciendo uso de la autoridad convincente que le daban su más de metro noventa y ciento y tantos kilos de peso, sugería a los camorristas que nos dejaran en paz o se fueran. Imposible olvidarlo.

Los temas a que hago mención son " Song for a dreamer", de Procol Harum y "Almost cut my hair", de Crosby, Stills, Nash and Young.

Ya los tengo, los he escuchado infinidad de veces y tal vez no me ha sorprendido constatar, no sin una extraña sensación como de pérdida, que las canciones siguen siendo buenas pero, ya nada es ni será lo mismo. Mucha agua, a veces cristalina y otras cenagosa, cargada de vapores nauseabundos, ha corrido bajo mi puente.

Nada es lo mismo..., ¡cuántos años me ha costado arribar a esa conclusión! Como un hilillo de mercurio escapándose por entre los dedos, alejándose inexorable e irrevocablemente se desvanecen los sueños incumplidos, metas que nunca se podrá alcanzar, horizontes en permanente escape. ¿ Gané? ¿ Perdí? No lo sé, aún; pero viví. Viví la época del comienzo, como se la ha llamado y eso, por siempre será mío.

No soy el mismo y eso es evidente.

Duele saber que el mundo ha dado demasiadas vueltas y que aquél para el cual nos prepararon y preparábamos para afrontar, ya no existe y que, recuperar tan siquiera un girón desvaído de todo aquello que se producía en esas noches de camaradería, en que todos nos sentíamos buenos y limpios de la maldad que veíamos en esa sociedad que nos mantenía alejados por nuestras diferencias; por el no querer aceptar sus moldes , fué una quimera. Todo irremediablemente y por siempre ido. Desaparecido por siempre jamás, engullido por el devenir; empaquetado y servido como rodajas de un menjunje incomible.

Ocasionalmente, las veces que he vuelto a mi pueblo, me encuentro por casualidad más que nada, con alguno de mis antiguos compañeros. Tampoco es posible encontrar vestigios de aquello que nos unió. Cuesta encontrar de qué hablar. La vida nos ha puesto en vagones distintos; ni mejores ni peores, sólo diferentes.

Tal vez, lo que aún nos une, es hablar de los que han muerto...

Como lo cantaba la Piaff : " Je ne regrette rien"

© La Consulta de Kurilonko 2015.


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