La cuestión que nos ocupa hoy es sin duda peliaguda e interesante. Se trata, como ya adelantamos en la entrada anterior, del empeño que tienen algunos eruditos (llamados "anti-stratfordianos") en demostrar que William Shakespeare, nacido en Stratford-upon-Avon en 1564, no escribió las obras que llevan su nombre, sino que el autor de las mismas fue un “escritor fantasma” cuyas obras han llegado hasta nosotros bajo el nombre de Shakespeare.
El problema en realidad es doble, porque hay quienes afirman que William Shakespeare era un actorcillo de poca monta y además analfabeto, que pudo haberse apropiado de las obras escritas por otro, y hay quienes creen que "William Shakespeare" es el seudónimo de alguien que por un motivo u otro no podía firmar las obras con su verdadero nombre. De este modo William Shakespeare no sería más que la persona utilizada para figurar públicamente como autor.
¿Y quién pudo ser entonces ese genio que supuestamente escribió Romeo y Julieta, Hamlet, Enrique V y todas las demás obras maestras que llevamos cinco siglos atribuyendo al hombre de Stratford?A lo largo del tiempo se han propuesto muchos candidatos, pero los tres que más atención han atraído son Sir Francis Bacon (1561-1626), insigne filósofo y poeta; Edward de Vere, conde de Oxford (1550-1604) y Christopher Marlowe (1564-1593) maestro de las letras universalmente reconocido. Los que defienden la teoría 'baconiana’ sostienen que es imposible que un paleto como el de Stratford hubiera escrito las obras que se le atribuyen, pues tales obras requieren unos conocimientos que William no podía tener de ninguna manera; que Bacon, en cambio, era noble, culto y viajado, pero a causa de su elevado rango social no podía publicar las obras con su nombre: en la época isabelina ser noble y dramaturgo estaba muy mal visto, pues el teatro era cosa de la plebe; que hay numerosas coincidencias y similitudes entre las obras de Bacon y las de Shakespeare…Pero entonces no me queda claro si es que Shakespeare le copió las obras o es que "William Shakespeare" era un seudónimo utilizado por Bacon, que además escribió numerosas grandes obras con su propio nombre...Los oxfordianos, o partidarios de la llamada ‘teoría de Oxford’, utilizan los mismos argumentos que los baconianos para defender que fue Edward de Vere el autor que o bien utilizó a William Shakespeare como fachada para hacer públicas sus creaciones, o bien fue engañado por el rústico actorzuelo para hacerse con ellas y presentarlas como propias. Y engañar de paso también a sus compañeros actores, al público, a los patrocinadores y a los intelectuales coetáneos.Sobre esta segunda posibilidad, por cierto, se construye Anonymous (Roland Emmerich, 2011), que presenta a Shakespeare como un patán borrachuzo, frescales, manirroto, timador, mujeriego y robaobras. Y a su amigo y sano rival literario, el ilustre Benjamin (Ben) Jonson, como un pelele en manos del conde Edward de Vere y manejado también por William.Lo que no me imagino en este caso es cómo se las apañó el pobre William para escribir El Rey Lear, entre otras, después de la muerte del aristócrata.La teoría que intenta apear a Shakespeare de su trono para sentar en él a Marlowe (que tiene el suyo propio), es la que a mí más me gusta. Por romántica.
Marlowe fue dramaturgo y poeta y a nadie se le oculta su influencia literaria sobre Shakespeare. Ambos eran de la misma edad, pero el talento de Marlowe brilló con precocidad, mientras que Shakespeare desarrolló el suyo a lo largo de los años.Christopher (Kit) Marlowe era un joven combativo y apasionado, que no se resistía a una buena polémica y a decir lo que pensaba sin cortarse. Tampoco le hacía ascos, al parecer, a una farra en la taberna, y se cree que murió, a la edad de veintinueve años, apuñalado en un callejón; según unos, en una pelea; según otros, en un asesinato político (pues también se dice que trabajaba como espía para la reina).
Pero, siguiendo otras versiones más románticas, en realidad ese asesinato no se produjo. Habiéndose ordenado su arresto, acusado de hereje, ateo e inmoral, el entorno de la corona fingió la muerte del joven irreverente. No bastaba con ocultarse para evitar el arresto: tenía que ser dado por muerto para que no lo buscaran y para evitar que las personas cercanas a él fuesen detenidas y torturadas para que confesaran su paradero.Y así, con el acta de defunción firmada por el forense de la casa real, y un cadáver falso, se ponía fin al asunto y todos a salvo.Pero, ¿qué fue de Marlowe entonces? Pues según esta teoría, huyó a Italia, y allí siguió escribiendo bajo un nombre falso. Ya se imaginan ustedes qué nombre. Efectivamente: William Shakespeare.Y así volvemos a lo que ya conocemos: los defensores de la autoría de Marlowe argumentan (oootra vez) que el tal Shakespeare de Stratford era un ignorante que no fue a la universidad, mientras que Marlowe había estudiado Teología, hablaba idiomas y había viajado por Europa; que don William no había salido de su pueblo más que para instalarse en Londres a vivir del cuento (bueno, del teatro); que muchas de las obras de Shakespeare se desarrollan precisamente en Italia (El mercader de Venecia, La fierecilla domada, Romeo y Julieta, Otelo…), y que precisamente Shakespeare empezó a destacar como autor después de la desaparición de Marlowe.
Esto significaría que Marlowe escribía en Italia, mandaba las obras a Inglaterra firmadas con el nombre de Shakespeare, y allí, el actorzuelo iletrado se hacía pasar por el autor de las mismas. Sin duda, una trama magníficamente organizada. Y que desbarata, a mi modesto entender, la teoría de que Shakespeare, el verdadero, fuera un actor de poca monta: tenía que ser un actor fabuloso para que nadie se percatara del engaño, sobre todo teniendo en cuenta que era un desinformado que no sabía ni escribir su nombre.
De todo esto me parece deducir, por ejemplo, que según estas teorías, una persona que no haya recibido educación superior y no pertenezca a las clases altas no está capacitada para el arte. Se ve que algunos no creen en el talento nato, en la capacidad natural, en la sensibilidad innata para crear, ni en el afán por aprender. Ni que un autor pueda y deba informarse y asesorarse para cubrir los conocimientos que no posee. También me parece que los argumentos que se dan para demostrar que Shakespeare no pudo escribir su obra se podrían aplicar con la misma alegría a muchos otros.Y que a lo mejor alguien, alguna vez, tuvo la idea de crear polémica poniendo en duda la autoría precisamente del más famoso y aclamado autor de todos los tiempos, y otros vieron ahí un filón en el que ahondar para salir en los papeles académicos. Puestos a especular…Pero en el fondo de la cuestión, detrás de las teorías, de los estudios, las investigaciones, las especulaciones y las sospechas, ¿qué queda? Pues queda lo más importante: las obras. Supongamos que se acabara demostrando fehacientemente que Dumas no escribió El conde de Montecristo, que Shakespeare no escribió Hamlet, y, ya que estamos, que Leonardo no pintó la Mona Lisa. ¿Qué pasaría? Habría un gran revuelo académico, desde luego, y habría que modificar muchas cosas, pero las obras seguirían siendo lo que son: creaciones inmortales que superan a sus autores, sean estos quienes sean. Y seguirían llenando nuestras vidas de emociones, poesía, misterio y deseos. Porque lo que nos hace feliz no es el nombre que figura en la portada del libro, sino lo que hay dentro.Así que, mientras los entendidos y los doctos elaboran sus sospechas, yo me quedo aquí disfrutando El sueño de una noche de verano, escrita al parecer por un tal William Shakespeare, al que lo que le interesaba no era la fama ni la posteridad, sino ver sus historias interpretadas en el escenario.