Revista Cultura y Ocio
Soy de la Marvel donde otros dicen ser de derechas o de la cofradía de su barrio. Lo soy sin estridencias. Las andanzas de Peter Parker por Nueva York amenizaron las mías por el Sector Sur. Se me podía preguntar por todos los malvados que atizaban a Spidey en los callejones y los nombraba sin error a todos, pero me gustaba Kingpin por encima de los demás. Lo que nunca hizo Stan Lee fue darle cancha a Kingpin. Le relegó a números sueltos cuando se merecía una franquicia para él solo. El Duende Verde, el Doctor Octopus, El Lagarto, El Hombre de Arena, El Buitre, Electro, Rhino, Misterio, Venon o Kraven El Cazador eran villanos de segundo orden. A mi hijo le extraña esa pasión mía por Kingpin, ese mafioso de doscientos kilos, duro como una roca, instalado en el confort de la alta sociedad, ejerciendo el mal con cierta elegancia aristocrática. En su aracnofilia prefiere adversarios que exhiban una contundencia gráfica de más empaque. A la juventud de hoy, entre la que me incluyo cuando me conviene, le fascina un mal distinto al que yo me inclinaba cuando era joven. La culpa la tiene Michael Bay o la tienen los blockbusters repartidos por todo el mundo. En los últimos setenta, cuando yo compraba los cómics del trepamuros, el cine todavía no había descubiertos las bondades financieras de los superhéroes. A mí Superman, el primero de un amortizado elenco, nunca me entusiasmó. Era de la Marvel como otros son de la DC Comics. Me da igual que Nolan haya salvado a Batman del olvido y su trilogía sea fantástica en casi todo (la última flaquea en narrativa). Uno es de Peter Parker y ya está. Le importa escasamente que este reflotamiento reciente de la figura de Spiderman no haya cuajado lo más mínimo y se balancee entre el cine de héroes para adultos y el palomitero sin pretensiones que mueve masas de adolescentes a los centros comerciales para ponerse hasta los ojos de hamburguesas después de la proyección. Viva Sam Raimi, dije al salir del último Amazing Spiderman. Luego vino Kafka y vino Borges, la poesía renacentista y Humbert Humbert recorriendo los moteles de la América profunda con su preciosa Lo-li.ta, pero antes de todo eso, antes de que la Gran Cultura (esa mentira) me atrapara y me atrofiara, yo gritaba por las calles de Córdoba,"viva Stan Lee, viva Kingpin"