Revista Salud y Bienestar
Uno de los indicadores que más valoro a la hora de acompañar a mis pacientes más mayores o complejos es la cantidad de veces que sonríen.
Es cierto que no es un indicador al uso y no está recogido en las guías de exploración clínica pero uno, que ya es perro viejo, sabe de cierto lo que vale. También es verdad que existe una gran variabilidad interpersonal entre los que las prodigan y los que a penas las esbozan. Conocer bien a mis pacientes me permite no dejarme engañar, sé de buena fuente lo que vale la sonrisa de cada paciente, en especial las de los que sufren dolor crónico, enfermedad severa o situación incapacitante.
Cuando consigo, pese a mi poca gracia y mis limitadas habilidades de comunicación, que me regalen una lo agradezco enormemente. Sobre todo porque sé que es una buena medicina tanto para el paciente como para sus cuidadores. También para mi.
Las personas que atraviesan enfermedades largas, crisis vitales o dificultad importante son un preciso testimonio para todos los que nos relacionamos con ellas. Un ejemplo que se visibiliza poco y que desgraciadamente se suele esconder de la vida pública para detrimento de los que se podrían beneficiar de esa enseñanza.
Me vienen a la memoria las sonrisas de las últimas semanas, las miradas brillantes, el contacto con el brazo o el apretón de manos de aquellos a los que atendí y conseguí animar o quizá fortalecer un instante. Las traigo aquí como homenaje con la intención de dignificarlas y ponerlas de relieve. Valen mucho más de lo que pensamos.
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