Resulta paradójico que el país con la economía más potente de África sea el mismo que tiene el mayor número de personas infectadas por S.I.D.A. En la República de Sudáfrica, al contrario que en la mayoría de países de su mismo continente, sí que hay una cantidad (y sobre todo, calidad) considerable de producción cinematográfica. Como anécdota, algunos nombres de directores de origen sudafricano que han trabajado en producciones internacionalmente muy reconocidas: Neill Blomkamp (‘Distrito 9’), Gavin Hood (‘El juego de Ender’) o el mismísimo Roger Michell (‘Le Week-End’). ‘Spud’, el largometraje sobre el que trata este artículo, es una buena muestra de lo cercanas (en cuanto a calidad técnica y forma de expresión) que están dichas realizaciones de los productos audiovisuales europeos o estadounidenses.
Todos los adultos hemos tenido infancia y adolescencia, por lo que el propio tema de la historia se hace extensible a todas las personas. No es fácil hacerse hueco en un grupo que a priori puede ser hostil con uno, y en algún momento de nuestras vidas, todos hemos pasado por un proceso similar, por lo que la universalidad de esta película se encuentra en su propia base.
Además, los temas más recurrentes que se plantean podrían darse en cualquier otro lugar del mundo: la amistad entre dos chicos que se apoyan el uno en el otro para “sobrevivir”, el conocimiento del primer amor (y las primeras dudas), la admiración por una persona adulta con muchas más debilidades de las que parecía tener en un primer momento y, en general, el aprendizaje de un chico que comienza a desarrollarse fuera de su hogar familiar.
Donovan Marsh, el director de este trabajo, ha conseguido realizar una obra que, mirada a través de casi cualquier tamiz, tiene muy buena nota. Si hay algo en lo que quizá se podría haber hecho algo más, es en cuanto a la historia en sí. El guión está bien llevado, pero no se trata de un relato original ni sorprendente. Lo que va ocurriendo, se intuye con antelación, teniendo esa previsibilidad que suele gustar al público más comercial pero no tanto al más especializado.
Lo que sí es de admirar de este director es que es honesto con lo que ha firmado, pues los guiños al cine más comercial y hollywoodiense son múltiples (‘Rambo’, ‘Rain Man’, ‘Pretty woman’…), dejando claro que quiere hacer una película en dicha línea. Por otra parte, aunque parece que la intención primaria pudiera ser de una índole más reveladora, las referencias a la liberación de Nelson Mandela, unidas a la relación del chico con las personas de raza negra, resultan anecdóticas. Eso sí, son detalles que van sumando a un todo con mucho sentido.
Al contrario que en otras películas africanas, en este caso, los aspectos técnicos están muy cuidados. Empezando por los movimientos de cámara, que consiguen transmitir un dinamismo que atrapa durante los más de 100 minutos de cinta. La fotografía es otro aspecto a destacar, con un tratamiento exquisito, y eso que el 95% de la acción se desarrolla en un espacio tan acotado como puede ser un internado.
Una banda sonora amable apoya perfectamente la narración en off que hace el chico de su propia vida, contando tanto con canciones pop como con temas más orquestales en los momentos más emotivos.
El argumento se centra en el primer año escolar de John Milton en un prestigioso internado. Las relaciones con los demás chicos no son fáciles y John tiene que buscar su hueco en el grupo para no ser el blanco de todas las burlas de los demás.
Empieza a florecer su sexualidad y las relaciones con las chicas, con un dilema (duda entre dos chicas) cuya resolución marcará su desarrollo como persona. Su mayor apoyo dentro del internado es el profesor de inglés, quien también pasa por un momento poco estable de su vida personal.
El tono utilizado es de comedia con ciertas dosis de sentimentalismo, tocando la fibra en determinados momentos. Funciona bastante bien, consiguiendo meterse en el bolsillo al espectador medio.
Además del equipo técnico, el equipo artístico también destaca en su trabajo, sobre todo los actores que interpretan al protagonista (un jovencito llamado Troye Sivan) y al profesor de inglés (el mítico John Cleese, que realiza una espléndida labor). El resto del elenco también se encuentra a un nivel considerable, con personajes creíbles en todos ellos, incluso Jason Cope, cuyo papel podría haberse descontrolado, pero consigue crear un profesor desgarrador y enfadado sin caer en la exageración burda.
Esta es una película que puede gustar a un público muy amplio, sobre todo por su tratamiento dinámico unido a una historia con la que es fácil identificarse y que, además, tiene como protagonista a un niño que logra contagiar su carisma.