Los crímenes de la dictadura siguen saliendo al aire. Las ánimas siguen penando y reclamando verdad y justicia.
Exigen celeridad a la justicia y disculpas de TVN/Canal 13
Por Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno
Disculpas de los grandes medios como Canal 13 y Televisión Nacional (TVN) por sus noticias falsas sobre el inexistente enfrentamiento de la Rinconada de Maipú, que en 1975 encubrió seis asesinatos, y mayor celeridad de la justicia en los procesos de crímenes de lesa humanidad, exigieron familiares y cercanos de las víctimas.
Veintisiete años tardó el procedimiento de la justicia chilena para dictar sentencia de primera instancia en este caso, después de 39 años y 8 meses del asesinato de los hijos, hijas y amigos del entorno del tornero Alberto Recaredo Gallardo Pacheco y de su esposa Ofelia Moreno, cuya familia fue diezmada durante la noche del 18 al 19 de noviembre de 1975 por un equipo de exterminio de la dictadura cívico militar.
El jefe de hogar, Alberto Recaredo, entonces de 63 años, pereció en la madrugada del 19 de noviembre pero aún hoy lo sobrevive su esposa Ofelia, de 90.
La sentencia podría marcar un comienzo de justicia y reparación al sufrimiento de los sobrevivientes de esta familia, cuyos miembros valoran el fallo del juez especial Leopoldo Llanos Sagristá “como fruto del arduo trabajo de diversos jueces, abogados y testigos”, y “por sobre todo … el empuje y valentía de nuestra amada madre y abuela Ofelia, hoy de 90 años, quien hace 24 días se debate entre la vida y la muerte internada en el hospital”.
http://http://www.24horas.cl/nacional/la-ultima-condena-de-manuel-contreras-rinconada-de-maipu-1742218
Victimarios mueren de viejos
Sin embargo, la justicia parece estar llegando con notorio atraso. Muchos creen que la justicia demora deliberadamente, esperando que mueran los victimarios y las víctimas de delitos de lesa humanidad cometidos hace más de 40 años. “Para que la Justicia sea plena debe ser oportuna y proporcional al daño causado”, dijo Alberto Rodríguez Gallardo, portavoz del grupo, también detenido en 1975 junto a su madre Catalina Ester Gallardo Moreno, aunque sólo tenía seis meses. Las familias y amigos de las víctimas hicieron una demostración el viernes en la sede del Poder Judicial, Palacio de Justicia, para llamar la atención ante la escasa cobertura de prensa que ha tenido la sentencia de 95 páginas emitida el 27 de julio.
“Esta tardanza de los tribunales nos parece inaceptable, ya que vemos como nuestros familiares y los propios asesinos se mueren en medio de tanta demora. No estamos culpando a los jueces que han llevado el caso, sino el andamiaje institucional heredado de la dictadura cívico militar y los intereses mezquinos y fácticos que éste contiene”, añadió.
El “andamiaje institucional” incluye también a los grandes medios de información, en particular a la televisión del Estado (TVN) y Canal 13 de la Universidad Católica, propagandistas activos de la puesta en escena del falso enfrentamiento en terrenos agrícolas de la periferia oeste de la ciudad, el predio Rinconada de Maipú, inventado para encubrir el asesinato múltiple perpetrado en el extremo opuesto de la urbe, al este y al pie de la Cordillera, en el campo de torturas y exterminio conocido como Villa Grimaldi.
En 1975, periodistas de todos los medios hicieron vagos “reportajes” a la maleza y los arbustos rurales e incluso pergeñaron supuestas entrevistas a “testigos”, principalmente menores, para ilustrar el pretendido escenario del “enfrentamiento” y adornar el texto oficial que la dictadura ordenó redactar a los periodistas de la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos). La utilería y el guión para la tele lo aportó la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina), dirigida por Manuel Contreras.
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El periodista conductor de noticias de TVN Julio López Blanco, con un impecable traje de calle, mostró en cuclillas sobre el pasto de La Rinconada un puñado de cápsulas vacías de proyectiles percutados (”vainillas”, en el lenguaje chileno) como prueba suficiente de que allí hubo un reciente enfrentamiento de la Dina con “terroristas”, mientras su jefe Roberto Araya describía cómo ocurrieron las supuestas acciones y daba a conocer la lista de “extremistas muertos” en el “enfrentamiento”, que eran precisamente las víctimas asesinadas esa misma madrugada en Villa Grimaldi.
La tríada Dinacos, Dina y periodistas de la dictadura incluso reportó un “herido” entre sus filas, con nombre y apellido, pero que nunca fue mostrado. Mirando las noticias de televisión, los familiares se enteraron que sus hijas, hijos, hermanos y hermanas no sólo estaban muertos, sino que además todos eran “delincuentes, extremistas, terroristas…”, en vez de profesoras, vendedores, torneros, gente de trabajo… Todavía hoy sienten que la familia fue escarnecida por los medios que alteraron la verdad y, de paso, difamaron e hicieron víctima de calumnia e infamia a todos sus miembros.
El burdo recurso del falso “enfrentamiento” fue tan recurrente como “el intento de fuga” en el encubrimiento de cientos de asesinatos a lo largo de los 17 años de la dictadura militar-civil implantada por la clase propietaria de Chile que utilizó a los militares para derribar a Salvador Allende en 1973.
Los mismos de siempre
El fallo condenó a 20 años de prisión a cinco militares que ya se encuentran presos desde hace varios años por su participación en numerosas otros atentados contra los derechos humanos. Por ejemplo, el general Juan Manuel Guillermo Contreras Sepúlveda, fundador de la Dina y principal promotor de los delitos de lesa humanidad perpetrados en Chile por la dictadura de militares formados por EEUU en la Escuela de las Américas y civiles de extrema derecha, acumula más de 500 años de prisión, mientras moribundo recibe gratis en el Hospital Militar la atención médica financiada con fondos públicos que el Estado le negó a sus víctimas.
Los demás sicarios de este caso también están presos en la misma cárcel especial de Punta Peuco, donde se alojaba Contreras antes de ser trasladado al hospital: Marcelo Luis Manuel Moren Brito, Rolf Gonzalo Wenderoth Pozo, Miguel Krassnoff Martchenko y Basclay Zapata Reyes, todos “autores de los delitos de homicidio calificado de Alberto Recaredo Gallardo Pacheco, Catalina Ester Gallardo Moreno, Mónica del Carmen Pacheco Sánchez, Luis Andrés Gangas Torres, Manuel Lautaro Reyes Garrido y Pedro Blas Cortes Jelvez”.
Los hechos de 1975
“Nuestra detención y la de nuestros familiares asesinados cambió para siempre el curso de nuestras vidas”, relató Alberto Rodríguez Gallardo. “Fuimos detenidos por agentes de la Dina que irrumpieron violentamente en nuestros hogares entre las 10 y las 11 de la noche del 18 de noviembre de 1975, sin ninguna consideración con las mujeres embarazadas ni con los niños”, añadió Alberto, detenido también esa terrible noche siendo un lactante de 6 meses.
Según su relato, Catalina, Mónica y Alberto Recaredo (el abuelo) fueron entregados a la DINA por la Policía de Investigaciones (PDI) y llevados al centro clandestino de exterminio Villa Grimaldi. Los testigos y sobrevivientes que estaban detenidos ese día recuerdan la noche del 18 de noviembre de 1975 como “la más horrible de que se tenga memoria en ese lugar”. Escucharon golpes de apertura y cierre del portón, voces destempladas pidiendo agua y aceite hirviendo y los gritos desgarradores de Catalina, Mónica y Alberto Recaredo. “Era el horror y la bestialidad desatada de unos seres humanos en contra de otros seres humanos indefensos”, dijo Alberto.
Esa noche los esbirros derrocharon la sevicia que fortalecieron en la Escuela de las Américas. “El reconocimiento posterior de los cuerpos dejó en evidencia la brutalidad del crimen”, explicó. Mónica fue reconocida en el Instituto Médico Legal junto al feto de su bebé salido de su vientre; Catalina se encontraba con las cuencas de sus ojos vacías, se los habían arrancado; y nuestro padre y abuelo Alberto Recaredo prácticamente despedazado”.
Junto a los tres miembros de la familia Gallardo en el falso “enfrentamiento” participaron otros tres detenidos, Manuel Reyes Garrido, Pedro Cortés Jelvez y Luis Gangas. También padecieron la barbarie, fueron colgados, quemados con agua y aceite hirviendo y rematados a golpes de pies y puños. “Los cuerpos de todos ellos fueron llevados a los cerros de la Rinconada de Maipú, donde se ejecuta la segunda parte de este monstruoso crimen, es decir, el montaje comunicacional elaborado por Dinacos en complicidad con TVN y Canal 13, que con sus cámaras mostraron a Chile y al mundo un “violento enfrentamiento entre elementos subversivos y agentes de seguridad” que supuestamente habría tenido lugar allí minutos antes”, relató Alberto.
Montaje comunicacional
En este proceso, por primera vez la justicia chilena se interesó de manera seria en el rol de los medios de información en operaciones de encubrimiento de asesinatos fabricando noticias falsas para intentar cambiar la narrativa de los hechos con la invención de falsos enfrentamientos, como el de Rinconada de Maipú. La versión del “enfrentamiento” apareció en papel como un comunicado de Dinacos. Fue reproducido tal cual por El Mercurio, La Tercera, Qué Pasa y los demás medios impresos de la época, controlados todos por la dictadura cívico militar. La puesta en escena “in situ” para la tele corrió por cuenta de los canales 13 UC y TVN.
Alejandro Solís, otro de los jueces que intervino en la causa, solicitó al Colegio de Periodistas el expediente del Tribunal de Ética que expulsó de la orden profesional a Carlos Roberto Araya Silva. Su sucesor, Leopoldo Llanos, también citó a declarar a numerosos periodistas y camarógrafos, entre otros en la sentencia aparecen citados Manfredo Mayol, Vicente Pérez Zurita, Claudio Sánchez y Julio López Blanco, también sancionados por el Colegio por su participación en el montaje. En 2012, Solís decidió procesar a Araya como encubridor.
“Sabemos que al menos Roberto Araya era agente Dina y eso está acreditado en el fallo”, explicó Alberto Gallardo. Araya Silva era un locutor de San Antonio, amigo y compadre de Manuel Contreras, quien era jefe del regimiento Tejas Verdes. La Dina infiltró a Araya como “periodista” en un cargo de jefatura en Prensa de TVN y, a la vez, se hizo miembro del Colegio de Periodistas, pero en 2006 fue expulsado de por vida por el Tribunal de Ética de la orden. Falleció en 2012.
Contreras muere
Desde que se sabe que es inminente la muerte de Contreras en el hospital de los militares –que se financia con fondos públicos–, en el país donde la justicia actúa “en la medida de lo posible” mucho se discute si el archi-criminal recibirá o no los honores castrenses reservados a los generales, o si asistirán o no a su entierro altos oficiales del ejército y autoridades del gobierno, como ocurrió en el entierro de su jefe Pinochet.
La familia Gallardo se sumó a las voces que vienen exigiendo romper los pactos de silencio que guardan secretos, como el destino de los desaparecidos, al interior de las fuerzas armadas, y de los civiles cómplices y encubridores de crímenes de lesa humanidad. “Ya no es creíble que sólo un puñado de militares fueran capaces de sostener una dictadura por 17 años”, dijo Alberto Rodríguez. También exigen que sean degradados los oficiales que, como Contreras, cumplen prisión por asesinato.
SOY OFELIA MORENO VIUDA DE GALLARDO
Me llamo Ofelia Moreno, tengo 82 años.Desde el año 1980 llegué a vivir a un lugar rural de Renca -hoy ya casi no queda nada de rural; este fue un cambio muy fuerte en mi vida, por las condiciones económicas y emocionales que tuve que enfrentar.
Me crié en el barrio del sector Brasil; me casé muy joven con Alberto Gallardo; de ésta unión nacieron cuatro hijos. En el mes de Noviembre de 1975 cambió mi vida radicalmente, como a continuación les paso a narrar.
El 18 de noviembre de 1975, encontrándome en reunión del colegio como apoderado de mi nieta Viviana, llegó mi marido para avisarme que debía retirarme porque en casa había problemas; cuando salí del establecimiento me doy cuenta que iban dos personas siguiéndonos quienes nos hicieron subir a un auto -cosa que me sorprendió mucho porque el colegio quedaba a cuadra y media de mi domicilio; cuando iba a entrar a mi hogar me detienen otros hombres, que me mostraban unas fotos familiares que yo tenía guardadas y me di cuenta que habían hurgado entre mis cosas más personales de donde escogieron las fotos. A la vez preguntaban cuál de ellos era mi hijo Roberto; la misma pregunta le hicieron a mi esposo y a mi otro hijo: Guillermo y su niñita (Viviana); como Roberto no aparecía en ninguna de esas fotos, se molestaron y comentaban en voz alta “allá van a hablar”. Enseguida nos hicieron subir al vehículo que usaban, llevándonos al Cuartel Central de Investigaciones; allí fuimos separados en el pasillo; interrogados por separado; a mí me interrogó un funcionario que llevaba una ametralladora en la mano -según decía, estaba dispuesto a todo y por lo tanto –me conminaba- debía contestarle con la verdad a sus preguntas; entre otras preguntas que me hizo, recuerdo, que preguntó por el color político que tenían. Yo le pregunté ¿qué hizo Roberto; porqué lo buscan…? El funcionario se negó a contestarme, diciéndome: “Yo, hago las preguntas”.Para aclarar un poco más debo decir que Roberto, para el año ‘73, necesitando para un trabajo, su licencia del servicio militar cumplido, se presentó a solicitarla y fue obligado a integrarse a hacerlo, porque no se le reconocieron los trámites que había hecho en su momento; ya que, para entonces, radicábamos en el extranjero. Todos creímos, que esta situación estaba solucionada, desde Argentina –lugar donde vivimos por 14 años, donde realizó trámites, por 3 años, ante las autoridades pertinentes.
Mi familia en el momento de éstos desagradables hechos estaba compuesta por:
Alberto Gallardo, mi esposo, 63 años; profesión Tornero Mecánico.
Guillermo Gallardo, mi hijo mayor, 32 años. Limitado por enfermedad, y su hija, Viviana, 9 años de edad.
Catalina Gallardo, hija. 29 años. Profesión: Secretaria Ejecutiva de Manpower. Casada con Rolando Rodríguez Cordero. 29 años. Empleado de Correos y Telégrafos. Juntos tuvieron un hijo: Alberto, 6 meses de edad.
Roberto Gallardo, hijo. 26 años. Empleado Particular. Casado con Mónica Pacheco Sánchez –embarazada de 3 meses. 26 años. Profesora básica de Idioma en una escuela de Quilicura.
Isabel Gallardo, hija menor. 18 años. Estudiante nocturna, 1 hijo.
Las dos parejas participaban en la Juventud Obrera Católica donde se conocieron y se casaron poco después, casi en la misma fecha, ambas parejas.
Mónica perdió a su primer hijo, estando con 8 meses de embarazo, producto de la inseguridad que se vivía, en esos meses posteriores al golpe de estado, ya que Roberto estaba haciendo el Servicio Militar Obligatorio.
Todos estábamos muy preocupados con el momento político que se estaba viviendo, me refiero al año 1973.
En Investigaciones…
Vi llegar a Investigaciones a casi toda mi familia, menos a Roberto. En ese lugar Catalina me pasó su guagüita a la que estaba amamantando; en un momento nos juntaron en una dependencia a mi hija Isabel, a Guillermo y su hijita y a mi nieto de 6 meses. Nos llevaron allí los funcionarios que estaban de turno. Como no veía a mi marido pregunté dónde estaba; uno de los guardias mentirosamente me contestó que “lo habían dejado irse a su domicilio”. Esto me tranquilizó porque él no estaba bien de salud.
Por segunda vez nos trasladaron de lugar –a los mismos que nombre antes- nos llevaban a donde tenían a la gente detenida en horas de toque de queda. En esos momentos, por el pasillo ví a mi nuera Mónica vuelta para la pared; llorando, también vi el abrigo verde –que yo misma arreglé- de mi hija Caty, en el suelo, cerca de ella.
No quiero recordar esa noche tan negra y angustiosa.
En la madrugada sentimos llamar a mi esposo; había estado en un calabozo, todo el tiempo; nosotros y él nos sorprendimos mucho, recuerdo que dijo “¿Cómo, todavía están aquí?. Esa fue la última vez que lo vimos con vida. En el lugar donde nos tenían se sentía el llanto de mi hija y de Mónica; a mi nieto lo tuvimos toda la noche sin alimento ni pañales para cambiarle; no se nos permitió –a pesar que yo pedí- que me nos dieran la atención que necesitaba la guagüa. Llegó la mañana; como a las nueve nos trasladaron al lugar por donde habíamos llegamos; allí nos esperaba el que me interrogó -después me enteré que se llama Ernesto Baeza Michelsen, en ese tiempo director de investigaciones y muy ligado a Villa Grimaldi. Recuerdo que dijo: “Quedan uds. en libertad –señalando con el dedo-. Sepa Ud. sra. que su hijo (Roberto) hace dos días que está muerto, y al resto de su familia vaya a reclamarla a la DINA”. Nos quedamos espantados con esta noticia. Atinamos sólo a salir llorando, afirmándonos unos a otros. Tomamos un taxi; fuimos a casa de mi hija Isabel -que vivía en Almirante Barroso, para retirar el bolso del niño de Caty y luego nos fuimos a mi hogar con la ilusión de encontrar allá a los que faltaban; no había nadie, nos preparamos una leche de desayuno; luego yo me quedé con los dos niños. Isabel y Guillermo salieron a buscar información de qué se podía hacer por ellos; les aconsejaron que informaran lo ocurrido en el Comité Por la Paz. Así lo hicieron; Allí se les indicó que fueran a la morgue para confirmar la muerte de Roberto; también se les indicó que era necesario hacer un recurso de amparo por los demás integrantes de la familia para confirmar los arrestos.
No se pudo confirmar nada y los recursos no sirvieron tampoco. Esa tarde como a las seis, dieron un avance noticioso; allí se informaba de un enfrentamiento en Rinconada de Maipú, donde unos extremistas fueron abatidos y nombraban al resto de mi familia que faltaba; diciendo que se enfrentaron con organismos de seguridad; mostrando un lugar por la TV que ya era conocido porque había sido mostrado en otras ocasiones. Yo no creí tal noticia porque lo vivido desde la tarde anterior fue muy distinto; pensé que era una falsedad, para que Roberto apareciera; quedando con la preocupación de saber cual sería su falta. Transcurridos los días sin saber de ellos; los buscamos; fuimos a tribunales de justicia donde en lugar de explicación nos corrían con amenazas. Gracias a las gestiones hechas por la Sra. abogada Fabiola Letelier, quien andaba en busca de detenidos desaparecidos en la morgue, por casualidad, los encontró a ellos y exigió la entrega de sus cuerpos. El 11 de Diciembre llegaron a mi domicilio para avisarme que los
entregaban, para sepultarlos de inmediato en el Cementerio General; en urnas selladas; solamente se podían reconocer sus rostros; tarea difícil por lo desfigurados que quedaron. Eran los cuerpos de mi hijo Roberto, su esposa Mónica con un embarazo de 3 meses; mi hija Catalina y su papá Alberto Gallardo.
No sé cuanto tiempo pasó, llegaron otra vez a mi hogar cuatro jóvenes de civil armados. En esa ocasión revisaron nuevamente mi hogar y me llevaron sin rumbo; pero los hombres en el trayecto me hicieron acompañarlos primero a la casa de mi hija Isabel; ella no estaba; le revisaron todo; se llevaron varios libros; según ellos estaba prohibido tenerlos; me subieron a una camioneta y me cubrieron la vista. No sé el tiempo, cuando llegamos a un lugar, me ayudaron a bajar, me llevaron a una pieza; un hombre me interrogó; yo relaté lo que viví con mi familia; la distorsión de los medios de comunicación; preguntó por mi yerno Rolando y por otra persona; en esa ocasión me hicieron escuchar la voz de Roberto –grabada en casset- desafiándolos; pedía que lo mataran; que no lo siguieran maltratando.
Después de no sé cuánto tiempo que estuve con ese hombre, me dijo: “Sra., a su casa llegaron unos patos malos que embarraron a su familia”. Me preguntó por una persona. No lo conozco, le dije. Y me dijo que si lo veía que lo hiciera saber. Yo pregunté a donde, y me dijo a cualquier comisaría. -Lejos estaba yo de delatar a nadie; pero quise saber en qué lugar estaba. También les dijo a los agentes que estaban presentes que me devolvieran, dejándome por el camino… estos se hicieron los buenitos y me llevaron hasta mi domicilio, donde me destaparon la vista.
Pasado algún tiempo, me enteré por testigos que a mi familia los tuvieron detenidos en Villa Grimaldi; fueron vistos por otros detenidos tanto estando con vida y como también muertos; después de torturados, tirados en un patio.
Once meses después de estos hechos, fue baleado, a las 8 de la noche, mi yerno Rolando y un joven llamado Mauricio. Esto ocurrió en Macul con Los Plátanos, según las noticias por negarse a mostrar su identificación; de esto me caben serias dudas por las mentirosas versiones que publicaron los medios en la ocasión anterior.
En el año 1978, se formó la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, de la que formé parte. Eramos un montón de mujeres sufriendo y buscando nuevas alternativas; para continuar nuestra búsqueda de justicia; de los medios
de sobrevivencia; el apoyo y el poder compartir solidariamente. Todos éramos víctimas del abuso de poder de la dictadura de Pinochet.
Los casos nuevos de abusos y crímenes se sucedían a diario. Nuestro quehacer fue muy duro; acompañando, denunciando situaciones dolorosas, haciendo recordatorios de las víctimas, ayunos, testimonios. De esa manera mi caso ha sido conocido en varias partes del mundo.
En el caso de mi familia, aquí en Santiago se ha presentado una querella criminal pero no hay justicia; siguen mintiendo; en un careo que me hicieron tener con Baeza Michelsen, él negó en mi cara lo que había sucedido. Dijo no conocer mi caso, y que si yo lo hubiera buscado él me habría apoyado, siendo que él fue el causante de mi tragedia.
En el Informe Rettig están reconocidos los casos como abusos de poder ejercidos por organismos represivos del estado.
Por los míos y por todas las víctimas, tanto huérfanos, viudas, madres, hermanos; seres mutilados; etc. por todos ellos: EXIJO JUSTICIA.Retomando mi historia en la llegada a Renca y motivada por lo que aquí relato, me integré de inmediato a la iglesia; recuerdo que, me tocó conocer otra realidad diferente, personas muy humildes; sufridas; llenas de necesidades; no menos tristes que nosotros; mucha pobreza; humillación; como creyente que soy, y motivada en el compromiso que mis hijos tuvieron, comencé a trabajar en la iglesia del sector, integrándome a unos talleres de formación que se daban -tanto de tipo eclesial como social, para capacitarme y solidarizar con otros. En esto me fui comprometiendo más y más hasta que pude entregar catequesis familiar y atención a enfermos; siendo un tiempo también encargada de cobrar el 1% para la Iglesia –conocido como “el cobro del Calis”.
Aprendíamos harto en los talleres. En lo social, asistí a los talleres para dirigentes poblacionales y recibí capacitación en DD.HH. También nos especializamos en artesanía; tejidos; se formaron cooperativas “Comprando Juntos”; ollas comunes; apoyamos colonias urbanas para niños, etc. En nuestros encuentros se compartían las necesidades y problemas y se combatían con dinámicas grupales; dramatización teatral; analizábamos como actuar en los casos de persecución de la que éramos objeto y que era ejercida con mucha violencia, por la dictadura militar contra nuestro pueblo. Y analizábamos porqué sucedía todo esto.
Con nuestro propio esfuerzo y apoyadas por la Vicaría Norte y por una organización llamada Missio nos ayudábamos con la mercadería y con ropa y hacíamos beneficios para juntar dinero para comprar materiales para los talleres. Con lo poquito que nos quedaba de excedente compartíamos canastas familiares entre los integrantes del taller o se usaba el dinero para sacar de apuro en casos apremiantes. Para mí fue muy saludable, todo esto, porque me sentía útil; acogiendo todas las ideas de las integrantes, le salíamos al paso a las necesidades más apremiantes.
Así como creyente participé en talleres como “Profundizando en la Fe”, ampliados, jornadas, “Servicio al hermano”, misiones, etc.; diversos servicios de la Iglesia. En el año 1982 motivada por tantas situaciones de necesidad y violencia que veíamos, formamos un grupo de personas: El Comité de Defensa por La Vida. Este comité nació entre el quehacer de los talleres, la actividad de la iglesia, y la defensa ante los atropellos por las violaciones a los DD.HH, sobre todo por la violencia y las muertes que ocasionaban los militares contra los pobladores durante las jornadas de protesta nacional; solidarizábamos con personas perseguidas; ampliando así nuestra mirada; apoyábamos denuncias por violaciones a los DD.HH.; visitábamos a los presos políticos; acompañábamos funerales de personas caídos en las protestas; denunciábamos allanamientos; y nos movilizábamos. También hacíamos jornadas de información y formación en los Derechos Humanos –tan atropellados; las que fueron muy importantes para aprender a defender nuestros derechos y conocer lo que es la participación activa en la solución de los problemas; en la reflexión de vida y en el cuestionamiento diario de los abusos de los que éramos objetos; aprendimos a ser creativos y a hacer conciencia, por ejemplo, de la situación de la mujer -anulada por los maltratos recibidos, sometida, en lo personal; a veces sin trabajo. También sacábamos un boletín quincenal que se distribuía en el colegio de El Perejil -donde estudiaba mi nieto y donde me desempeñé en la directiva del curso y en el centro de apoderados; trabajé en el apoyo a niños en extrema pobreza y en peligro de caer en las drogas; apoyando colonias urbanas y festejos de navidad; en ocasiones facilité mi domicilio para convivencias de fin de año, ya fuera del colegio, de familiares de ejecutados políticos o de Iglesia -particularmente el año del terremoto de 1985. Trabajé en organizar los recordatorios en memoria de mi familia asesinada, tanto como en otras actividades de DD.HH. así como movilizaciones pacíficas y marchas, por ejemplo, hacia el patio 29 del Cementerio General o en los aniversarios para el Día Internacional de La Mujer en que se recordaba especialmente a las mujeres Asesinadas; y así tantos otros actos.
También recibí extranjeros en mi casa, que nos visitaban porque les interesaba conocer nuestra realidad y las crueldades que se vivían en Chile bajo la dictadura.
Quiero aprovechar estas líneas para expresar mi gratitud a todas las personas que nos acompañaron en esos momentos de sufrimiento, por las violaciones a los Derechos Humanos y continúan aún en ese caminar.
A mí me sirvió para crecer como persona, y recuperar mi dignidad. Considero que aporté en todo lo que me fue posible, y lo hice siempre en homenaje a mi familia y a todas las valiosas vidas violadas y mutiladas, que con su esfuerzo nos dieron fuerzas y empuje para continuar.
Para ellos HONOR Y GLORIA por siempre. Ellos no morirán ¡jamás!.
Gracias.
Ofelia Moreno vda. de Gallardo.