En 1962, si alguien paseaba por los alrededores de la ciudad de Turín, en Italia, se podía encontrar con lo que parecía un viejo y destartalado Bunker alemán de la II Guerra Mundial, con un cartel que rezaba “Centro de Radioescucha Espacial Torre Bert”. A la vista de la pinta de las instalaciones, el paseante podía optar por dos soluciones. O el talante caricaturesco de los italianos, tan parecidos a los españoles en eso de las chapuzas, unido a un bajo presupuesto gubernamental, o en el escenario de una película italiana, algo así como un Spaghetti Space. En el interior, como en una mala película de Serie B, se alternaban equipos sacados de desechos con paneles copiados de los verdaderos centros de seguimiento de la NASA.
La explicación de todo aquello era tan sencilla como, en cierto modo, encantadora. Se trataba del resultado del esfuerzo personal de dos hermanos, Achille y Giovanni Judica Cordiglia, de los Judica Cordiglia de toda la vida. Cuando Achille, el mayor, tenía 16 años y el pequeño Giovanni 10, les empezó a dar por aquello de la radio. Convencieron a su madre (su padre no estaba por la labor de alimentar sus juegos), y compraron equipos americanos usados de la Segunda Guerra Mundial al peso. De pequeños, todos hemos intentado simular la realidad con cajas, palos y elementos más o menos destinados al cubo de la basura. Yo tuve un barco pirata que se llamaba Corberó. Era por no quitar la marca de la caja del frigorífico. La diferencia es que Achille y Giovanni lo consiguieron. Aprendieron rápido, y construyeron un equipo que funcionaba. Autodidacti, se debe decir en italiano.
10 años después, la familia se traslada a Turín, y por el mundo se empieza a soñar con Sputniks, Laikas, Explorers y demás. Ha comenzado la carrera espacial entre los soviéticos y americanos, y el planeta atiende con la boca abierta a unos acontecimientos que parecen sacados de cualquier novela de Julio Verne. A los dos hermanitos y residentes ahora en la ciudad de la Juve, les fascina todo lo relacionado con aquello, y deciden continuar su juego de la radio combinándolo con aquellas noticias de viajes espaciales y horizontes en el vacío. Como no podían aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, que para eso estaban en Italia, aprovecharon que la trayectoria de los lanzamientos espaciales soviéticos pasaban en su trayectoria unos cuantos kilómetros por encima de la bota mediterránea. Eso hacía posible captar las emisiones entre las naves y los centros de control de tierra, incluso con el material de que disponían los Judica.
A raíz de captar alguna señal, los hermanos se dan cuenta de la posibilidad de jugar a lo grande, dentro de lo grande que puede ser obtener un viejo bunker alemán de la guerra y convertirlo en una Estación de Radioescucha imitando, dentro de sus posibilidades, los que ya existían. Lo bautizan Torre Bert, e instalan en el tejado una antena que riéte tú de las parrillas de asar brontosaurios. Llenan el interior con sus aparatos reciclados, e incluso montan un sistema de seguimiento en un panel donde dicen seguir la trayectoria de los lanzamientos soviéticos. Y amparados en el secretismo que rodea todo lo que rodea la industria aeroespacial rusa, hacen su particular “wikileaks”, salvo que unas décadas antes. Por tener, tienen hasta traductor de ruso. Y baratito, porque es su hermana la que aprende el idioma para poder trasladar al italiano los presuntos mensajes. Todo queda en casa.
En el interior del bunker, hasta llevan batas blancas. Si se juega, se juega como es debido. Dicen que han capturado mensajes de una astronauta rusa que se calcina mientras vuelve del espacio, la respiración de otro astronauta presuntamente abandonado a su suerte… Leyenda “urbana” tras leyenda “urbana” los hermanos se van haciendo su hueco entre los conspiranoicos y frikis de la época. Llegan a montar una red de estaciones de escucha con otros radioaficionados europeos. Torre Bert se convierte en una especie de Cabo Cañaveral a la italiana. A pesar de lo que pueda parecer, no hay que restarles méritos. Parece ser que consiguen captar alguna emisión, y eso con el equipo de Mortadeli y Filemoni que tenían, no es poca cosa. Con tan limitados recursos, hasta consiguen descrifrar la frecuencia de la mismísima NASA a través, según ellos, de una fotografía. Con el tiempo, hasta ganan un concurso de la tele y pueden volar a Estados Unidos para visitar las verdaderas instalaciones de la NASA.
Con el tiempo, y poco a poco, en gran medida con la “glasnot” de Gorbachov, sus pretendidas historias van cayendo ante la verdad de los documentos. Torre Bert es abandonada de nuevo, y mientras el mayor se hace cardiólogo, al pequeño le da por la fotografía y la investigación “sui generis” al tiempo que sigue con lo de la radio. Como le pilla a unas estaciones de autobus, es de los primeros en fotografiar la Sabana Santa, otro de esos juegos montados a la mayor gloria de la sinrazón y la fe. Y también le valió de algo haber aprendido de la radio, porque es un experto asesor de la policía italiana en temas de seguimiento de frecuencias para localizar delincuentes. Aun así, años después, ellos y algunos otros siguen manteniendo la veracidad de sus “descubrimientos”. Y no les culpo. Siempre es más bello recordar los juegos como reales que como simples sueños, e imaginar que el barco pirata que era de cartón navegaba de verdad en mares y no en habitaciones de secano. Las conpiraciones y las leyendas urbanas tienen el mismo caldo de cultivo que los sueños y los cuentos alrededor de una hoguera. Y esto no deja de ser el juego de dos críos italianos que convencieron a su madre para que les comprara al peso unos kilos de sueños.
Más información, bastante interesante, sobre el tema, en la Wikipedia, en radioaficion.com o microsiervos, que poseen enlaces a más documentación sobre los casos de los “Cosmonautas perdidos”, como aerospaceweb.org, de donde he sacado la foto de la sala de control de “Torre Bert”.
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