By Isley Juan
La última vez que hablé seriamente con alguien de Al Green fue con un disquero viejo del barrio de Congreso, de la calle Rodríguez Peña, casi Rivadavia. Un tipo amable pero callado, que por su aspecto y por la oferta general de su negocio diría que anclaba un poco en los setentas: Creedence, Allman Brothers, Pescado Rabioso.
Estaba revisando la sección de R&B, apretada en un par de cajas de cartón sobre una de las paredes laterales del local. El disquero me preguntó por reglamento si buscaba algo en especial, mientras acomodaba otras cosas. Le dije que “nada puntual, quizás algo de Al Green”.
- No… de Al Green, no –me dijo pensativo, como en tono de auto reproche por no tener nada pero no por perderse una eventual transacción, me pareció, y repitió para sí el nombre del cantante. Así que aproveché y le dije, para alargar la conversación, que me gustaba y que me parecía que estaba un injustamente oscurecido por Marvin Gaye, a quien se conoce más. Asintió lenta y repetidamente.
-Hay algo que el tipo tiene… -Hizo un gesto inconcluso con los dedos, frotándolos entre sí, como queriendo agarrar algo escurridizo.
Eso fue todo. Ahí se quedó charla de disquería. Al rato le compré el doble en vivo de Bob Dylan, edición nacional.
A la cama con Jesús
Ahora que me propuse escribir sobre el cantante americano, toda la escena me resulta de lo mejor que puedo hacer para introducir a Al Green. Y no es que falten ideas. Podría tomar, por ejemplo, las que tienen que ver con expresar la tensión entre dos mundos.
En primer lugar, la tensión entre el mundo pulsional y el religioso. Green, un tipo formado como muchos de los cantantes negros en los púlpitos de una iglesia pentecostal, siempre fue considerado un cantante sexy. Tanto, que llevó al suicidio a una de sus novias, despechada por su negativa a casarse con ella, un episodio que lo terminó apartando del mundo secular y que lo llevó a fundar su propia congregación.
En segundo lugar, la tensión entre el sur y el norte de los Estados Unidos. Como bien señala Stephen Erlewine en su biografía de All Music, en Green se sintentizó el soul de Memphis para abajo, más agreste y desprolijo, con el de Philadelphia, más sofisticado y elegante. Las canciones de Al Green toman lo mejor de ambos universos: pueden estar orquestadas sin bordear jamás ese toque funcional que a veces molesta en MFSB, los dueños del sonido Philly. O, por el contrario, tener la pasión cruda de los discos de Stax sin los desbordes de un Otis Redding.
A todo esto quizás se deba ese modo de cantar contenido, bien íntimo, medio trompetoso, tan expresivo por lo que suelta como por lo que calla. Ese modo inagarrable, capaz de llevar a las chicas a la muerte y a los disqueros de Buenos Aires a conversar un poco.
AL, llamame
De sus muchos buenos álbumes –todos de la primera mitad de los setentas-, el que me hubiera gustado encontrar en uno de los cajones del local de Congreso es Call Me, producido por Willie Mitchell, un hombre que hacía lo mismo que Al Green con la voz pero con ¡orquestaciones de vientos y violines!
El álbum es memorable de principio a fin y, aunque no tiene hits como "Let’s Stay Toghether" o "Love and Happiness", siempre primerea cuando los expertos seleccionan lo mejor de su discografía. Algunas joyas: "Stand up", una declaración de principios que por sutil resulta más poderosa que muchas otras declamaciones de la época; los susurros en falsetto de "You ought to be with me"; el diálogo sincopado de voz y vientos en "Here I’ am, Baby", (sí, la que versionan los UB40) y la improvisación murmurada del final de "Jesus is Waiting".
Y a la vez que denuncian su origen sureño, no están nada mal las versiones de canciones country como "I’m So Lonesome I Could Cry" de Hank Williams y "Funny How Time Slips Away" de Willie Nelson.
CodaCuando me embolsaba el disco de Dylan, unos 20 minutos después de haberse restregado los dedos, el disquero me retomó la charla.
-Hace rato que no veo discos de Al Green.
Le insistí con mi idea de que estaba un poco oscurecido por la fama de otros grandes de la época.
-Puede ser –me contestó, sin prestar mucha atención-. Pero él tiene algo que los demás…
Y ahí se volvió a quedar, inconcluso. Pero lo que sea que haya querido decir, los demás no lo tienen, efectivamente.