En la primera página de Amazing Fantasy 15, en 1962, Stan Lee ya nos anticipaba Spider-Man: Homecoming diciendo “Creemos que encontrarás a nuestro Spiderman un poco… ¡diferente!”. Son palabras que podrían decir los (¡seis!) guionistas del filme, que han hecho lo imposible: coger el alma de Spiderman y plasmarlo en la pantalla sin apenas recurrir a los elementos comunes del arácnido.
Desde la primera película de Sam Raimi, Spiderman en el cine ha sido una fotocopia de los cómics. Por sus fotogramas se han paseado Mary Jane Watson, tío Ben, Gwen Stacy, J. Jonah Jameson o un corpulento Flash Thompson, todos ellos con la misma actitud mostrada en las primeras páginas en los que aparecían. Y, por supuesto, los villanos, actuando igual que en los cómics y realizando los giros de guión que ya conocíamos (el Duende Verde sabe quién es Spiderman, Gwen Stacy muere en el Puente de Brooklyn, etcétera). Sin embargo, Marvel sabía que tenía que hacer algo completamente diferente para gustar y sorprender a una audiencia ya cansada de adaptaciones clónicas del personaje.
Para ello, sin ningún tipo de reparo, ha mostrado la otra cara de la misma moneda, dando un giro de 180 grados al personaje en Spider-Man: Homecoming y despojando a Peter de sus compañeros clásicos (con la excepción de Flash y Tía May) y añadiendo otros más actuales e interesantes para la época (y culturalmente diversos, algo que ha enfadado mucho a racistas varios camuflados tras frases como “Yo no soy racista, pero”). Y es que esta película sabe que se desarrolla en 2017. Es profundamente millennial y no se avergüenza de ello. Es más: lo abraza.
Por supuesto que Peter no hace fotos para el Daily Bugle, sino que hace vídeos para él mismo y es conocido como “el Spiderman de Youtube”. Claro que su mejor amigo, Ned (basado claramente en el Ganke de ‘Ultimate Spiderman’ y ‘Spider-Man’, el colega de Miles Morales) es un friki obsesionado con Star Wars. Por supuesto que el traje de Peter tiene toda clase de artilugios mecánicos y ha sido diseñado por Tony Stark en vez de ser creado mágicamente por un chaval de quince años. Spider-Man: Homecoming no es una película independiente que pretende vivir en el pasado: es un episodio más del Universo Cinematográfico Marvel y transcurre en 2017. Si no es lo que quieres ver, es comprensible. Acércate a tu estantería, los tebeos de hace más de 50 años siguen ahí. Pero esta no es la Tierra 616, sino la Tierra 19999. Nada tiene por qué ser igual.
El Buitre, sin ir más lejos, deja de ser el anciano con ansias de riqueza Adrian Toomes para ser una persona madura que, tras los eventos de Los Vengadores, se queda sin trabajo y tiene que sacar adelante a su familia como puede. Desde la primera escena hasta la última comprendemos su actitud, sus argumentos y los motivos para hacer maldades. Esta introspección en el villano hace que el Buitre sea, con permiso del Barón Zemo de Capitán América: Civil War, el mejor malo del Universo Marvel hasta la fecha.
A ello ayuda la espectacular interpretación de Michael Keaton, cuya recuperación en Hollywood sigue viento en popa. Keaton ofrece una interpretación repleta de matices, madura e inteligente, una de las mejores de Marvel hasta la fecha. No se queda atrás su contrapunto, Tom Holland, que, sin lugar a dudas, es el Spiderman definitivo: ni Garfield ni Maguire consiguieron dar al personaje el tono de juventud, desparpajo y diversión que sabe darle Holland. Ojalá podamos verle crecer: llena la pantalla, es divertido y tierno. Es, simple y llanamente, estupendo. Por su parte, de Robert Downey Jr poco hay que decir: tiene muy pillado a Tony Stark y sabe cómo comportarse, qué decir, cómo moverse y hablar.
Si lo que uno espera de Spider-Man: Homecoming es tragedia en forma de muerte, lágrimas y consejos desde la agonía, es aconsejable que se ahorre la entrada: en un universo superheroico que ya de por sí no se toma en serio a sí mismo (para solaz de unos y rabia incontrolada de otros), es la película más divertida, hasta el punto en el que se trata más de una comedia adolescente que de un filme de acción puro y duro. Los gags se van sucediendo uno tras otro, como uno esperaría que pasara en una película del Trepamuros adolescente de estos tiempos: One-liners, slapstick y la siempre útil Suerte Parker se entremezclan con un perfecto clima de instituto que recuerda a los films de John Hughes más que al drama teen que nos intentaba vender The Amazing Spiderman.
Claro que hay elementos de tensión y dramáticos, pero hasta estos se hacen livianos: Relaciones que salen regular, giros de guión que lo cambian todo y, por supuesto, un cambio en el personaje, que pasa de ser arrogante a descubrir que un gran poder conlleva una gran responsabilidad (la frase, por cierto, no se pronuncia en toda la película, lo que es lógico: cualquier espectador algo avezado se dará cuenta de que es el leitmotiv de la misma). Así pues, ¿qué tenemos? ¿Risas, acción y diversión con los suficientes cambios para enfadar a algunos y sorprender a los demás? ¿Es todo perfecto? Para el que esto escribe, sí. Me lo pasé como un niño con su piruleta favorita. Pero claro.
El gran problema de Spider-Man: Homecoming es que no funciona todo lo bien que debiera como película independiente. Ya desde los primeros minutos está ligada a Civil War, y parte de la trama prepara Vengadores: Infinity War, con la aparición de Tony Stark, Pepper Potts, Steve Rogers (en el cameo más divertido del film) y “Happy” Hogan. Cada vez más, el Universo Marvel es como una serie de televisión: si te perdiste el episodio anterior, es posible que te pierdas en la trama y no la disfrutes como es debido. ¡Ah! Y si te pierdes este, no entenderás detalles del siguiente. Es su estrategia, y los fans damos palmas con las orejas, pero no es difícil ver a quien ni sabe ni quiere saber. Al final, un universo tan cohesionado puede explotarle en la cara.
El otro problema son los personajes secundarios, que apenas están perfilados: Flash Thompson es un malo muy light, que no tiene el rango de popularidad esperado y está siempre en un segundo plano que no le sienta bien, Liz apenas tiene química con Peter (es un interés amoroso que sirve para empujar la trama, pero poco más) y Michelle es solo una secundaria cómica que funciona pero resulta totalmente prescindible. Tía May, por su parte, regala una de las mejores escenas de la película, pero se agradecerían más en la secuela: es un personaje vital para este Spidey y apenas nos enteramos de por qué.
Pero para los que sufrimos con unos tráilers que parecían enseñarlo todo y los que tuvimos miedo con que Marvel no entendiera al personaje, Spider-Man: Homecoming es un soplo de aire fresco: sorpresas a tutiplén, escenas de acción que cumplen perfectamente, una comprensión profunda e inteligentísima del personaje, diversión pura y dura…
Permitid que me ponga personal: Spiderman es el personaje de ficción más importante de mi vida. Me ha enseñado a levantarme cuando todo estaba perdido, a no perder nunca la esperanza, a aceptar la responsabilidad cuando lo único que quieres es tirarlo todo por la ventana y a proteger siempre a los que tienes cerca de ti. Llevo leyéndolo desde hace más de veinte años, y, por mucha mente abierta que tenga, no soportaría una película que no entendiera que Spiderman y Peter Parker son dos caras de la misma moneda, y que la dualidad continua es la base del personaje. Creedme. No temáis a los cambios, a los personajes nuevos, a la falta de sentido arácnido, al traje con tecnología punta, a Tony Stark tutelando a Peter. Salvo que queráis ver un cómic fotocopiado, esta es la película de Spiderman que queréis ver. Este es el Spiderman definitivo.
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