Revista Cultura y Ocio
De siempre me ha inspirado una enorme ternura la escena esa, de dormitorio casi siempre, en la que la mujer le pide al hombre que le desenganche el vestido porque ella no alcanza. Toda una alegoría en dos direcciones. No tenemos los varones muchas prendas que requieran semejante ayuda, si fuera a las de tela a las que me refiero.
Pero capas como las cebollas, esas las tenemos todos. Aunque no se vean a simple vista se huelen tanto o más que la hortaliza en cuestión. ¿Quién habrá ahí dentro, y quién es éste o ésta con la que llevo hablando o relacionándome tanto tiempo?… ¿Habrá algo más íntimo, más embarazoso, pero más necesario también, que alguien ayudándote a tomar conciencia del barniz, la pintura o la capa que llevas siempre puesta, para que puedas y decidas quitártela, y darte un buen baño?, ¡por fin!, solo o acompañado, ya veremos, que el caso es empezar.
Se conoce que en los garitos de la zona pija de New York las mujeres que te encuentras cuando sales por la noche, luego de beberse la segunda copa a la que les has invitado, te hacen tres preguntas: «cómo te llamas, dónde trabajas y cual es tu sueldo anual». Para qué perder el tiempo. Algunos y algunas, en lugar de interesarse por tu persona se decantan enseguida por la calidad de las «prendas» que llevas, y si serás capaz de hacerte con una de las suyas o adquirir alguna nueva con la que no desentonar en los lugares más exclusivos.
Pocas cosas hay más agotadoras y menos prácticas que ver a alguien exhibiendo sus capas, haciendo revoleras como los toreros, con la de espacio que eso necesita. El médico que va de médico, el empresario de hombre de negocios, el cantante de eso, la guapa, el adinerado, el cool, el gay o el machito, tanto da… Convertir en esencial lo que no deja o debería dejar de ser una tan solo de las facetas de tu persona, ¿o es que no hay más?
Y el tío o la tía que parece no salir jamás de la oficina porque no tiene otro tema de conversación que los que están relacionados con su trabajo, sus clientes o sus méritos. Otra vez, el médico o la enfermera que solo hablan de medicina o del hospital, el cantante de la voz, el empresario del dinero, las madres de sus hijos, o el que sea de lo suyo… qué culpa tendrán o tendremos los demás.
¿No debería ser justo al revés, que cuando hubiese confianza con la persona, cuando la conociésemos lo bastante, llegáramos a saber si fuera preciso a qué se dedica, dónde vive y si se acuesta con quien?, ¡Sorpresa!
O nos relacionamos para qué…
La próxima tortilla me la pones sin cebolla, házte el favor.