A todos nos sucede que alguna vez nos vemos postergando el visionado de una película o la lectura de un libro o un cómic que sabemos que tenemos que ver o leer, que queremos ver o leer, pero que, por alguna razón, nos genera un sentimiento que interpretamos como pereza. Sucede que, en muchos casos, esa dejadez es en realidad otra cosa mucho más cercana a la cobardía, al miedo a que le saquen a uno de su zona de confort y le enfrenten al aprieto intelectual o, aún peor, al abismo de la conciencia y de la desigualdad. Algo así nos ha sucedido con Sonrisas de Bombay, la novela gráfica de Susanna Martín sobre la gran aventura de Jaume Sanllorente, que Norma publicó hace ya unos años y que no hemos leído hasta ahora.Se trata de un cómic de viajes y de un libro de testimonio, una especie de crónica con conciencia y agradecimiento, que bebe de las mismas fuentes comicográficas que han inspirado a tantos jóvenes artistas contemporáneos: la crudeza histórica del Maus de Spiegelman filtrada por el simbolismo de la imagen; él testimonio biográfico sin amortiguador de Marjan Satrapi en Persépolis; y el acercamiento curioso y agudo a la "otredad" que lleva a cabo Guy Delisle en sus cómics de viaje. Sonrisas de Bombay tiene un poco de todos ellos, de los que también adopta la elección de cierto esquematismo gráfico; en este caso, una línea clara suelta y ligera, dotada de gran capacidad descriptiva y evocadora.Estuvimos en la India hace casi diez años. Uno viaja a ese país que parece un continente con la certidumbre de que no saldrá indemne; probablemente será lo más cerca que estemos de otro planeta. Se sabe de antemano, en la India nos toparemos de bruces con la Miseria y la Desigualdad, y nuestra conciencia occidental tendrá que lidiar cara a cara con el tercer mundo y la realidad despiadada. Todos regresamos sacudidos de la India, a algunos el combate de conciencias les cambia la vida y, a unos pocos, el impacto les transforma en héroes. Es el caso de Jaume Sanllorente que viajó por primera vez al Indostán hace algo más de diez años (casi como nosotros). De su figura y obra se ha inspirado Susanna Martín para escribir y dibujar Sonrisas de Bombay.
El título del cómic es el nombre de la ONG que Jaume fundó en la ciudad para dar una segunda oportunidad a los cientos de miles de niñas prostitutas y niños de la calle que se multiplican en la India como entes invisibles condenados a la calamidad. En sus páginas se nos relatan la visicitudes y obstáculos que el periodista tuvo que afrontar desde el día que regresó de su primer viaje y decidió que su vida iba a comenzar de cero: como en las grandes epifanías, Jaume abandonó su cómoda, pero estresante realidad barcelonesa, para sumergirse en la otra realidad caótica, exuberante y violenta de la India. En el arranque de la historia, Babu, un joven estudiante que se benefició de los proyectos de la organización Sonrisas de Bombay, se entrevista con su fundador para completar su trabajo universitario de sociología. El recurso narrativo (similar al que Spiegelman empleara en Maus) permite que el propio Jaume (o Jaumeji, como le llaman los indios en señal de respeto) nos cuente su historia en primera persona, a partir de un gran flashback que constituye el material narrativo de dicha entrevista. En sus confesiones, el protagonista no elude ningún episodio, por muy descarnado que resultara en su día: asistimos a su primer contacto con Dharavi, el gigantesco poblado chabolista de Matunga, microcosmo de violencia, enfermedades y prostitución infantil, un espacio de supervivencia más que de vida; Jaume nos cuenta su visita a Kamathipura, el barrio de las niñas prostitutas, la antigua y triste "zona de descanso" de las tropas coloniales británicas; relata el ex-periodista también su enfrentamiento con las mafias y las constantes amenazas que recibe por parte de los temerosos habitantes locales que repudian el contacto con la casta de los "intocables". Y, sobre todo, Jaume nos habla de la felicidad, de la plenitud vital que el contacto con los desfavorecidos, con los parias de la tierra, le ha proporcionado a lo largo de todos estos años.
Es cierto que, en algunos momentos, el cómic no puede evitar cierta carga sentimental o el empleo de recursos simbólicos que parecen caer en lugares comunes del relato confesional y la espiritualidad, sin embargo, cuando se cuenta una historia tan extraordinaria como la de Jaume Sanllorente, cuando se relata con la honestidad y limpieza con la que lo hace Susanna Martín, el resultado sólo puede ser una novela gráfica emocionante y reconfortante como esta Sonrisas de Bombay. Una historia necesaria, que no quiere decir fácil.