Foto: Mandarin Oriental
El cierre del hotel desde este miércoles durante 18 meses para afrontar una más que necesaria reforma, me ha removido algunos recuerdos sobre hechos acaecidos en ese universo tan particular y exclusivo, que ahora me permito trasladar a este blog.Allí, en el decano templo sagrado de la hostelería, cuyos propietarios actuales —Mandarin Oriental Hotel Group— lo van a someter hasta finales de 2019 a un profundo lifting, aprendí lo que es la satisfacción por el trabajo bien hecho, la entrega, la empatía, la lealtad, el compañerismo... Valores, en definitiva, tan comunes como deseables en cualquier actividad laboral. Si tuviera que renegar de algo lo haría del maldito perfeccionismo, pero esa es otra historia.Si se me permite la autocita, traigo también a colación aquí algo que dejé escrito en el prólogo -'a modo de presentación'-, del libro que publiqué en 2010 con motivo del centenario del hotel. Decía así: “Muchos de los célebres o anónimos personajes que se han alojado en el Hotel llegaron buscando el confort, la suntuosidad y el lujo que se presupone en un establecimiento de esta categoría. Sin ánimo de generalizar, tengo la impresión de que encontraron todo eso con creces. No quiero desaprovechar tampoco la ocasión para proclamar que también hallaron calor humano y generosidad a manos llenas. Definitivamente, si hay algo que distingue al Ritz no son ni sus sábanas de lino bordadas, ni su cubertería de oro, ni su vieja vajilla estilo Luis XVI, ni su cristalería de Baccarat, ni sus muebles o alfombras de nudo, ni siquiera su prestigio, sino el servicio que allí se ofrece y que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con el servilismo. Es este aspecto, con frecuencia olvidado, el que convierte al Hotel en un lugar especial como quedan pocos ya en el mundo”Hospitalidad (bien es cierto que no para el común de los mortales, sino para bolsillos privilegiados y a precio de oro), servicio pero no servilismo, cortesía y no peloteo, atención y no frialdad, respeto y amabilidad casi siempre correspondida. Periodista y camarero, escribía también entonces, “dos oficios aparentemente dispares pero con muchas cosas en común, al fin y al cabo los clientes son como las noticias: nunca se sabe cuando llegan, pero cuando llegan hay que volcarse con ellas sin mirar demasiado el reloj.”Como cantaba Lilian de Celis en aquellos viejos tiempos de cuplé, "aunque cien años llegase a vivir, yo no olvidaría las tardes del Ritz". Y tampoco he olvidado, claro, aquel letrero con el que me encontraba cada día en la zona reservada para los empleados: “Sonría, es parte del uniforme”.Nunca más volví a vestir con frac o pajarita pero, a decir verdad, no hay mejor tarjeta de visita que la de una sonrisa. Siempre sonreír. Para abrir una puerta infranqueable o derribar el muro de los recelos. Incluso para espantar los males cuando las cosas se tuercen. También para afrontar lo que haya de venir. :)