Elsa Punset, en su libro INOCENCIA RADICAL, habla de cinco esquemas sociales: el del excluido, del miedoso, el fracasado, el perfeccionista y el ser especial, todos con el común denominador del miedo a los demás. De todos ellos me ha interesado particularmente el que dedica al ser especial, básicamente porque empiezo a verlo por todas partes:
“Lo que define este esquema es la necesidad de retar los límites de la vida: conducir a velocidades no razonables, servirse mucha comida cuando apenas hay para los demás, aparcar en una plaza para discapacitados, exigir a la pareja todo a cambio de casi nada… Estas personas se sienten especiales y carecen de la empatía necesaria para preocuparse del abuso que eso pueda suponer para los demás. Los niños que desarrollan este esquema tal vez hayan sido muy mimados, o han crecido en un entorno adinerado, o carente de límites, con padres permisivos o excesivamente serviciales. De adultos, pueden convertirse en personas impulsivas, infantiles y egoístas. Algunas veces, el esquema afecta a hijos de padres muy exigentes, que exageraban sus logros para ser especiales. También puede darse en adultos que han carecido de afecto o que han sufrido necesidades materiales: están resentidos y piensan que se les debe compensar por ello.
Algunas estrategias típicas ante este esquema consiste en esperar que el resto del mundo nos trate como a alguien especial, y a sentir rabia por los actos abusivos sólo cuando hay que pagar las consecuencias: multas, pérdida de trabajo, divorcio…
El antídoto implicará frenar los impulsos más intensos y fijarse en cómo nuestros actos pueden afectar a los demás.