Una de las ideas recurrentes en mis escritos es la necesaria dualidad que envuelve la existencia. Los pros tienen sus contras y la Libertad, unas consecuencias que hay que afrontar con Responsabilidad. Nuestro paso por el mundo tiene efectos secundarios y, quien sabe, si también algún Efecto Mariposa. Pretender vivir tan de puntillas que nuestra impronta en el planeta, la de cada uno de nosotros, sea nula, es un sinsentido. Aun naciendo muertos dejaríamos un macabro e involuntario saco de carne y huesos. Tampoco tiene sentido olvidar que el planeta es también una suerte de ser vivo a su manera. Fenómenos como la erupción volcánica en La Palma nos recuerdan que no sólo la química del carbono es vida, si no que otros elementos de la tabla periódica son capaces de moverse, mutar y modificar el entorno de una forma brutal y primitiva. En definitiva y como reza el aforismo, lo único constante es el cambio.
Es imposible vivir y no modificar el entorno. No se puede soplar y sorber a la vez. Solo bajo la comprensión y la asunción de esta premisa se pueden abordar los efectos colaterales de todo lo que ocurre en el entorno. Hartos como estamos de repetirnos que el ser humano modifica el lugar donde viven en lugar de adaptarse únicamente a él, olvidamos que los árboles cuando crecen impiden que la luz se filtre hasta el suelo, con todo lo que ello conlleva para otros seres vivos que viven a ras de tierra, despreciamos el efecto que pueden tener tantos y tantos miles de millones de animales escarbando bajo tierra o que los castores, en mucha menos medida que los humanos, sin duda, también modifican el curso de los ríos. Obviamos, al fin y al cabo, que la naturaleza lleva millones de años haciendo de la necesidad virtud, sin rumbo fijo, reinventándose en cada momento. A más CO2, más vegetación, por ejemplo.
EL PESIMISMO COMO HERRAMIENTA DE SUPERVIVENCIA ES ANTROPOLÓGICAMENTE NECESARIO, PERO DEBE SER PONDERADO, COMO CUALQUIER MODELO MATEMÁTICO, CON UNAS CONDICIONES DE CONTORNO TAN AJUSTADAS A LA REALIDAD COMO SEA POSIBLE. NO ES LO MISMO PESIMISMO QUE CATASTROFISMO
Es importante recalcar que la mayoría de estos ciclos de cambio superan con creces el de una vida humana, por lo que en multitud de ocasiones no sabemos a ciencia cierta en que parte de la onda nos encontramos. Lo bien cierto es que todos los modelos que hasta el momento se nos han presentado adolecen de la suficiente robustez para efectuar previsiones fiables. No es baladí repetir que los que ya peinamos canas hemos pasado por tantos apocalipsis en los últimos cuarenta años, que nuestro cerebro se hace cada vez más reactivo e impermeable a cada nuevo anuncio del Juicio Final. El pesimismo como herramienta de supervivencia es antropológicamente necesario, pero debe ser ponderado, como cualquier modelo matemático, con unas condiciones de contorno tan ajustadas a la realidad como sea posible. No es lo mismo pesimismo que catastrofismo.
Son dos las herramientas que, proviniendo del mismo tronco, más y mejor ponderan el pesimismo para que no se desmadre: la educación y espíritu crítico. Es evidente que el segundo se cultiva con el primero, por lo que hay que abonarlo convenientemente para que florezca, pero no solo cabe educarse en la construcción de una mente abierta, atenta a los sesgos y con buenas capacidades de pensamiento y desarrollo personal y afectivo, es necesario proveerse de unos cuantos rudimentos científicos y técnicos que nos permitan comprender aquello que pasa a nuestro alrededor sin abandonarnos al pánico.
Este binomio educacional ha sido desechado hace ya algunos años desde los gobiernos, pero también desde el grueso de la sociedad. Incluso cuentan las malas lenguas que las generaciones más tempranas ya tienen peores cifras de cociente intelectual que sus mayores más vetustos. No creo que sea necesariamente así, simplemente las mentes y los cuerpos se dejan con facilidad arrastrar por la comodidad de la tecnología y se pierde masa crítica como si de un músculo flojo y poco trabajado se tratara. No se trataría de menor inteligencia, más bien de una menos trabajada. Conviene a las élites que así sea, pues manejar a las turbas acríticas inoculando pánico está inventado desde los tiempos de las cavernas. Es mucho más cómodo que lidiar con cabezas pensantes que asuman la propia responsabilidad de sus actos. Es más fácil pastorear que dirigir una asamblea de accionistas de una empresa en problemas. Es más sencillo guiar borregos que asumir que su liderazgo es también inútil, puesto que la única manera de eliminar los efectos de la vida sobre el planeta es eliminar la Vida, con mayúsculas; la humana sí, pero también la animal y la vegetal.
No sé hasta qué punto resulta complicado asumir que no tenemos pleno control sobre nuestra vida. Todos nos sabemos finitos, pero se vive mucho mejor sin pensar en ello. Entiendo que no es algo fácil de digerir para mentes planas y de ideas fijas, cortas o poco profundas. Sin embargo, resulta manifiestamente fuera de lugar intentar coordinar de arriba abajo todas y cada una de las consecuencias que nuestros actos puedan tener. La imposibilidad del socialismo, entre otras, por el manejo de la información, toma aquí un sentido claro. Esto solo puede llevarse a cabo eliminando a los que generan incertidumbre, a nosotros y al resto de vida del planeta.
Por citar un ejemplo y aterrizar lo que comentamos: la necesidad de uso de combustibles fósiles, que son un pilar fundamental de la prosperidad de occidente durante el siglo XX, en países o sociedades poco desarrolladas, para que alcancen el nivel de vida que hemos disfrutado en Europa, no solo depende del país, si no de las ciudades o los barrios, de cada uno de sus usuarios. Es más, depende también del uso de otras tecnologías como la nuclear o las renovables y su implantación, su coste etcétera. En una misma zona habrá un mix energético que varía para cada ciudadano, dependiendo de su trabajo, del clima o de otros factores. El clima, el trabajo o las necesidades de cada individuo y, por lo tanto, de cada sociedad no son constantes en el tiempo. Es imposible esa integral de información no solo a nivel mundial, si no de regiones mucho más pequeñas.
Desconozco si la clase dominante se ha parado a analizar lo que aquí acabamos de plasmar o si simplemente su forma de actuar va encaminada a mantener su estatus, que es lo que a todas luces parece, aunque se lleve por delante el progreso de las sociedades más pobres de nuestro planeta o el de los más desfavorecidos entre las pudientes. El planteamiento que ponen sobre la mesa no es otro que el mencionado en el título. Hay que hacer un imposible, vivir y no vivir a la vez. Aun así, tan faltos andamos de criterio que hay quien cuando toca inmolarse, salta al vacío aplaudiendo y cantando Cumbayá. Conmigo que no cuenten para tales sacrificios.
Foto: Neil Bates.