Revista Humor

Sorpresa, sorpresa

Por Pilarm
En estas fechas tan entrañables, que estamos hartos de comer... todavía nos queda... ¡el roscón de Reyes! Oh my God! ¿Cómo resistirse a eso? Imposible.
Quitando a un lado cuántos roscones os habéis comido, seguro que todos ellos han venido acompañados, además de azúcar, nata/crema/chocolate/cualquier relleno, frutas escarchadas -si no le gustan al 99,99% de la población, ¿por qué se empeñan en ponerlas?- y esos gramitos de más en la báscula, por una sorpresa escondida dentro del roscón.
¿Qué es un roscón si no estás a punto de romperte un diente mordiendo algo duro? ¿O sin comerte un trocito del plástico que envuelve la sorpresa? O incluso, ¿qué es un roscón si no has intentado hacer trampa para ver dónde estaba la sorpresa?
Bien, pues tengo que hacer un anuncio.
Dramático.
Mucho.
En mi roscón no había sorpresa. Repito: NO había sorpresa.
En mi casa somos 3, yo he comido 2 trozos contados de roscón y prometo que no había cuerpos extraños en la masa. El resto de mi familia jura que tampoco la han visto. O una de dos, o realmente no había o alguien por las noches nos ha hecho el lío con el dichoso bizcochito.
No me malinterpretéis, puedo vivir sin figurita -¿puedo?-, pero cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo -ellos antes que para eso son más viejos-, coleccionábamos las sorpresas. Ahora mismo, la cajita debe estar o en manos de algún coleccionista que la recogió de quién sabe dónde, o su tercera vida reciclada, pero de ahí a que le haga el caso justo a la sorpresa, a no haber, es un paso.
Y por ahí sí que no eh, pasteleros del mundo, por ahí sí que no. Empezamos quitando la sorpresa del roscón y qué es lo próximo, ¿magdalenas llenas de colores y fideitos? -espera...-.

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