Si se mira por encima la filmografía de Christopher Cain, cualquiera puede señalar varias películas suyas que ha visto y es bastante probable que no retuviese ni el nombre de quien las dirigió, con todo lo que eso implica. A finales de los años 80 disfrutó de uno de esos éxitos coyunturales de los que afortunadamente nadie se acuerda ya,"Young guns" y hubo más antes y después. Es por tanto la casualidad en mayor medida que la curiosidad lo que puede conducir a "The stone boy", una pequeña película de 1984 que duró una semana en carteleras y nadie vio fuera de Estados Unidos.Hay docenas de casos como el de Cain en el cine americano. Director joven con algún film que le coloca el cartel de promesa y desde ese momento, dos vías seguras hacia la nada: o un film personal donde apueste y pierda, quizá desanimándolo a seguir o una concesión que le aparta de su camino y lo anima a emprender uno que no contempló o que se juró nunca transitaría. Cain no es una excepción y como tantos otros, se entregó poco después del estreno de "The stone boy", que no perdió una fortuna, ni obtuvo pésimas reseñas, pero no gustó al público.Sin un gran prestigio detrás ni siendo una obra de madurez o, mejor aún, final, las razones del fracaso de "The stone boy" eran, por desgracia, previsibles y bastaría enunciarlas como audacias para señalar lo que tienen de excepcionales.
Es un film parco en planos, palabras y gestos, sin humor; tiene varias historias superpuestas a cual más dura, contempladas en toda su crudeza; cuenta con intérpretes conocidos, Robert Duvall y Glenn Close sobre todo, pero resultan ser secundarios; aborda un asunto tan luctuoso como la muerte de un chico por accidente y su efecto en cuantos le rodeaban, pero no reconforta ni propone siquiera que tal cosa sea posible. Como una lánguida balada country, se aferra un momento a emociones porque es lo único que puede hacerse, pero el drama continúa abierto e irresuelto cuando caen los títulos de crédito en varios si no todos sus escenarios. No hay tesis, ni bisturís ni radiografías sobre un hecho traumático, The stone boy" no nació ni en un aula ni en un laboratorio, es un film vagabundo y afligido, que asiste a un proceso de aceptación tratando de encuadrar como miraría uno más de sus personajes, sin ventaja alguna, dejando pasar el tiempo que dicen que cura pero todos sabemos que solo ayuda a olvidar si uno lo necesita.Qué radical diferencia hay a veces entre films de parecidas hechuras, según si se preparan para cambiar o no. Qué poso tan distinto el que dejará por ejemplo todo el metraje de "The accidental tourist" gracias a un contrapunto, el que aporta el personaje de Geena Davis.
Cain renuncia a proporcionar un salvavidas a nadie y dispone unas composiciones y transiciones de seca belleza, aprovechando la luz y las dimensiones de los espacios no para embellecer ni para intervenir apremiando o cambiando la dinámica de cualquier situación, sino para hacer más clara la puesta en escena, ya que bastante difíciles son las contradicciones en que se mueven este niño que no sabe lo que ha hecho, estos padres que no encuentran la manera de hacer que lo entienda, la hermana del chico que se ve acorralada por un despreciable o la mujer de este tipo, que lo sufre en silencio mientras van aumentando los vasos de bourbon, hasta que no puede más. Un escorzo con la cámara, una voz en off altisonante, una partitura conmovida por cualquier florecilla o rayo de sol (y la firma James Horner), una interpretación acentuada... no faltaban trampas en las que podía haber caído la película y así tal vez haber acortado la distancia que quiere poner con espectadores acostumbrados a subrayados de todo tipo. Hermoso suicidio comercial.El irresoluble conflicto que asola al pequeño y la libertad con que le dejan afrontarlo casi lleva a la película a las puertas del cine de John Cassavetes, que ese año filmaría su extraordinaria "Love streams" con otro niño que, salvo por el sentimiento de culpa, estaba tan zarandeado por las circunstancias como este. No servirá la conexión para salvar a Cain de la quema, pero sí quizás para entender mejor de dónde proviene el necesario caos que nace del tanteo y que preside el cine de los grandes rebeldes del cine independiente americano. En los días del cine clásico, con toda su grandeza, las vacilaciones y las incandescencias le duraron vírgenes una película a Nicholas Ray. Robert Kramer aún no sabia cómo dominarlas ni utilizarlas en "Route One, USA", su película número catorce. Y falta un invitado. A poco se disponga un drama no para solucionarlo ni para darlo a ver un rato y hurtarlo con cualquier burda excusa, sino para compartirlo, regresa ese compañero silencioso al que a nadie le gusta dar la bienvenida, el desamparo.