Seguro que aquella noche de septiembre de 1983 Stanislav no era la única persona que se sentía sola en el mundo. Al mismo tiempo, muchas otras personas sentían la angustia de estar ante una situación desesperada, sin saber exactamente qué hacer. Eso pasa a cada momento, está pasando ahora mismo. Seguro que aquella noche de hace 30 años muchos hombres y mujeres sentían como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros.
Pero en el caso del teniente coronel Stanislav Petrov, eso era rigurosamente cierto. Durante 10 minutos el destino del mundo estuvo en sus manos. Tras un momento de estupor incumplió sus órdenes y no hizo nada. Eso nos salvó a todos. El suceso se conoce como el Incidente del Equinoccio de Otoño, la noche en que el planeta estuvo a punto del holocausto nuclear.
Para el resto del mundo era un día normal, de alegría o tristeza por las cosas cotidianas. Para un pequeño grupo de soldados soviéticos, comandados por Petrov, la madrugada del 26 de septiembre de 1983 se había convertido en el inicio de la Tercera Guerra Mundial.
Hiroshima tras el ataque nuclear en 1945
Guerra Fría
Pero primero hay que ponerse en situación. En 1983 estaba todavía vigente lo que se llamó la Guerra Fría, el enfrentamiento entre el bloque soviético y el occidental, comandados por la Unión Soviética y Estados Unidos respectivamente. Los que tenemos cierta edad lo recordamos perfectamente. La cosa iba de que rusos y estadounidenses se repartían el mundo en zonas de influencia. De vez en cuando se pegaban en las caras de otros (Vietnam, America Latina, Afganistán, …) pero nunca directamente. Y no lo hacían por lo que se llamó disuasión nuclear: poseían ambos tal capacidad militar que cualquier ataque directo suponía la destrucción mutua asegurada. La suya y la del resto del mundo. El viejo adagio latino “si quieres paz, prepárate para la guerra” actualizado con toneladas de armas nucleares. Una locura de carrera armamentística que hizo ricos a algunos y fue una de las causas del desfallecimiento del bloque comunista.
Y acercando un poco el foco, lo que pasaba por aquellos días es que un mes antes los soviéticos derribaron un avión surcoreano que había invadido su espacio aéreo. Era un avión de pasajeros de Korean Air (los rusos alegaban que era espía) que transportaba 269 pasajeros.
Misiles contra la URSS
De todas maneras, la noche del 25 de septiembre Stanislav fue al trabajo como un día cualquiera. Su trabajo consistía en dirigir el centro de control de misiles en el búnker Serpukhov 15 de Moscú. Desde allí se vigilaba el cielo para evitar cualquier ataque sorpresa de misiles enemigos.
Así que Petrov se sentó a mirar las pantallas, supongo que un poco aburrido por la rutina. Hasta una enorme que tenía ante él se activó y la sirena empezó a sonar, dando una alerta de esas para las que te preparas durante toda una vida y cuando llega te pilla de sorpresa. En su monitor aparece que un misil norteamericano se dirige hacia la Unión Soviética.
“La sirena aulló, pero me senté allí durante unos segundos, mirando a la pantalla roja, grande, retroiluminada con la palabra ‘lanzamiento’ brillando en ella”.
La vida es eterna en 10 minutos
Petrov se quedó petrificado (con perdón), intentando ordenar sus ideas, o que estas volvieran de allá donde se hubieran ido. Según él mismo ha contado, durante 15 segundos todos los allí presentes quedaron en estado de shock, intentando saber qué hacer. La pantalla dio un nuevo aviso: Estados Unidos había hecho otro disparo. Y luego otro, y otro y otro. Cinco misiles se dirigían a la URSS y el tiempo estimado para que detonaran en suelo soviético era de 20 minutos. Eso le daba a él 10 minutos para responder, luego será demasiado tarde. Mientras, Moscú duerme. Los generales y los dirigentes duermen. O se divierten ajenos a todo, vaya usted a saber. Solo Petrov y su equipo conocen lo más importante que está pasando en el mundo en ese momento.
Tras el shock inicial Petrov empieza a dar órdenes a su equipo: a sus puestos, hay que confirmar la terrible noticia. Petrov está solo entre el bullicio, es él quien debe decidir qué se hace. El protocolo le exige devolver el ataque y comunicar después el hecho a sus superiores. Está entrenado para eso, es lo que se espera de él. Es un soldado y cumple órdenes, y estas son claras y estrictas. El ataque inesperado de Hitler el 22 de junio de 1941, saltándose el pacto de no agresión firmado con Stalin, estaba grabado a fuego en la memoria del Ejército Rojo. Algo así no podía volver a pasar. Pero apretar el botón es una decisión irremediable con la que solo él tendrá que vivir o morir. Además, su lógica le dice que Estados Unidos no iniciaría un ataque nuclear directo contra la URSS con solo cinco misiles. Aquello tenía que ser un fallo técnico.
Decidió no decir nada y esperar. Esperar. Los segundos parecen de goma. Pasaron 11 minutos y no había ninguna señal de los misiles en los radares, llegó el alivio: por suerte para todos Petrov acertó. Más tarde se descubrió que el satélite se había confundido a causa de un raro alineamiento de rayos solares y nubes.
Cierto es que, para ser rigurosos, no todo dependía de Petrov. Su decisión debía ratificarla toda una cadena de mando, hasta el Estado Mayor y el gobierno soviético, que siempre podría recurrir al Teléfono Rojo (que no era ni teléfono ni rojo), una línea directa de comunicación al más alto nivel entre Estados Unidos y la URSS para evitar malentendidos. Pero también es cierto que el resto de la cadena soviética hubiera estado muy condicionada por el análisis de Petrov, que para eso estaba.
Él afirma que solo hizo su trabajo y que era la persona correcta en el momento apropiado. Sus jefes no opinaron lo mismo. Stanislav puede que salvara el planeta de la destrucción total, o como mínimo de una crisis muy grave, pero a cambio fue degradado. Tras la bronca se le forzó a un retiro prematuro, sin ascenso. Su fallo había sido no seguir el protocolo, esa obsesión militar, y de paso dejar en mal lugar todo el sistema de defensa soviético. Aquello se mantuvo en absoluto secreto, aunque se modificó el sistema de alertas y respuesta antimisiles. En 1998, tras la caída del régimen, la historia sale a la luz y Petrov es considerado un héroe, recibiendo varios homenajes. En 2006 por Naciones Unidas; el último, el prestigioso premio de la Paz de Dresde, en febrero de 2013.
No obedecer y saltarse el protocolo hizo de este soldado un héroe. Él quita importancia al asunto y afirma que “el ordenador es descerebrado por definición”, así que, simplemente, antepuso el sentido común a millones de rublos en tecnología militar. “No hice nada”, le contestó a su mujer cuándo ella se enteró, diez años después, del incidente. Eso nos salvó: Stanislav pensó más allá de máquinas y protocolos. Y no hizo nada.