De un tiempo a esta parte se me hacen cuesta arriba las cenas, almuerzos, desayunos de trabajo… seguramente porque no tengo trabajo. Aún así me invitan a comidas a las que no quiero ir, porque no soporto las presunciones pseudomodernas de los restaurantes, que les ponen preposiciones a todos los nombres de los platos, y al final lo que te dan es algo a la algo con salsa de algo, y que no sabe a nada.
Qué quieren que les diga. Ya no me ilusiona ir a los restaurantes, porque me da la impresión de que me están engañando, vendiendo humo.
A mi me gustan las cosas simples, sencillas: la carne fiesta y el potaje de coles, con su gofio y su cebolla. Y si me quedo con hambre, pues me mando dos platos.
En estas fiestas de Navidad y Año Nuevo, además, se estila mucho eso de complicarlo todo. Y yo apuesto por la sencillez: cuanto más simples sean los platos más me gustan.
Debe ser que soy un simplón, hasta para eso.
