Revista Libros
Un libro es inmutable: siempre ofrece las mismas páginas y los mismos personajes, pero cada lector emerge de él de una forma distinta. Yo leo poco a poco, fijándome en lo que cuenta el autor y en cómo lo cuenta. Trato de averiguar qué ha querido expresar con sus palabras más allá de la trama evidente. Paro durante un par de minutos para pensar en la escena que acabo de leer. Tomo notas. Encajo piezas a partir de lo leído unas páginas atrás. Intento detectar influencias de otros escritores. Nunca utilizo la expresión «Se lee en dos sentadas»; de hecho, es raro que termine un libro en un día o dos. Después de acabarlo, sigo pensando en él, valorándolo en conjunto. Esta es mi forma de leer, de entender la literatura. Soy una slow reader, una especie en extinción.La palabra slow reading (literalmente, «lectura lenta», tomada de este artículo de Begoña Oro) me define bastante bien. O, mejor dicho, define bastante bien cómo me siento en relación con otros lectores. En la jerga literaria de la blogosfera, expresiones como «Engancha», «Me lo leí en dos días» o «No puedo parar de leer» se entienden como sinónimos de buena novela, y están tan extendidas que casi parece obligatorio referirse al grado de adicción de una obra cuando la comentamos. En parte es comprensible: significa que el lector ha disfrutado mucho de esa lectura y la recomienda. No obstante, creo que el hecho de que un libro «atrape» está sobrevalorado, no solo porque haya grandes novelas de ritmo pausado, sino porque, en el fondo, decir que una historia nos está enganchando no dice absolutamente nada de cómo es. Y lo mismo se puede aplicar al «Me aburre».Se trata de plantear la pregunta de otra forma: en lugar de comentar «Engancha», explicar por qué engancha (porque comienza con un asesinato, porque los capítulos terminan con cliffhangers, porque hace reír y te lo pasas bien leyendo…); y en lugar de comentar «Aburre», explicar por qué aburre (porque presenta diez personajes en dos páginas y no me sitúo, porque resulta monótono, porque tiene un estilo muy descriptivo y estoy acostumbrado a lecturas más ligeras…). Cuanto más analíticos seamos en una reseña, mejor. Además, para exprimir bien la lectura es aconsejable no limitarse a leer novelas de consumo rápido (best-sellersy demás), que son las que favorecen esta visión de la calidad como simple entretenimiento. Cualquier percepción sobre lo que leemos (incluido el «gancho») no es más que un reflejo de lo que hemos leído; por este motivo, que un lector poco avezado se aburra con una novela no significa que esta sea mala, sino que probablemente es víctima de unos ojos no habituados a ese tono narrativo. La crítica, en especial a nivel aficionado, dice mucho más de cómo es el crítico como lector que de cómo es la novela objetivamente.Pero no quiero centrar esta entrada en las reseñas de la red. En realidad, lo que comento se puede extrapolar a gran parte de los lectores, blogueros o no. Es fantástico pasarlo bien leyendo, encontrar una novela que anime a pasar las páginas sin parar. Ahora bien, no creo que un libro solo aspire a ser un producto que engancha, que se mastica como un chicle durante un rato y luego se escupe. La literatura es, sobre todo, una forma de ver el mundo, una mirada que el lector completa con su propia interpretación, como un caramelo que se paladea despacio y, al final, se traga, porque un buen libro siempre deja algo de él en el receptor. Esto último es compatible con el gancho y el entretenimiento, por supuesto; lo perjudicial está en quedarse solo con el lado superficial y no buscar nada más (más que «perjudicial», debería decir que quizá no se está leyendo bien).Las abundantes referencias a la «adicción» de una novela, la velocidad lectora y los retos para leer un elevado número de libros al año no casan con esta visión de la literatura como una actividad exigente, que requiere la atención del lector para interiorizar sus significados. Parte de la culpa también la tienen las editoriales que emplean frases como «Me atrapó de principio a fin» como aliciente en la contracubierta, ya que potencian esa imagen de la lectura como entretenimiento vacío. Hace falta reconsiderar el vocabulario que se utiliza al hablar de libros, sustituir esa inmediatez y esas ansias de acumular lecturas por más análisis de cada obra en particular; pero, sobre todo, hace falta cambiar la actitud de uno mismo ante la literatura, dejar de verla como una serie de sobremesa y recordar que las grandes novelas de la historia lo son sin que nadie las calificara de «trepidantes». Aprender a disfrutar con más calma y reflexión, en definitiva.
En la imagen: Young Woman Reading an Art Magazine, de Einar Jolin (1919).