Del muro de Angel Mosterín: un cronista de lujo. Qué bueno hace el cuento:^^Ya sé que hay muchas verdades, con lo que comenzar cualquier intervención apuntando que “la verdad es que…”, de inicio empobrece mucho la opinión que se pudiera tener de quien haya empezado reduciendo la realidad, hasta tal punto que se atreve a referirse a la verdad como si no hubiese más que una, y todas las demás en el mejor de los casos podrían tenerse por falsedades que al ser de buen corte podrían pasar por lo que no son, en determinadas ocasiones.A mi entender es más práctico en cualquier circunstancia presentar las verdades y lo que no lo son, en una mezcla equilibrada dentro de lo posible, y ofrecer a la audiencia la opción de que combine unas y otras; o que si no le importa limitarse extremadamente, sólo admita verdades, o mentiras, eso lo dejo naturalmente a la elección de quien se vea en el caso, y construya el relato como mejor le plazca, o se deje llevar sin ir más allá de lo que parezca prudente. - Dígame una cosa. Estas advertencias que está haciendo nada más empezar tienen alguna intención, ¿verdad?- ¿Qué quiere que le diga? Realmente da igual que la tenga o no. Lo más probable es que no se tengan en cuenta, ¿no cree?Ahora mismo me parece improbable que hubiera prestado atención a Laurence Sterne de no ser por un aviso indirecto de Enrique Vila Matas, que fue de quien recibí la llamada de atención. Pero también podría haber sido cosa de Alfredo J. Ramos con quien, como tengo más contacto que con Vila Matas, no hubiera sido nada extraordinario que en Talavera de la Reina, o en la escalinata de la Real Academia, viendo pasar turistas japonesas que cualquiera diría que han viajado desde Kioto o Nagoya con el propósito exclusivo de ver la exposición de Fernando Zóbel en El Prado, en algún momento, cuando ya hubiéramos hablado de todo lo demás, que es muchísimo, me hubiera dicho algo, lo que fuera, acerca Laurence Sterne, y a partir de ahí y ya llevado de una curiosidad que se apoderaría de mí, buscaría lo que fuese de Sterne con tal de no continuar en ese limbo literario donde flotan las almas ingenuas y sin malicia, como lo son en general las de las personas nacidas en Bilbao, a pesar de que por circunstancias que en este momento de la narración no vengan a cuento, hayan pasado por un buen número de lugares que ni siquiera debe darse por descontado que todos esos sitios se correspondan de manera comprobable con rincones de este mundo.Para mí, sin que sepa dar detalle de por qué he llegado a esa conclusión, Vila Matas, Ramos, y Laurence Sterne son, los tres, personajes del siglo XVIII. Aunque hay otros, es posible que el rasgo que en ocasiones más me hace distinguir entre ellos, es la peculiaridad de que Sterne es el único que como complemento a su profesión principal, eligiera la de clérigo anglicano.Tengo la impresión de que si a Enrique Vila Matas se le hubiese presentado la oportunidad de ser Julio Cortázar la hubiera aprovechado, y para que quienes sintiéramos interés por ver hasta dónde llegaba ese (su) caso de transustanciación, desaparecería con la Maga, a la que habría tomado de la mano, y tiraría de ella suavemente hasta salir del cuarto de un hotel de Montevideo a través de la puerta que encontrarían detrás de una armario del cuarto, y que no daría a ningún sitio, porque según se supo después, durante una reforma general del establecimiento, se cerró el punto por el que alguna vez el cuarto de Enrique y la Maga se comunicaba con el de al lado.Al contrario de lo que me sucede con Vila Matas, de quien es fácil deducir que no me atrevo a tener certezas, porque ni él ni yo somos de ésos, y enseguida los demás se dan cuenta de que cualquier día nos van a comer nuestras inseguridades, Alfredo J. Ramos apuesto que no se cambiaría por nadie. Y hace bien, me parece. - Es que me he acostumbrado a mí, ¿sabes?-, me dice Alfredo. – Eso no quita para que de tanto en tanto me apetezca manejar bólidos, como Max Verstappen, o hacer en el teatro un espectáculo como el de Antonio Banderas. Pero sería yo. Lo haría como ellos, pero sería yo, oye.- Eso es lo que imaginaba: que tú quieres ser tú. Y no como me pasa a mí que ni pienso en lo de Verstappen, pero que ahora que he leído “Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro”, me cambiaría, sin mirar, por Mónica Velasco. Y en Salamanca, cuando me vieran pasar, todo el mundo se volvería, y las gentes se dirían “… ahí va Mónica Velasco”, y me sentiría la reina del mambo.Que Alfredo y yo, aunque sólo ocurra de pascuas a ramos, intercambiemos confidencias tampoco es algo que vaya muy allá. Pero con otras personas debiera portarme más comedidamente, y ajustarme a mi idea de que el pudor no sería tanto lo que sintiera si me vieran desnudo -igual que si fuese alemán, siendo ellos tan dados a mostrarse como son-, sino que el pudor se hiciera conmigo ante la posibilidad de que alguien leyera y entrara en ese cuarto oscuro de mi cerebro.Tan del XVIII como en algunos aspectos vea yo a Vila Matas y a Alfredo Ramos, lo es, y más porque el vivió en parte de esos años, Laurence Sterne de quien por lo que sea, que algo habrá, no termino de decir lo que tenía pensado. Recomendaría, porque en cierto modo, era mi intención del principio, “The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman”, y que si se ponen a ello, lo hagan intentando situarse en las fechas convenientes. Lean en inglés preferentemente, pero sin agobiarse pensando si estarán entendiendo o no. Si eso, que le entendieran, le hubiera importado de verdad a Sterne, debiera haber sido él quien se aplicara con un castellano cuidado:“I know there are readers in the world, as well as many other good people… lectores y otras muchas buenas gentes que no se encuentran cómodos hasta que les cuentas todos los secretos, del primero al último, sobre cada asunto de los que te preocupan…”. Lo voy a considerar. Debiera dar un paso (más) y sincerarme/sincerrarme. ^^