En 1943, un veterano de guerra griego llamado Stamatis Moraitis llegó a Estados Unidos para ser tratado de su brazo mutilado. Sobrevivió a un disparo, escapó de Turquía y cruzó el Atlántico en el Queen Elizabeth, que entonces sirvió para el transporte de tropas. Moraitis se estableció en Port Jefferson, Nueva York, un enclave de compatriotas de su isla natal, Ikaria. Rápidamente consiguió un empleo haciendo trabajos manuales. Más tarde, se trasladó a Boynton Beach, Florida. De camino se casó con una mujer greco-americana, tuvo tres hijos, compró una casa de tres dormitorios y, en 1951, se hizo con un Chevrolet.
Un día en 1976, a Moraitis le costaba respirar. Subir escaleras era un reto; tuvo que dejar de trabajar al mediodía. Viendo las radiografías, el médico concluyó que Moraitis tenía cáncer de pulmón. 9 médicos más confirmaron el diagnóstico. Le dieron 9 meses de vida. Estaba en la sexta década de vida.
Moraitis pensó en quedarse en América y buscar un agresivo tratamiento contra el cáncer en el hospital local. Así, podría estar cerca de sus hijos. En vez de eso, decidió volver a Ikaria, donde podría ser enterrado con sus padres en un cementerio a la sombra de los pinos que miraban al mar Egeo. Se imaginó que un funeral en Estados Unidos sería muy costoso, mientras que un funeral tradicional en Ikaria costaría $200, dejandole así una porción mayor de sus ahorros a su viuda, Elpiniki. Moraitis y Elpiniki se trasladaron con sus padres a una casa blanca y pequeña en dos acres de viñedos plantados de forma escalonada cerca de Evdilos, en el norte de Ikaria. Al principio, pasó unos pocos días en la cama, mientras su madre y su esposa lo cuidaban. Reconectó con su fé. Las mañanas de los domingos, cojeaba hasta una pequeña capilla griega ortodoxa donde su abuelo fue sacerdote. Cuando sus amigos de la infancia descubrieron que había vuelto, empezaron a presentarse cada tarde. Hablaban durante horas, algo que de forma invariable incorporaba una botella o dos de vino local. "Al menos moriré feliz", pensó
En los meses siguientes, pasó algo extraño. Empezó a sentirse más fuerte. Un día, sintiendose ambicioso, plantó algunas verduras en el jardín. No esperaba vivir para recolectarlas, pero disfrutaba del Sol y la brisa marina. Elpiniki podría disfrutar de las verduras frescas cuando se hubiera ido.
Pasaron seis meses y Moraitis no se murió. Por el contrario, recolectó la cosecha y, envalentonado, hizo lo mismo con el viñedo familiar. Aliviado por la rutina de la isla, despertándose cuando quería, trabajando en los viñedos hasta la mitad de la tarde, haciéndose el almuerzo y tomándo una larga siesta. Por las noches, iba a la taberna local, donde jugaba al dominó hasta pasada la medianoche. Pasaron los años y su salud no hizo sino mejorar. Añadió un par de habitaciones a la casa de sus padres para que pudieran visitarle sus hijos. Aumentó el viñedo hasta que produjo 1500 litros de vino al año. 25 años después de irse a Grecia, volvió a América para que los médicos que le pasó y por qué se fue el cáncer. Se encontró que los médicos que le atendieron estaban ya muertos. Él, sin embargo, murió el 3 de febrero de 2013 con 98 años, aunque él decía que tenía 102, y sin cáncer. No se trató con con quimioterapia, fármacos ni ningún tipo de terapia. Lo único que hizo fue volver a Ikaria.
Fuente: Nytimes