Revista Cine
Retorcido, siniestro, alambicado, barroco. Parece que, porque me gusten preferentemente cosas que no son sencillas ni inmediatas ni cómodas, tenga que ser refractario a todo lo que sí lo es. Y sí, dos series como Modern family y The big bang theory son estupendos ejemplos de series televisivas que se convierten en mayoritarias y son premiadas y aclamadas por el sencillo motivo de que acaban gustándole a todo el mundo, de que son comedias que optan por la amabilidad y por mantener bajo ciertos controles de corrección sus diálogos. Aunque no hay que considerarlas sensibleras ni blandengues: Modern family es una especie de adaptación multipropósito que moja pan en dos series gamberras como Arrested development (por el tema de la familia de estructuras poco convencionales) o The Office (por su uso del mockumentary), mezclándolo en sabias proporciones que le han permitido alcanzar brillantez. The big bang theory, se aventura por su sexta temporada y parece disponer todavía de un cierto margen de recorrido, pues los guionistas han sido hábiles en desplazar los centros de la trama y dar protagonismo a teóricos secundarios. A veces no es indispensable ser emitida por canales de primera línea: el boca a oreja se basta por sí solo. Eso, los guiones calculados, el trabajo de los actores, el acierto en la creación de personajes (¿quién con interés por las series contemporáneas no sabe quien es Sheldon Cooper?), y el saber hacer de las productoras, conforma cócteles irresistibles, perfectas para rellenar cómodos espacios de no mucho más de veinte minutos, justo el tiempo en que uno puede entregarse al cada vez más autoinflingido sufrimiento de leer cómo está el mundo, pero en que, alternativamente, se opta por reír un rato, que a veces es lo mejor que se puede hacer.