Este es uno de esos discos que uno piensa, ¿cómo rayos no estaba en el blog cabezón? Problema resuelto: aquí va The Rite of Strings en el que tres de los más notables fundadores del jazz fusión se reúnen y se proponen una muestra de esa música en entorno totalmente acústico: violín, guitarra acústica y contrabajo, en las manos de tres gigantes cabezones para el disfrute total de la banda. No se lo pierdan, cabezonxs, ¡es una maravilla!
Artista: Stanley Clarke, Al Di Meola, Jean-Luc Ponty
Álbum: The Rite of Strings
Año: 1995
Género: Jazz fusión
Duración: 55:46
Nacionalidad: EUA/Francia
En 1995 se reunieron tres de los más destacados creadores del jazz fusión para una gira internacional de la que vendría poco después esta grabación de estudio cuyo título parafrasea el de una de las obras más significativas de la vanguardia musical rusa del siglo XX: La consagración de la primavera de Igor Stravinsky; el creador revolucionario que puso atención en la música popular americana, desde el jazz hasta el mambo, y se la llevó para transformar el campo de la música académica, mal llamada “culta”. El título en ruso, Весна священная, significa literalmente “santa primavera”, pero para el estreno en París en 1913, el genio aceptó Le sacre du printemps, correctamente traducido al castellano (cosa rara) como “consagración”. En inglés, sin embargo, quedó para siempre como The Rite of Spring, el rito o ritual de la primavera, y este avatar del nombre de aquella obra que narra la creación del mundo desde las tradiciones rusas fue el pretexto para dar nombre a la reunión de cuerdistas que comentamos: algo así como “El ritual de las cuerdas”. Y es certero. Véanlos en vivo nomás:
La atmósfera acústica que generan estos tres virtuosos es realmente un ritual, una propuesta casi mística en la que se compenetran de tal manera que se pierde la ilusión de un líder. Aunque sabemos que el motor del encuentro es Stanley Clarke, el blend que consiguen hace de ellos una especie de instrumento solista compuesto de cuerdas en tres maderos diferentes. Un monstruo de seis manos expertas en alambres; un discurso de paz, con dosis de alegría y nostalgia, con mucho amor, y con todo el saber que a mediados de los 90 estos fundadores del jazz fusión portaban.
Clarke y Di Meola habían colaborado ya en la segunda encarnación de Return to Forever, máxima banda de fusión liderada por Chick Corea, y Ponty había estado en sus alrededores desde sus participaciones con la Mahavishnu de McLaughlin. Para esta producción (como para la gira que la precedió) optaron por lo más sencillo que es, a la vez, si nos perdonan el prejuicio, lo más puro del sonido: los instrumentos acústicos. Siendo todos ellos experimentadores eléctricos y electrónicos, esta opción por lo acústico destaca y se emparenta con otras tremendas muestras de fusión como fueron las reuniones acústicas de los guitarristas Di Meola, McLaughlin y De Lucía, aunque aquí, el violín y el contrabajo (tanto por sus opuestas tesituras como por el uso del arco) amplían el espectro acústico al que asistiremos.
“Indigo” de Di Meola había aparecido un par de años antes en el disco Heart of the Immigrants del guitarrista con una agrupación de cámara llamada World Sinfonia. Fusión pura, en esta encarnación acústica con los monstruos Clarke y Ponty el tema presenta la tesitura en la que se desarrolla toda la grabación, con el bajo marcando el carácter rítmico gracias a ese estilo único que Clarke había desarrollado mediante la aplicación de técnicas de ejecución del bajo eléctrico en el contrabajo (slaps, rasgueos y otros mecanismos percusivos). También trae, de entrada, los mecanismos de diálogo que el trío utilizará en todos los temas: la creación de espacios de soporte para la improvisación solista de alguno de los virtuosos de tal manera que se destacan sin convertirse en centrales pues el sustento instrumental prima sobre la ejecución solista.
“Renaissance” de Ponty (incluida en su extraordinario Aurora de 1973) es uno de los puntos más altos del disco: basada en una sucesión armónica netamente progresiva, resulta impresionante no solo por el violín del francés, que toca bitonalmente casi todo el tiempo, demostrando ese discreto virtuosismo, sino por la forma en que el bajo cierra cada vuelta de cuatro compases con una figura que, al mismo tiempo que soporta la armonía, se comporta como si fuera un redoble de batería para fortalecer la entrada al siguiente; los apoyos armónicos de la guitarra de Di Meola no hacen sino enfatizar esta maravilla. Al final, uno esperaría que las improvisaciones continuaran; el esquema daba para pasarse ahí media hora jugando y se queda uno con las ganas de más, al terminar la pista antes de alcanzar cinco minutos.
El tercer track es el único que cuenta como compositor a un músico no presente en el trío: “Song to John” de Clarke y Chick Corea, que había sido incluida, en 1975, en el segundo disco solista de Clarke, Journey to Love. Dedicada a Coltrane, su versión original consta de dos partes que aquí se sintetizan en una sola. Los primeros minutos son etéreos, de creación de atmósfera en la que destacan los punteos brillantes de Di Meola para seguir con una rítmica veloz y alegre que recuerda más las influencias “latin” del guitarrista que el post bop del homenajeado. Nuevamente, el bajo es el encargado del soporte rítmico y es notable el juego casi en falsete del violín que suena como si el arco apenas se insinuara sobre las cuerdas. El breve solo de bajo alrededor del minuto 4 es sorprendente: ¿cómo puede semejante mastodonte (el bajista y el bajo) cantar con tanta suavidad y, además, tan rápido? Como en “Renaissance”, se siente aquí también una voz percusiva, como un platillo, que proviene del excepcional bajista.
En cuarto lugar viene “Chilean Pipe Song” de Di Meola, otra extraordinaria composición del guitarrista que habla de su acercamiento a las tradiciones musicales de los Andes mediante una alegre interpretación. El tema había aparecido apenas el año anterior en el solista Orange and Blue de Di Meola y en su versión original contaba con un sonido electrónico que imitaba el dulce y aspirado sonido de la zampoña andina, acompañado además del charanguista Hernán Romero. En esta versión del trío encordado es Ponty quien asume el papel de la zampoña, mientras los brillos de la guitarra recuerdan la característica rítmica del charango. La pieza sorprende con unos alucinantes riffs de cierre en unísono para cada figura (y su ulterior cambio de tono) que son como el toque de identidad del género del que estos tres virtuosos son creadores: el jazz fusión.
“Topanga” de Clarke aprovecha el combo acústico para crear una atmósfera reflexiva similar a las que otro de los principales protagonistas del jazz fusión había acuñado en los 70: Pat Metheny, con quien Clarke también ha colaborado (al lado de Hancock y DeJohnette en uno de los combos más impresionantes del género). La profundidad del bajo frente al brillo de guitarra y violín provoca una sensación casi sinfónica, no lejana a los logros del guitarrista melenudo.
En “Morocco” de Di Meola aparece la influencia flamenca y “latin” que ha caracterizado al guitarrista. De nuevo aquí hay desarrollos en que el violín quiere ser otra cosa, una quena, una zampoña, un viento que canta, y todo aderezado con palmas que llevan el ritmo. Las improvisaciones (aunque hay algún solo de guitarra que destaca) parecen ser colectivas: los tres virtuosos aprovechan estas figuras para jugar (en el sentido de tocar/jugar que tiene el verbo en idiomas como el inglés y el francés) con la melodía abierta y multiplicadora.
Sigue otro tema de Ponty, “Change of Life”, con una propuesta dulce, en tonos mayores (y discretos cambios heterodoxos de armonía) que vive entre la balada y el bossa nova. Nuevamente, la profundidad del bajo soporta como si se tratara de una orquesta (con apoyos perfectos de Di Meola) un agudísimo violín que nos hace pensar en esta música como si fuera una imagen en alto contraste.
El track más largo (8 minutos y medio) es “La canción de Sofía” de Clarke. De nuevo volcada hacia la dulzura (parece que es la propuesta de este ritual de cuerdas), esta es absolutamente del bajista que en esta ocasión usa el arco y fortalece con eso la sensación atmosférica. Los tres virtuosos contribuyen a este lucimiento del gordo instrumento hasta que viene el cambio a las improvisaciones lideradas por la guitarra antes de pasar a una rítmica casi caribeña.
Un tema de Ponty cierra el ciclo: “Memory Canyon”. Inicia con una figura arpegiada de guitarra a la que se suman tenuemente, con arco, primero el violín y luego el bajo. Este, en esta ocasión, arranca en tonos altos (menos graves) antes de decidirse por el apoyo profundo y rítmico. Di Meola rasguea y se pasea con Clarke mientras Ponty desarrolla su intelgente melodismo, que crece, reúne notas y se vuelve armónico hasta que llega el relevo de Clarke en lo que podríamos decir que son sus mejores solos en el disco. Hay que oír los ruidos que le saca al contrabajo, la ligereza de sus dedos sobre ese instrumento enorme, los glissandos agudísimos sobre esas gordas cuerdas. Parece mentira. Son Clarke, Ponty y Di Meola.
The Rite of Strings es un discazo. Si le falta la energía que caracteriza al jazz fusión, proveniente de las secciones de percusión y la electricidad, le sobra espíritu y muestra un saber musical sólo posible con monstruos como estos. Un disco cabezón por excelencia, un infaltable del blog. ¡Disfrútenlo!
Lista de Temas:
1. Indigo
2. Renaissance
3. Song to John (dedicated to John Coltrane)
4. Chilean Pipe Song
5. Topanga
6. Morocco
7. Change of Life
8. La canción de Sofía
9. Memory Canyon
Alineación:
- Stanley Clarke / contrabajo
- Al Di Meola / guitarra
- Jean-Luc Ponty / violín