Autor: Kurilonko.
No sé por cuanto tiempo más tendré que habitar el cuerpo que actualmente poseo y que, bien o mal, me ha acompañado a lo largo de estas seis décadas de transitar por este valle de lágrimas, risas y demases. No me quejo, en todo caso. Lo cierto es que, al igual que se hace, o debiera, cuando uno ocupa una casa alquilada, a sabiendas que en algún momento habrá que dejarla, ello no impide que tratemos de hacerla acogedora. Arreglamos las filtraciones, aseguramos el techo para no tener un desaguisado en el invierno y la hermoseamos hasta donde sea ello posible. Esas consideraciones que ahora conceptualizo fueron las que me hicieron, en primer lugar abandonar el tabaco y luego, un plan de ejercicio moderado que está, básicamente fundado en el trote. Trotar acompañado de Balto, mi perro de ignota raza y pedigree -negro azabache, 80 centímetros de alzada, 40 kilos de músculo- por un parque relativamente cercano a mi casa. Trotar, genial actividad que permite estar solo consigo mismo, porque nadie se vá a instalar a nuestro lado; el trote es intimidatorio para los incordiantes.
Y en eso estaba, trotando rítmica y sostenidamente. Balto sin su traílla, jadea acompasadamente a unos centímetros de mi pierna izquierda. Sabe lo que tiene que hacer y cómo comportarse.
Ya íbamos por la enésima vuelta, cuando por alguna razón me fijo en un grupo de cuatro ciudadanos que están a la sombra de unos árboles, tirados a la bartola, capeando el calor de las cuatro de la tarde, con sendas botellas de cerveza. Cuatro de la tarde, día laboral. En cada vuelta que dábamos, le gritaban al perro queriendo llamar su atención, imagino, y éste ni se dignaba siquiera a mirarlos. Entonces me percato que uno de los sujetos es el hijo - ya rondando los 35 años de edad, un vago de mierda según los cánones internacionalmente aceptados- de un amigo, ex-colega que merced a un accidente vascular tuvo que colgar los guantes y por más de una década a la fecha tiene que arreglárselas a como dé lugar con una mísera pensión por invalidez y además, cargar con el mantenimiento de su querubín: Andrés, un fardo-cruz por donde se le mire.
A andrés lo llegué a conocer, bastante, a través de las conversaciones que tuve con su padre ¿ Qué quieres que haga? - dolorido y avergonzado me confesaba-, es mi hijo y no puedo sacarlo a patadas de la casa. También lo conocí en vivo y en directo cuando éste tendría unos 14 años y nada hacía presagiar que con el tiempo se convertiría en un incordio irredimible. Sabía de que pezuña cojeaba el sujeto de autos, como diría un leguleyo. Así las cosas, llegamos a este instante. Balto y yo trotando. Los esperpentos, bebiendo cerveza.
Siento el ligero temblor en las piernas que me avisa que ya está bueno. Hay que descansar, recuperarse y partir, a pié, a casa. Busco un escaño a la sombra y me acomodo dándole la espalda a la cáfila cervecera.
En eso estoy, botella de agua en mano calmada ya la sed, cuando noto que Balto se para a mi lado y comienza a mostrar los dientes, sin gruñir, hacia mis espaldas. Alguien se acerca. Sin mirar hacia ese lado, sé quién es y a qué viene.
¡Hola master! -me espeta con enternecedora familiaridad Andrés- ¿ Cómo le vá, qué se ha hecho?... tanto tiempo que no lo veía.
Hola Andrés- contesto- conteniendo a Balto que no se traga en absoluto al tipo ni sus zalemas. ¿ Qué onda? Hago en milisegundos un flashback.
Grave error haberle preguntado que qué onda. Como un empresario emergente que vió cagadas sus aspiraciones, aruinado por la competencia desleal de los productos " made in China" que dieron al traste con su emprendimiento, se lanza con una latenía en que todos, absolutamente todos -incluído su padre- son los culpables. Menos él, por supuesto.
Que este es un país de mierda en que nadie tiene oportunidades a menos que se tenga un ilustre apellido y contactos por doquier y que los mismos de siempre son los que se reparten la torta. " ¿ y qué más oportunidades querías, pendejo de mierda, tu padre te pagó el ingreso a la universidad y recién se vino a enterar que hacía meses que no ibas a clases -y que tu seguías recibiendo la mesada-, cuando le llamaron para cobrar las cuotas que tampoco habías pagado?" Que los ricos siempre explotan al pobre y que él no piensa acabar como su viejo, casi inválido después de haber dejado los bofes por sus empleadores que ahí siguen, viviendo a costillas del trabajo ajeno. " Cuando tenías como 25 años, y con la esperanza de que ayudaras con la mantención de la familia, tu viejo te consiguió un trabajo en una tienda de departamentos, como vendedor, y con tu primer sueldo lo que hiciste fué llenarte el cuerpo de tatuajes y la cara con cuanta tuerca, alfiler y expansiones en las orejas, lo que motivó que en la empresa decidieran por lo impresentable de tu apostura para atender clientes, transferirte como ayudante de bodega" Ya vé, cuando trabajé en Fallabella, los huevones me discriminaron y me trataron de colocar en bodega pero no les aguanté y los llevé a tribunales y les gané a los malditos: tuvieron que pagarme. " Lo que no dices es que " los huevones", en la sentencia declaran expresamente que te pagan no porque crean que tienes razón sino únicamente para deshacerse de ti, pelmazo"
Estábamos en amable ( aparentemente amable, se vé mejor) consorcio - el papanatas hablando y yo rebatiendo mentalmente sus dislates-, cuando Balto se para desde donde estaba echado y con un trotecito de medio lado vá y se instala al borde de la acera, adoptando una posición como de gárgola, y comienza con los pujos y forcejeos que preceden a una reconfortante cagada. Cumplido el ritual, ahí se queda, al lado de su monumento, hierático. Humeante, enhiesto, el soberano mojón se yergue como un iceberg. Hago los preparativos para sacar desde mi mochila la palita y el cepillo para recoger la ofrenda baltesca, además del spray que sirve para "plastificar" los detritos digestivos de la bestia, lo que al parecer, es interpretado por mi interlocutor como preparativos para irnos lo que precipita el motivo de su acercamiento.
Sabe, master, quiero pedirle una favor - sin asomo de vergüenza dice- que me preste unas monedas para comprar otra cervecita.
Y es en este punto exacto, mirando a Balto estático junto a su escultura, que desde los oscuros sótanos de mi oscura ¿maldad? surge mi lado canallesco.
Por supuesto, Andrés, no faltaba más. Pero, ¿sabes? haremos algo mejor. Para que no quedes comprometido- ironic mode on- te pagaré $ 1,000 por un pequeño trabajo que harás por mí, ¿ te parece? Y ahí lo tengo contra las cuerdas, no podrá negarse.
Me mira con cara de incredulidad, titubea y accede. Está bien- contesta- De qué se trata.
Quiero que con esta palita y este cepillo ( por supuesto que no le proporcionaré el spray, le quitaría mucha poesía al inestimable momento que me apronto a vivir y que cuando le cuente a su padre nos hará reír a mandíbula batiente) vayas donde está Balto y recojas el mojón que acaba de hacer, lo eches dentro de esta bolsa plástica y luego lo deposites en aquél basurero. Con este pedazo de papel higiénico, limpias la palita y el cepillo y lo pones dentro de la bolsa a la que harás un nudo. Luego vas y tiras la bolsa en aquél basurero ¿ Estamos? Estamos-contesta sin demasiado entusiasmo.
A mi perro no es necesario darle órdenes con la voz, basta con señas. Con la mano le indico que venga y que se siente a mi lado. Antes de obedecer, le dá una última mirada a su cagada y viene hacia donde estoy; en el trayecto se cruza con Andrés a quien le dedica una torva mirada.
Andrés, por su parte, se acerca al lugar de la escena y se queda contemplando abismado, tal vez preguntándose por dónde o cómo empezar, el turgente obsequio dejado por Balto. Se rasca la cabeza, comprendiendo que, por lo pequeño de los implementos y lo corto de sus mangos, deberá acercarse lo suficiente como para recibir en plena jeta los efluvios de tamaña deposición. Me ( nos) mira por sobre el hombro tal vez pensando que habría sido mejor ni acercarse a pedir unas monedas. Pero ya está metido en el lío y no hay forma de volver atrás, más aún cuando sus colegas, adivinando que trás esa maniobra está la posibilidad de conseguir otra botella, le animan con distintas y floridas groserías.
Veo que Andrés se comienza a inclinar, la vista puesta en el mojón, y ahí le surge la primera arcada, fenomenal, gutural bramido que le deja acezando. ¡ Vamos Andy, tu puedes! - le gritan sus amigos. Andrés, está comprendiendo que la tarea no será llegar y hacerla. En el segundo intento, siempre sin dejar de hacer arcadas, consigue ponerse a tiro de mojón y con decisión trata de colocar la palita debajo del humeante iceberg marrón. Lo consigue, a duras penas y con el rastrillo lo empuja hasta situarlo sobre ella. Deja los implementos en el suelo y se dobla por la mitad, presa de un incontenible acceso de arcadas que casi le hacen salir los intestinos por la boca. ¡ Vas bien, Andy, falta lo de menos! le grita la galería. " no es así-pienso- falta lo más entretenido: colocarlo en la bolsa"
La bolsa de marras, es una bolsa plástica común y corriente. Transparente, su abertura es lo justo para que quepa la palita, por lo que hay que andarse con cuidado, so pena de enmierdarse los dedos.
Se recupera Andrés y acomete la tarea de colocar el asunto dentro del envase. Empieza por embocar la pala por una punta dentro de la bolsa. El mojón, sustentado de manera inestable por los movimiento estentóreos de la pala que a su vez recibe los embates de las arcadas del sujeto, se inclina y cae al suelo haciendo un sonido asqueroso ¡ Plaf! Andrés mira consternado que ya no es un iceberg marrón sino algo así como una tortilla que se ha repartido en partes casi iguales entre el suelo y su zapatilla izquierda. Dejando los implementos a un lado, se dirige donde sus amigos desde donde vuelve con un cigarrillo en los labios. Es para matar el olor-dice convencido.
Seguir dándole más vueltas a la aventura escatológica de Andrés, sería algo así como ensañamiento. Al final, consiguió meter la tortilla marrón dentro de la bolsa, hacerle el nudo prescrito y llevada con la punta de los dedos hasta el contenedor de basura, no sin antes vaciar su contenido estomacal dentro del mismo, junto con la bolsa.
¡ Listo, master! - me dice con los ojos llorosos- hecho.
Bien Andrés, toma- y le paso un billete de mil pesos- gracias.
Se vá a reunir con la piara de cerveceros y yo, con un raro sentimiento en algún lugar me dispongo a recoger mis bártulos y a partir. Balto me mira con una semisonrisa perruna que pareciera decir " la cagó, jefe, la cagó para ser canalla".
Y sí, pareciera que de tarde en tarde y atendiendo al estímulo, tengo actitudes canallescas.
© La Consulta de Kurilonko 2015.