Revista Educación

Sordera progresiva

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Como uno es bastante poco coherente (y cada vez menos), atraviesa por etapas periódicas en las que jura y perjura jamás volver a pisar un colegio electoral. En las últimas convocatorias he optado por votar en blanco las más veces, por quedarme en casa otras pocas y, las menos, por escoger una papeleta. Pero siempre lo hago con la desagradable sensación de estar firmando un cheque en blanco, pues vote a quien vote siempre hay algunos nombres de la lista me resultan más incómodos que otros.

El caso es que hace ya dos legislaturas nació cerca de mí una estrella emergente de la política insular. Sin más experiencia que haber trabajado en un bar ni otro mérito que ser “pariente de”, se vio de la noche a la mañana al frente de una Consejería mastodóntica, rebosante de conflictos, personal y presupuesto. Los subordinados se echaban las manos a la cabeza y todo el mundo se hacía cruces y calvarios acerca de tamaño disparate.

Pasado el revuelo inicial, tuve la oportunidad de hablar con un buen amigo, funcionario a su cargo, y comencé la conversación dándole mi más sentido pésame por el nombramiento. “No te creas -respondió-. Estamos hasta contentos. El tipo está tan perdido que hasta nos escucha y todo. Con el anterior no había manera de sentarse a hablar”. “Vaya, menuda sorpresa”, me descubrí pensando. “Habrá que darle una oportunidad”.

Sordera progresiva

Hace quince días coincidí con el susodicho, hoy consolidado en su cargo, a cuenta de un asunto profesional. Y, oh sorpresa, comprobé que había sufrido una asombrosa transformación: apenas me dejó terminar una frase. Bien es verdad que no tengo elementos de juicio para saber si, en el caso concreto que nos ocupaba, su opinión era más o menos acertada que la mía. Pero tampoco permitió que enunciara ni una sola idea sin aplastarla sistemáticamente con un latigazo verbal, ausente de cualquier razonamiento previo que no fuese su realísima gana.

No he vuelto a hablar con mi amigo acerca del sujeto, pero permítanme que le aventure mi opinión, aunque sea basada en una impresión de pocos minutos. El chico humilde y desorientado, que reconocía su ignorancia, hace tiempo que pasó a mejor vida. Y a su sombra ha brotado con asombrosa rapidez un político profesional acostumbrado al ordeno y mando. Un ejemplar de vuelo bajo, que ha olvidado que hace pocos años no tenía otra experiencia que haber trabajado en un bar ni otro mérito que ser “pariente de”. Lamentable sordera progresiva la suya, tan endémica entre sus congéneres. Nunca le voté, pero llegará lejos.


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