Hace quince días publiqué aquí Quince minutos de fama por decir una simpleza sobre "obligar a ser madre". Hablaba de una simpleza pronunciada y repetida como latiguillo por el Sr. Monago.
Al leer esa y otras simplezas negativas adjuntas, publiqué un tweet que tuvo algún eco en la red:
No he encontrado una respuesta a esta simple pregunta, que como tweet no puede entrar en detalles, pero echaba de menos poder hablar un poco más acerca del sentido común ético y las comparaciones sobre este y otros asuntos (la prostitución, los impuestos, etc.) en otros países llamados -según convenga- como "de progreso" o cosas semejantes.
El caso es que hoy veo que el Sr. Monago sigue erre que erre, buscando quizá nuevos y más abundantes minutos de fama con el sinsentido de la frase.
Como entiendo que el asunto supera ampliamente la legalidad y la legitimidad efectivas de que dispone el político Sr. Monago, no entraré en sus derechos inalienables como ciudadano a decir lo que le venga en gana.
Tampoco entraré a considerar los medios que le hacen eco, quizá porque les viene bien para su ideología informativa, quizá porque esperan así ganar algunos lectores y euros en caja o quizá sumarse al viento de la historia que piensan sopla aún en la popa de los partidos abortistas, como el partido socialista español.
Un partido que -de perdidos al río- se apunta, como a un clavo ardiente electoral, al manido slogan de "mi cuerpo es mío" (que bien se podía conjuntar con "mi mente/cerebro es mía/o") y otros sofismas ya un tanto apolillados... Entre ellos, el del recurso a la comparación abusivamente selectiva -según convenga- con legislaciones de países del entorno europeo.
Habrá que ver cómo le sale el tiro al Sr. Rubalcaba, porque bien pudiera ser que sea por la culata, dado que los vientos (o la historia) ya no son lo que parecía que eran...
Escribo lo anterior, porque hoy también, acabo de leer un texto de Ignacio Aréchaga en su blog El Sónar, titulado El mínimo común ético, que recomiendo vivamente a los lectores. Toca todos estos asuntos desde una perspectiva más de fondo, que merece la pena conocer.
Por eso me permito reproducir su argumentación final,
(...) Si en el asunto del aborto nos preocupa la diferencia con legislaciones extranjeras, también nos debería llamar la atención que con la ley vigente el 10% de los abortos que se realizan en España correspondan a europeas, atraídas por la permisividad y la falta de control que han regido hasta ahora aquí.
Pero es que, además, en asuntos distintos del aborto parece que la permisividad extranjera no importa.
Los socialistas franceses, que se manifiestan críticos con la reforma del aborto en España, acaban de aprobar una ley por la que se considera un delito pagar por tener relaciones sexuales, con multas superiores a los 1.500 euros. En este caso la mujer no puede hacer lo que quiera con su cuerpo.
No les ha importado que en países de su entorno, como Alemania y Holanda, la prostitución esté legalizada como un trabajo, ni que en España tampoco esté penalizada. Ahora los franceses que quieran recurrir a una prostituta tendrán que viajar a Alemania o España, que son mucho más tolerantes en este aspecto, o sumergirse en la compraventa clandestina de servicios sexuales.
Otros franceses, como el actor Gérard Depardieu o Bernard Arnault el propietario del grupo de lujo LVMH, decidieron ya tener su domicilio fiscal en Bélgica para huir del impuesto excepcional del 75% sobre los altos ingresos creado por el gobierno francés, y después trasladado a las empresas que retribuyen a los millonarios.
Estos exiliados fiscales han sido tratados como renegados. Y es que en materia de impuestos, el criterio nunca ha sido rebajar la presión al nivel de los paraísos fiscales, aunque siempre ha habido nacionales con cuentas ocultas allí.
“Verdad a este lado de los Pirineos, error más allá”, decía Pascal. Pero la justificación de que si no lo hacemos aquí lo harán fuera, nunca ha sido una buena razón a la hora de legislar.