Revista Comunicación
LOS POLÍTICOS, AUNQUE no sólo ellos, tienen una enorme facilidad para sacar petróleo de donde no lo hay. Son capaces de estirar el chicle de la demagogia hasta límites insospechados, aún a sabiendas de que muchas de sus afirmaciones no son más que tormentas en un vaso de agua.
Viene todo este exordio a cuenta de las furibundas reacciones generadas, entre otras cosas, por las palabras de Leire Pajín a propósito de la nueva ley antitabaco, tras recordar algo tan obvio como que cualquiera que vea lesionados sus derechos puede denunciar. El “delito” de la ministra de Sanidad, comparable según algún munícipe al comienzo del nazismo, ha llevado a determinados políticos a colegir que, en realidad, lo que quiere hacer el gobierno del pérfido Zapatero es convertir España en un país de “soplones”. Un país de delatores en el que “la mayoría de los asesinatos entre 1936 y 1939 fueron por soplones”, y en el que “cuando salgo ahora a la calle y enciendo mi puro miro de reojo”. Ahí queda eso.
Convendría aclarar que ese “detestable” sistema lo que hace es poner en marcha el mecanismo de inspección y que es un expediente sancionador, y no una denuncia anónima, el que determina el cumplimiento o no de la ley. Dicho de otra forma, ninguna denuncia anónima, ninguna, supondrá una sanción inmediata ni al local ni al fumador. A mí tampoco me gusta, es un decir, la prohibición de circular en coche a más de 120 kilómetros por hora, o la obligación de pagar determinados impuestos, o yo qué sé. Transitar el camino que con tanta vehemencia alientan determinados hosteleros insumisos es, lisa y llanamente, poner en solfa el régimen democrático. Si me gusta una ley la cumplo y, en caso contrario, me la salto a la torera. Muy bonito y muy edificante.
Y es que, si hay algo que caracteriza esta ley es, precisamente, su transversalidad. Beneficia o perjudica, según se mire, a todo tipo de personas sin hacer distingos de ninguna clase. A todos por igual. Es muy posible incluso que si la ley anterior se hubiera cumplido mejor y no hubiera sido boicoteada con tanto desparpajo tal vez no habría sido preciso llegar a esta “ley talibanesca” y de “tintes inquisitoriales”.
A la mayoría le está gustando más o menos la ley, la celebra con alborozo o la acepta a regañadientes, pero ni por asomo concluyen, eso creo yo, que esta “imposición gubernativa” tiene algo que ver con un recorte de las libertades o con una injerencia es nuestras vidas. Basta ya de estupideces y de calentar la cabeza a la gente.